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El etiquetado “cuestión de estado” en el mundo del vino

24 January, 2024

La etiqueta, en el punto de mira de los consumidores.

Luca Bernasconi

El café en Bruselas tiene que ser muy malo y las tostadas muy caras, si los irreductibles funcionarios de la Unión Europa siguen dedicándole demasiado tiempo a inventar fórmulas entorpecedoras y maneras ingeniosas de complicar la vida de los mortales.

El pasado 8 de diciembre de 2023 entró en vigor la nueva normativa sobre el etiquetado de los vinos producidos en la Unión Europea, que tiene la finalidad de enumerar los ingredientes, evidenciar los alérgenos e informar al consumidor sobre el valor energético y nutricional de la botella en cuestión. Todo ello traducido en el idioma del país de la Unión Europea donde se realiza la venta.

Hasta aquí todo correcto y todos de acuerdo, excepto la industria acostumbrada a utilizar conservantes y estabilizantes a mansalva, cuya práctica puede quedar ahora en entredicho o, por lo menos, en evidencia. Incluso yo habría ido un poco más lejos, obligando a enseñar la cantidad o trazas de productos químicos-sistémicos, cuya presencia delata una agricultura a las antípodas de lo ecológico y sostenible. Será divertido para el consumidor descubrir cuántos ingredientes puede contener el vino corriente de supermercado, pues habrá casos en los que la uva brille por su ausencia.

En Italia se armó una encarnizada polémica a raíz de la “i” puesta en el dichoso QR. Tras imprimir millones de etiquetas para la campaña navideña de los espumosos, resulta que a un iluminado burócrata made in Europe le pareció ambigua o poco esclarecedora esa inicial y exigió que se pusiera la palabra ingredientes (o su respectiva traducción en el idioma correspondiente) sin abreviaturas.

Mis cinco lectores pueden imaginarse la gracia que les hizo la brillante ocurrencia a las denominaciones Moscato d’Asti y Prosecco con sus millones de etiquetas convertidas en basura. Privilegios de vivir en Marte…

Por otro lado, y de manera más subrepticia, se le conceden las enésimas letras pequeñas a los listillos de turno, quitando por ejemplo de la lista de ingredientes obligatorios los que «se utilicen como coadyuvantes tecnológicos», dando paso a las maquiavélicas interpretaciones de siempre.

Otro tema divertido va a ser la cantidad de azúcar. Excepto en los vinos dulces, que pueden tener más de 100 g/l y nadie se escandaliza porque es la sensación buscada, en los otros vinos definidos secos, tener que declarar la cantidad exacta de azúcar residual puede llevar a mayúsculas sorpresas (o cambiar el perfil del producto), porque es resabido en el mundillo que hay varias bodegas que utilizan el sabor dulce para redondear sus productos y hacerlos más placenteros y bebibles para los paladares menos cultivados.

En resumen: ¿un paso más hacia la defensa del consumidor o la enésima payasada legal que permite a los estafadores quedar impunes? El tiempo lo dirá; de momento está claro que se les carga a las pymes (el gran enemigo de Bruselas) el coste adicional de unos análisis a veces innecesarios.

Latente queda la sospecha de que sean las primeras escaramuzas libradas por los defensores del pensamiento único en la guerra contra el demoníaco alcohol. El consejo permanece inalterado: ¡descorchad mientras podáis! Salut!

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