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Cuando el arte no solo está en la cocina

16 May, 2019

David Blay Tapia
No hace mucho que la profesión de cocinero estaba muy lejos de la consideración que recibe actualmente. En muy pocos casos, además, se llegaban a considerar artísticas las propuestas gastronómicas que se realizaban en los restaurantes, con vajillas casi monocromáticas o emplatados sin la elaboración de los actuales. Y ni mucho menos se proyectaban locales donde la decoración adquiriera una importancia alta a la hora de atraer comensales.

Hoy sin embargo se aprecia una evolución en todos estos aspectos. Y esta permite, además, no solo exponer obras de altísimo nivel de referentes internacionales, sino también dar visibilidad a figuras locales cuyas creaciones son vistas por muchos más ojos que aquellas que se ubican en centros especializados.

Si Ricard Camarena inició hace tiempo una revolución culinaria que le ha aupado como figura internacional, también ha querido dotar a sus espacios de una personalidad propia. Basada no solo en un diseño diferencial (Habitual es un claro ejemplo) sino también en una asociación al mundo cultural tan presente que su gastronómico se ubica en un centro de arte.

Precisamente en el Mercado de Colón Bleda y Rosa (Premio Nacional de Fotografía en el año 2008) escogieron personalmente una serie de instantáneas de la serie ‘Campos de Batalla’. Allí se aprecian paisajes marinos, ubicados en alguna de las localizaciones donde se desarrolló la batalla de Trafalgar.

Aunque de manera evidente, integrándose en Bombas Gens el restaurante principal del chef valenciano debía estar imbuido de ese espíritu. Ahí entra de manera directa la Fundación Per Amor A L’Art, que ha cedido para un recinto con espacios muy grandes desde obras de Thomas Ruff (multigalardonado en Madrid, Alemania o Nueva York), Matt Mullican y Sanja Ivekovic hasta una de las atracciones del lugar, además obviamente de la comida: las flores de Noboyusi Araki.

El artista japonés, uno de los más reconocidos del planeta, revisitó con 33 años los patios del templo de Jokanji donde solía jugar en su infancia y al encontrar un ramo marchito de amaryllis inició una serie de imágenes que acabarían constituyendo uno de los mayores pilares de su legado actual.

Pero si algo está caracterizando muchos de los diseños de los nuevos espacios de la ciudad es la apuesta por artistas locales. Que, además, en muchas ocasiones consiguen ventas que de otro modo no llegarían al exponerse ante públicos constantemente cambiantes de muy distinta condición.

Especialmente curiosa es la historia de Jesús Arrúe Mora, un joven pintor de Valencia que no solo se ubica en una localización sino en dos diferentes. Y en lugares tan diversos como las cercanías de la Plaza del Patriarca y las calles adyacentes a la Avenida de Aragón.

Tanto Lavoe como Gamboa, que coinciden además en propuestas basadas en arroces y brasas, dejan bien a la vista unos cuadros que son fácilmente reconocibles. Entre otras cosas, porque reflejan grandes estrellas del rock y el cine de los años 80 y 90. Y lo hacen desde una perspectiva de arte figurativo y expresionista, donde también se reflejan los estudios de psicología de su autor.

David Bowie, Madonna, John Lennon, Clint Eastwood, Bruce Springsteen, Bob Marley o Ricardo Villalobos han tenido que rotar ya por las paredes de Toni Boix, entre otras cosas porque él mismo compró este último y varios de sus clientes han realizado desde septiembre de 2018 diversas adquisiciones. Algo que (todavía) no ha ocurrido en Gamboa por tratarse de una apertura más reciente, aunque diversos comensales ya han preguntado condiciones a sus responsables.

Con todo, no solo los sitios de alta referencia gastronómica encierran tesoros. En este sentido, el barrio de Ruzafa es especialmente sensible a este tipo de movimientos. Y uno de los mejores ejemplos es el Trentatrés Gallery Café, que ha derivado en uno de los recintos con una de las historias más cercanas a la mezcla entre arte y gastronomía.

Como estudio de diseño abrió sus puertas en 2007, para convertirse también tres años después en galería (que posteriormente se trasladaría a la calle Denia) y reinventarse en modo desayunos, aperitivos, tapas y una de las terrazas más concurridas del barrio. Aun así, no dejó de exponer originales a nivel pictórico y de imagen de la cultura local. La pregunta subyacente es: ¿puede considerarse la nueva gastronomía un arte? Sea como sea, lo que sí sabemos ya es que se rodea de él para inspirarse, quizá. O para servir una experiencia más completa si cabe a unos cada vez más exigentes comensales.

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