Sinarcas es la antesala a un mundo semiaparte. Emplazada al noroeste de la provincia de Valencia, se revela como la puerta de entrada de unos paisajes que tienen en las Serranías de Cuenca y Teruel y la comarca del Alto Turia sus máximos exponentes.
Texto y fotografía: Rubén López Morán
Una tierra que existe es un pleonasmo. Porque todas las tierras existen. Pero es un modo de reforzar el mensaje, de hacerlo entender. En este caso, es una manera también de reivindicarse. No en vano, hace unos años fue el eslogan de una celebrada campaña de publicidad que una capital de provincia utilizó para restituirse de nuevo en el mapa: “Teruel existe”. Naturalmente. Nunca dejó de existir, pero ahí estaban para recordarlo, porque hacía demasiado tiempo, ¡de toda la vida!, que Teruel sólo se asociaba a veranos tórridos e inviernos gélidos, cuando era bien sabido que además era la ciudad de los amantes, del torico, y de un tiempo a acá, el territorio por excelencia de los dinosaurios ibéricos: Dinópolis, para más señas. Pero qué ocurre con aquellas poblaciones, que son legión en la España interior, si no se tiene un pasado remoto o más o menos reciente que explotar para salir en la foto o en el mapa, que viene a ser lo mismo. Pues que sólo queda el presente y un futuro que está por escribir. Otro pleonasmo al canto.
En estos pensamientos anda enfrascado el viajero, mientras atalaya el paisaje sinarqueño desde el Cerro Carpio. Un altiplano que avanza hasta la Serranía de Cuenca como una colcha hecha de sembrados remiendos ocres, verdes y amarillos cosidos con el hilo claro de los caminos. Y justo en medio, como si de una cremallera se tratase: la Nacional 330, que se la conoce como la carretera de Alicante a Francia por Zaragoza, que supone tanto un atajo espacial como temporal, porque se interna en un mundo semiaparte.
El viajero es muy dado a las palabras impresionistas para describir lo que se extiende ante sus ojos. Pero esta vez tiene la impresión, valga la redundancia, que no le van a ser suficientes para plasmar lo que intuye que quiso transmitirle su compañero de caminata por estas tierras del interior de Valencia: una antesala de la España vacía, transida de silencios y paisajes infinitos. Que en estas tierras hay un poso que precipita. Compuesto de una materia que está cerca de la verdad. En cierto sentido, algo que tiene que ver con las cosas importantes de la vida. Que tiene que ver con una belleza que, ante cualquier adversidad, ayuda a seguir adelante. A sobrevivir. Para José Luis Salón (su guía particular) y su hermano David, de Bodegas Pasiego; para Juan Galiano Ramírez, de la finca La Fortuna; para José Francisco Carpio, responsable del Centro de Turismo Rural Las Viñuelas; para el profesor del pueblo de Tuéjar, que ha hecho de uno de los Caseríos de Lobos-Lobos su casa, estas tierras son más importantes que ellos mismos. De ahí, su amor imperecedero. De ahí, que existan en la memoria del viajero. Y a partir de ahora, en la de ustedes también, porque todo recuerdo es el presente.
La Piedra de San Marcos
José Luis recuerda cómo la Piedra de San Marcos estaba enlucida de arriba abajo por una yedra monumental. Lo que dotaba aquel rincón junto a la fuente homónima un aire romántico, apacible e íntimo. Hasta que un día, un hijo de mala madre, por no emplear un denuesto más grueso, la cercenó. Ante semejante delito su hermano David vino y plantó otra. Y de vez en cuando venía a regarla. Pero ya no fue lo mismo, porque ya no era la misma.
De camino al área recreativa del Regajo, a un lado del puente que cruza el río, crece el nogal de la tía Capota. Le cuenta al viajero que le ofrecieron un millón de pesetas por su preciada madera. Afortunadamente para el tramo del río que entolda su copa junto a una hilera de chopos y un corrillo de fresnos la familia no se avino a la venta. Y el nogal sigue en pie siendo uno de los hitos de 2 de los 4 itinerarios a pie que recorren el término de Sinarcas: La Toba-Las Grajas y El Charco Negro, que tienen en el Regajo su columna vertebral.
Hoy el río baja con poco pulso. Apenas se recrea en las pozas o chilancos donde buena parte de la chiquillería de Sinarcas de la generación de José Luis aprendió a nadar. Eran otros tiempos, cuando el agua sonaba con sobresaltos en el lecho de los barrancos.
Microrreserva Las Hoyuelas
Los jóvenes microrreservistas de los 90 lo captaron a la perfección. Los Emilio Laguna y compañía pergeñaron una figura jurídica que llevó por nombre “microrreserva vegetal” porque evidenciaron que ciertos espacios del territorio requerían de una sobreprotección dada su excepcionalidad y riqueza botánica. Tanto por la densidad de especies por metro cuadrado como por su exclusividad. Lo que vino en llamarse endemismos. Plantas únicas en su género porque sólo crecían ahí. Desde finales de 1998 hasta el 2005 se declararon 232 microrreservas de flora, de las que 32 eran privadas o municipales y 200 de gestión directa de la Generalitat Valenciana. La que el viajero atraviesa siguiendo los pasos de José Luis es propiedad de Juan Galiano Ramírez. La joya de la corona de esta umbría son los equisetos. Conocidos vulgarmente como cola de caballo. Un helecho que desciende de aquellas primeras plantas que hicieron el tránsito desde el agua a la tierra hace 300 millones de años, compartiendo protagonismo con los dinosaurios y los primeros mamíferos. El camino serpea entre una colonia bien nutrida y se interna en un bosque de galería compuesto de muchos seres: como los quejigos o roure valenciano, álamos y sauces blancos, y tejos. No en vano, este tramo medio del río Regajo se ha convertido en un reservorio de los ancianos del bosque dada su longevidad. En la península Ibérica hay ejemplares que superan los 2000 años. Los de Las Hoyuelas apenas tienen unos meses de edad.
José Luis se detiene a escuchar la respiración del bosque. Al fin y al cabo, para escucharse a sí mismo. Un sonido que está compuesto de las notas de los manantiales, del rumor del viento sobre las hojas, del gorjeo de la población volátil. Está hecho de pura autobiografía. Como la de Juan Galiano. Que conserva este espacio por amor al arte. Por amor a la naturaleza. Es su forma de restituir todos los excesos que se han podido cometer contra ella. Sin más pretensión. De una forma vocacional y altruista. Sin darle importancia, porque lo importante son esos seres que estaban mucho antes de que él llegara. Que llegó cuando contaba con 8 años. Juan Galiano, como tantos otros hombres y mujeres, sabe que puede contribuir a cuidar de ellos, aunque citando el poeta inglés Joyce Kilmer: “Solo Dios sabe hacer árboles”. O gallipatos, un anfibio autóctono en grave peligro de extinción que tiene aquí también uno de sus últimos refugios.
El pueblo de Sinarcas
Antes de hacer un alto en el camino en el restaurante del Centro de Turismo Rural Las Viñuelas para dar buena cuenta a un platito de ajoarriero, una caldereta de cordero y un plato de embutido de orza regados con un blanco de Bodegas Pasiego y un tinto de la Cooperativa de Sinarcas, y de postre burruecos, José Luis y el viajero pasean por unas calles de paredes enjalbegadas y balcones rebosantes de geranios.
Visitan el parque del pueblo, el polideportivo, y se acercan a la plaza de la iglesia porque José Luis le quiere enseñar al viajero un cartel por si a este le entran ganas de orinarse en la calle. Que nadie se llame a engaño. En realidad es un cartel trampa que mide el grado de esnobismo del que lo contempla. En la ciudad nadie se orina ya, sólo se mea, compartiendo el mismo campo semántico que los perros en las esquinas. Al fin y al cabo, lo que hacen miles de urbanitas con la ortografía en los mensajes de whatsapp y en las redes sociales: mearse en ella. De ahí que el SE “PROHIVE” ORINARSE Y TIRAR SUCIEDADES EN EL CALLEJÓN. MULTA DE 2 PESETAS. EL ALCALDE sea en realidad una burla de los tiempos que “estavan por yegar” con la entrada del euro y los emoticonos?.
La Harinera y el Ecomuseo
Todas las facultades de ingeniería industrial del país deberían de organizar una excursión a la Fábrica de Harinas de Sinarcas al más puro estilo de la Institución Libre de Enseñanza. No en vano, este hallazgo, que es a la arqueología industrial lo que las pinturas rupestres de Altamira a la arqueología a secas, se construyó en 1935, durante la II República, por Establecimientos Morros SA (Barcelona). El viajero está convencido de que los futuros ingenieros iban a flipar por todos y cada uno de los tubos de madera provistos de elevadores de cangilones por donde fluía el trigo para su limpieza y molturación. Con sus tres molinos en línea que mediante lo que se conocía como sistema de Reducción Progresiva descortezaban el trigo, separaban su envoltura externa y reducían a polvo toda su parte interior para obtener la harina. Una instalación capaz de elaborar automáticamente 6.000 kg de trigo en 24 horas de trabajo. Esta fábrica permaneció en funcionamiento hasta finales de los años 80. Y en la actualidad es propiedad del Ayuntamiento de Sinarcas.
Asimismo el pueblo de Sinarcas cuenta con un Ecomuseo. Una antigua casa que pertenecía a una familia dedicada a las labores del campo de finales del siglo XIX. Cuando todavía existían los molinos harineros movidos por la fuerza del agua en el río Regajo. La intención de sus artífices fue la de suscitar en el visitante la sensación de entrar en un hogar dejado tal cual por sus habitantes como si el tiempo se hubiera detenido. Hasta el lar conserva todavía el hollín sobre las paredes de la chimenea. Al viajero le cuesta imaginarse a la familia de sinarqueños reunidos en torno a la mesa camilla. Aun así, alaba el empeño de conservar los aperos de labranza, el menaje, la vajilla, pertenecientes a un tiempo que hoy se almacena en la memoria de algunos resistentes-residentes. Un tiempo que rezuma palabras desusadas y prácticamente olvidadas: trillo, corbella, dedal, azadón. Y tantas otras que José Luis recita como versos sueltos y que el viajero olvida nada más dejar la casa. Le pide perdón.
La fuente de la Zacuca
Antes de abandonar la población José Luis le lleva a descansar a la fuente de la Zacuca. Como si intuyera que el viajero necesitara reposar los lugares compartidos para que cuajen en la memoria. Para que luego pueda contarlos con las palabras justas y desmentir así las vertidas por el ilustrado botánico y naturalista Antonio José Cavanilles en su obra tan magna y larga como su título Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del reino de Valencia cuando dio con sus huesos en el altiplano de Sinarcas allá por finales del siglo XVIII: “Hállase la población a dos leguas al poniente de Benagéber y del Turia en un desierto, cercado de montes en varios órdenes, que retardan el paso. Es menester valor para vivir en aquel recinto, y sólo pueden hacerlo sin displicencias las que nunca vivieron países amenos y abundantes”.
Mucho ha soplado el solano desde entonces y además cualquiera tiene un mal día. El día del viajero se escurre sin probar la sepia y los champiñones del Bar Pepe; sin hacer noche en el Hotel con encanto Casa Baltasar (Aliaguilla, Cuenca); sin recorrer de buena mañana El campo de las Herrerías; sin remontar las angosturas de las Palomarejas; y sin conocer en 1ª persona al profesor que vive en el Rento de Lobos-Lobos. Donde se dice que se abatió el último cánido salvaje de la Comunidad Valenciana en los años 50. Siempre es bueno dejarse un par de excusas para volver. La última: catar con José Luis el Caesar tinto de Bodegas Pasiego, un vino elaborado en honor al patriarca de la familia, César Salón, mientras el sol del atardecer recorta con perfiles de pan de oro el Pico Ranera. Y brindar, junto con su hermano David, Juan Galiano, José Francisco Carpio, y, cómo no, junto con el anónimo maestro de Tuéjar, por la tierra que existe.
Otros enlaces de interés:
Yacimiento arqueológico de Las Pilillas http://www.arqueomas.com/peninsula-iberica-iberos-solana-de-las-pilillas.htm
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6 comentarios en
El navarro el 5 agosto, 2016 a las 3:51 pm:
Jose luis es un crak
www.mansiegawine.com el 2 agosto, 2018 a las 7:28 am:
Bodegas Marsilea De Santiago Mancebo podría ser la gran olvidada de esta historia, tal vez como ella muchas más
Jaime Nicolau el 2 agosto, 2018 a las 9:09 am:
No se trata de olvidados. Obviamente que cuando uno visita 3/4 bodegas de una zona deja de visitar muchas más pero es materialmente imposible hacerlo. Marsilea es una bodega muy interesante que ya hemos tratado en algún artículo y seguiremos tratando en otros. Mil gracias por tu opinión.
sol Bonacho el 2 agosto, 2018 a las 6:11 pm:
Ma han encantado el texto,la explicación,por un momento he pasado por lobos lobos,mi regajo por la piedra de san Marcos,soy sinarqueña de pura cepa y estoy orgullosa de la publicidad que esta dando José Luis a nuestro pueblo.
El Jaime el 2 agosto, 2018 a las 9:50 pm:
Muy buena descripción de Sinarcas
De su situación geográfica e historica, de sus gentes de sus montes y parte de su industria actual
Enhorabuena
Mario El Pescatero el 3 agosto, 2018 a las 5:51 pm:
Enhorabuena Jose eres el mejor embajador y represéntate de nuestro pueblo, sus gente, sus paisajes y sus vinos, que entre ellos están los tuyos que dejan el pabellón muy alto.
Un saludo