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Por Navidad, vuelve Pepelu

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José Antonio López
No está la cosa como para tirar cohetes. Algún petardo que otro, pero mascletás nada de nada. Y es que a nadie se le ocurre mezclar la política con la fiesta.

La policía ya ha avisado que va a hacer controles de alcoholemia. Los medios de comunicación advierten de que hay que ir con cuidado con las celebraciones. Los médicos que el úrico y el colesterol ese puede perjudicar…

Coñe, me quedo en casa.

Con tanto problema hasta los peces en el río van a tener que disponer de un equipo autónomo de respiración ecológica.

Hasta nuestro Pepelu siente que esto no es lo mismo.

Un año más, el enterao de la empresa ha buscado un restaurante donde disfrutar a tope “por cuatro euros”. A dos días de la celebración, han tenido que recurrir a Pepelu que nunca falla y encima no se las da de na de na. Gran persona.

Pepelu está enfadado. Ya ha conseguido el local. Ha preparado a las compañeras para que vayan de punto en blanco y los hombres van a dejar aparcados los jeans para vestir “como Dios manda”.

Un éxito.

Sigue estando triste porque, como siempre, baila con la más fea.

Ha llegado a casa y, sin querer, ha pisado una pandereta que su hijo había dejado en el suelo. Milagro. El decaído, el triste, el acabado… se transforma. Nada puede fastidiar a la Navidad.

A por ellos.

Y han quedado a las nueve en el restaurante. Nuestro protagonista se ha metido, entre pecho y espalda, seis chupitos, seis. Va a por todas. Los pelotas, con el jefe. Las chicas juntas. Los demás fuman al infinito.

Empieza la fiesta y, nada más empezar, Pepelu ya se ha puesto la corbata en la cabeza. Hay tantos aromas de las distintas fragancias de ellas y ellos que, lo que coman será lo menos importante.

El vino de Jumilla hace acto de presencia. Hay que cambiar a los comensales. Otra vez se han puesto todas las mujeres juntas. Los hombres, también. Se consigue el intercambio. Una sí, otra también. Segunda botella de Jumilla. Cacaos y aceitunas. Se esperan los calamares. Las bravas hacen un quiebro y los pescaditos inundan el mantel porque alguien le ha puesto la zancadilla al camarero y los boquerones se han esparcido.

Sigue la fiesta.

Ensaladas, entrecot y pescado. Antes un plato de ibéricos abundante. Viva el Jumilla. Alguien se traga una lentilla. Un enterao propone buscarla entre el ali oli que era el plato que tenía delante antes de estornudar.

Otro sonríe ante la ocurrencia de que, el que no ve nada más que por un ojo, es aficionado a los toros y le pasa como al caballo del picador.

El jefe sonríe la ocurrencia. Estás nominado para un ascenso.

Las chicas ríen, son felices. Los hombres disfrutan. Alguno se ha dado cuenta de lo guapas que son sus compañeras.

De postre piña o pijama, a elegir. Los chupitos, los regalan, pero sólo la primera ronda. Pepelu lleva treinta y dos chupitos entre pecho y espalda. Los demás no se quedan cortos. Hay que contar chistes, pero alguien se adelanta y comenta anécdotas del trabajo que no deberían estar allí.

La foto de grupo. Todos junto al jefe. No caben. Eligen, primero mujeres, luego, maromos.

Estamos en Navidad y todo está permitido.

Cuidado. Mañana volverá a amanecer y más de uno se encontrará con un ladrillo en la cabeza y con unas fotos que nunca debiera haber hecho.

Pepelu, espera al próximo año. Le pedirán que monte la celebración navideña después de que el pelota de turno, haya fracasado en el intento.

Falta la copa de Nochebuena. Se la contaré la semana que viene.

Si ustedes quieren leer.

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