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Mea Culpa

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José Antonio López
Perdón por el “latinajo” inicial, pero he considerado que era la forma más dura de aceptar una culpa de la que soy totalmente responsable.

Escribo sobre “momentos distintos” que se producen en lugares y por personas “muy particulares” con el fin de provocar una sonrisa. En este caso el particular, el distinto, soy yo. Como humano, también me equivoco. Me gusta equivocarme, es señal de que avanzo y que aún me queda mucho por aprender. Sin duda.

Verán ustedes. Hace unos días recibimos la amable invitación de un buen amigo, para que asistiéramos a la cata de un nuevo vino en el que ha depositado toda su confianza y que está destinado a ser orgullo de Pedralba. Tienen más información en nuestra sección de Bocaditos.

Pues bien. Por una razón u otra me tocó a mí cubrir la noticia. Encantado. Conozco a las personas y me merecen todos los respetos. Además, el local donde se realizaba el acto es una maravilla.

Hasta aquí todo feliz.

Pero, mira por dónde, confundí, cata con presentación. Y aun así, no tengo perdón de Dios.

La hora del encuentro era las cinco de la tarde. Tenía tiempo de sobra y me dediqué a investigar sobre otra de mis pasiones, la perfumería.

Durante más de una hora recorrí los distintos stands de El Corte Inglés, informándome de las novedades, de las fragancias, de los cambios que se producen de cara al verano… no les voy a entretener más. La pasión por los perfumes es mía y ustedes no están obligados a compartirla.

Sobre las cinco de la tarde, me pongo en marcha rumbo al sitio de encuentro de la mal entendida presentación y sí la fiel noticia de la cata.

Antes de salir del centro comercial, una buena amiga, me ofrece recordar una de las fragancias que más me gustan Habbit Rouge de Guerlain.

Es un gran perfume, pero no pueden imaginarse hasta dónde llega su efectividad. Además, aprovechando la coyuntura, me puse la cantidad suficiente para unas décadas. (Simplemente se me abrió el tapón y cayó mucho más del necesario, perdón).

Y ahí me tienen, como un torero en su hora de salir al ruedo, dispuesto a pasar un momento inolvidable rodeado de buenos amigos.

Saludos iniciales y un cierto distanciamiento. En ese momento mi pituitaria ya se había acostumbrado un poco, al aroma, pero mis anfitriones miraban para otro sitio en busca de aire.

Subimos a la sala de la presentación y ahí, se me cayó el alma a los pies. Todo preparado para una cata y yo “bañado” en unos de los perfumes “más potentes” del mundo.

Tierra, trágame.

Nadie dijo nada.

En ocasiones los silencios hieren más que las palabras.

Ante mí, y a mi lado, lo más granado de los catadores. Atentos a sus fichas y dispuestos a utilizar sus sentidos en honor a la cata. Todos los sentidos no, porque el del olfato se lo había bloqueado yo sin darme cuenta.

Intenté alejarme lo más posible de mis compañeros y agradecí que mi anfitrión abriese las ventanas, lo suficiente como para que el aire circulara sin problemas.

La cata fue un éxito. El producto, lo será.

Yo me sentí muy disgustado.

Nadie dijo nada, repito.

Estos grandes profesionales saben estar y perdonar pecados, tan grandes, como el que yo cometí por no informarme bien.

No volverá a pasar.

A todos ellos gracias.

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