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La nueva música de la cocina valenciana

Cultura, gastronomia

David Blay Tapia/Vicent Bosch
No se puede aspirar a que aparezcan nuevos Ricard Camarena o Quique Dacosta cada cinco años, como no puede pensarse que saldrá un Messi cada 10. Las experiencias, el poso y el talento no son escalables y números uno siempre ha habido pocos y contados.

Vivimos, además, en una época donde no sólo se anima a la gente a emprender sino casi se le obliga a ser la mejor en lo suyo. Y se genera una enorme frustración en la mayoría de las personas, porque no tienen capacidad real para serlo.

De hecho, se ha perdido la importancia de ser un buen segundo. O tercero. ¿Acaso no es bueno ser alguien como Germán Carrizo y Carito Lourenço? ¿Acaso no querrían muchos aspirantes a cocineros tener la trayectoria de Vicente Patiño? O, volviendo al símil futbolístico: ¿alguien cree que es malo ser Luis Suárez, Bale o Neymar?

Existen, sin embargo, chefs que por su juventud, propuesta, osadía y trayectoria vital puede que acaben arriba en el escalafón, pero no es lo primero que les importa. Son gente que vive para sus platos, pero que también cultiva sus hobbies y busca inquietudes más allá de Soles o Estrellas.

La nueva generación, además, dota de música a sus creaciones. Y a sus vidas. Y confluye en este aspecto como elemento vertebrador de su propuesta. Con homenajes directos en carta o con playlist motivadoras. Pero siempre evidenciando que los acordes están casi al mismo nivel que los fogones.

Pablo Ministro, 28 años, dejó su Bodega Los Barbas en Ayora para tomar las riendas del restaurante Contrapunto. Justo debajo del Palau de les Arts. Y le da igual que arriba cante un aria Plácido Domingo. En su local suenan Led Zeppelin y David Bowie, hay comida con nombre de canciones de los Beatles y tiene más aspecto de estrella del rock que de chef. De hecho, lleva tocando la guitarra desde que su mente almacena recuerdos y ha llegado a actuar en un escenario con diversos grupos.

Rakel Cernicharo, 32 años, abrió Karak hace 10 en la calle Baja. Ella sola lo ha aprendido todo, desde la fusión gastronómica a tratar con proveedores. Vivió en Londres en una casa okupa mientras trabajaba en un restaurante. Ofrece un menú de 18 euros que mucha gente piensa que debería costar 50. Aprendió canto en su infancia y se desahoga con ello siempre que puede. Y, como Pablo, lleva tatuajes iniciáticos en sus brazos. En su caso, un ciervo que simboliza su fortaleza ante las dificultades.

Ambos necesitan de la música para cocinar. Para inspirarse. Para ponerse las pilas cuando el día no es bueno. Y para vertebrar a su equipo en torno a su filosofía. Y los dos están haciendo una cocina valiente, sin más pretensión que hacer disfrutar a la gente que los visita. Y, lo más importante, pidiendo que les ayuden a mejorar con aquello que les puedan sugerir.

Hay que probar el ‘Olé mis huevos’ de Ministro con su jugo de rabo de cerdo, boletus y sal negra y la ‘Panceta a baja temperatura’ basada en una receta de el Quijote de Cernicharo. Y escuchar ‘Space Oddity’ con ellos en el George Best Club para darse cuenta de hacia dónde va la nueva cocina valenciana.

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