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Escaladei, el origen de la cultura vitivinícola en el Priorat

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Mª Carmen González/Fotos: Fernando Murad
A los pies del Montsant, en el interior de la provincia de Tarragona, se encuentra la cartuja de Escaladei, un vasto complejo del que hoy solo quedan en pie pocos restos pero que durante siglos fue un importantísimo centro espiritual, artístico y cultural. Esta cartuja da nombre a la comarca en la que se ubica, ya que Priorat, o Priorato en castellano, no se refiere a otra cosa que a las tierras del prior del monasterio. La cartuja es, asimismo, la cuna de los reconocidos vinos del Priorat, ya que fueron sus monjes los que, si no introdujeron, sí extendieron, el cultivo de la vid en la zona.

La orden cartujana se estableció en este lugar del Priorat en el siglo XII, tras la conquista cristiana de estas tierras. En 1194 el rey Alfonso el Casto –abuelo de Jaume I– cedió a unos monjes de la orden venidos de la Provenza este lugar privilegiado, al pie de las montañas, donde tenían asegurados la soledad y el silencio que requerían. Posteriormente fundaron la cartuja de Santa María de Escaladei, el primer monasterio de la orden de San Bruno en la Península Ibérica, y por ende, ‘madre’ del resto de cartujas que se construirían posteriormente en nuestro país.

Es difícil conocer con exactitud si antes de la llegada de los cartujos a Escaladei, durante la dominación musulmana, se cultivaba viña en esta zona. En caso de que así fuera, los expertos creen que la existencia de viñedo sería escasa. Fueron los cartujos quienes trajeron desde la Provenza los conocimientos y técnicas para el desarrollo de este cultivo. Ellos fueron los primeros en reconocer y aprovechar las cualidades del terreno del Priorat para el cultivo de la vid y la elaboración de vino.

Los monjes de Escaladei tenían su propio manual para plantar viñas. De su lectura se desprende que conocían los terrenos más apropiados para cada variedad, que aplicaban estudios enológicos y que incluso seguían estrategias comerciales (de marketing medieval, podríamos decir). Así, en el manual afirman, entre otras cosas, que “no todas las plantas son buenas, ni maduran por ser la tierra fría” y que, por ejemplo, para vendimia negra “solo conviene plantar de la garnacha y mataró”.

En Escaladei se elaboraban diferentes tipos de vino, como tintos, blanco, moscatel o malvasía, entre otros, así como aguardiente. Pero no solo de vino vivían los monjes. En los terrenos dependientes de la cartuja se cultivaba oliva (y por tanto se elaboraba aceite), cereales (trigo y cebada), frutos secos (avellanas, nueces, almendras) y verduras de huerta. La orden tenía explotaciones forestales y ganaderas; criaban caballos y gusanos con los que se fabricaba seda; tenían una farmacia importante; hornos de pan; molinos de harina y de papel, y una imprenta, ya documentada en 1491.

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En la actualidad quedan pocos restos del esplendor de la vieja cartuja. En 1835, tras la desamortización de Mendizábal, los monjes tuvieron que abandonar el monasterio que fue, posteriormente, saqueado e incendiado, debido, quizás, al hartazgo de las gentes del lugar por el vasallaje y el pago de diezmos. En dos años, el edificio monacal fue destruido casi por completo.

A pesar de la destrucción, el paraje conserva una magia especial. Sus restos nos trasladan a tiempos pasados; sus piedras están impregnadas por las plegarias y rezos de unos monjes condenados al silencio. En la actualidad se han restaurado algunas zonas y se ha reconstruido un fragmento de una galería del claustro y una celda para que podamos conocer cómo era la vida dentro del cenobio.

Visita de la cartuja
Atravesar los arcos de entrada a Escaladei supone adentrarse en un mundo diferente; un mundo de austeridad y silencio, donde los monjes pasaban su vida dedicados a la oración, la contemplación y la penitencia. Una vida alejada del mundo y dedicada a la búsqueda de la perfección en Cristo para la que cumplían los votos de castidad, pobreza, obediencia y silencio.

Esta frontera entre la vida mundana y la espiritual nos la marcan dos grandes arcos de medio punto, que formaban parte de la portería de la cartuja. Este lugar, en el que quedan restos de la celda del hermano portero, solo podía ser traspasado por los monjes, personas al servicio de la cartuja y las autorizadas por el prior. Las mujeres tenían prohibida la entrada.

Tras el umbral, una senda de cipreses, en el llamado patio del Ave María, nos conduce a la fachada de Santa María, imponente entrada a la zona de clausura. Se trata de una portada del siglo XVII, con estructura de retablo, presidida por una imagen de Nuestra Señora de Escaladei.

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Desde este lugar se puede acceder a la iglesia, que conserva su estructura original; a la sala capitular, donde se ven unos dados pintados, quizás haciendo referencia a los que usaron los soldados cuando se echaron a suertes las ropas de Jesucristo; y el refectorio o comedor de los monjes.

Este comedor, del que colgaban cuadros de importantes pintores, era usado como tal solo los domingos y festivos, puesto que el resto de días los cartujos debían comer (poco) en el silencio de sus celdas. Decimos que comían poco, puesto que cuando no hacían ayuno, seguían una dieta frugal, con pan, frutas, verduras, vino y queso, y solo en algunas ocasiones huevos y pescado. La carne la tenían prohibida, incluso cuando no estaban bien de salud. En caso de enfermedad, recurrían a la sopa de tortuga. Para el suministro de estos reptiles, contaban con criaderos o galapagueras.

Coincidencia o no, en la actualidad encontramos, no muy lejos de Escaladei, en la localidad de Marçà, el Centro de Interpretación y Reproducción de la Tortuga Mediterránea.

Tanto el refectorio, como el aula capitular o la iglesia, confluían en el claustro de los recuerdos (claustro Minor o Recordationis), llamado así porque los cartujos se reunían aquí para recordar a los difuntos antes de su entierro. En el centro de este pequeño patio, restaurado recientemente, podemos encontrar la antigua fuente, en la que gorgotea el agua, y en cuyos pies podemos ver el escudo de Escaladei.

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Pero es la celda reconstruida la que definitivamente nos va a hacer comprender cómo era la vida de un monje dentro de la cartuja. Lo primero que nos sorprende es su tamaño, ya que se trata como de un pequeño apartamento, con habitación o cubiculum, patio, oratorio, sala de lectura, taller e incluso desván con mirador. Sorprendente pero comprensible si tenemos en cuenta que los monjes podrían pasar en el silencio de estas celdas 50 o 60 años.

E insistimos en el silencio, puesto que ni con el hermano que repartía la comida podían comunicarse. Este dejaba los alimentos en una especie de torno que había en la pared y el monje lo recogía, sin verle, desde el otro lado. Del mismo modo, una repisa en el recibidor era el lugar donde el cartujo podía dejar notas comunicando sus necesidades, ya fuera algún libro o tinta.

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Quizás la estancia más sorprendente de la celda sea el cubiculum, donde el cartujo dormía (vestido) sobre un austero jergón de paja. Junto a la cama, el cilicio con el que el monje podía mortificarse. En esta habitación, la puerta de un pequeño armario abatible hacía de mesa en la que el monje debía comer. Junto a la chimenea –el frío era otra penitencia–, el único elemento ‘decorativo’: una calavera y un reloj de arena que recordaban al monje la pequeñez humana y la brevedad de la vida.

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¿Pero por qué el nombre de Escaladei?
Cuenta la leyenda que el rey mandó a dos caballeros a buscar el mejor lugar para que los cartujos pudieran construir su monasterio. Estos, llegados a los pies del Montsant, quedaron gratamente sorprendidos por la belleza del lugar y decidieron conocer más cosas de la zona preguntando a un pastor. Este les habló del agua que había en la zona, de las hierbas medicinales…, y les relató un sueño que tenía cada vez que echaba la siesta bajo un árbol: veía a unos ángeles que subían y bajaban al cielo por una escalera apoyada en un pino.

Los enviados interpretaron este sueño como una señal divina y, por tanto, fue este el lugar elegido para construir el monasterio: la cartuja de Escaladei. Scala Dei, escalera a Dios. Los monjes levantaron posteriormente el altar del templo justo donde se encontraba el pino del sueño. La escalera se convirtió, asimismo, en todo un icono que se puede ver en diferentes zonas del monasterio y que ha llegado como símbolo a nuestros días, presente en etiquetas o incluso en el logo del Consell Regulador de la Denominació d’Origen Qualificada Priorat.

2 comentarios en Escaladei, el origen de la cultura vitivinícola en el Priorat

Yolanda el 31 marzo, 2016 a las 10:20 am:

Nosotros venimos el sabado dia 30 de abril a la Fira del Vi de Falset.
Es posible visitar la Cartuja ese dia ? que horarios y precio tiene ??
Gracias,
Yolanda

M. Carmen el 31 marzo, 2016 a las 7:08 pm:

En principio sí que estaría abierta,porque el día de cierre es el lunes. Pero para ir sobre seguro y evitar problemas, lo mejor es que te pongas en contacto con la Cartuja: 977 82 70 06. O en la dirección: escaladei.cultura@gencat.cat
Ellos te informarán mejor de horarios y de las diferentes tarifas existentes. Siempre recomendamos coger visita guiada para conocer mejor los secretos de cada lugar.
Si quieres más información:
http://www.es.mhcat.cat
Un saludo

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