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Cómo esculpir el cuerpo rodeado de los mejores dulces del mundo

David Blay Tapia
La fuerza de voluntad se demuestra de muchas maneras. Pero aquellos apasionados del mundo del dulce saben que no hay tentación mayor que un pastel delante de tus narices, por mucho que el médico o la conciencia te digan que no debes tocarlo. Y mucho menos paladearlo.

 La primera vez que entras al obrador Torreblanca te sorprende algo incluso por encima del maravilloso aroma que se desprende: las esculturas de chocolate, que casi a modo de museo flanquean la primera puerta antes de lo que intuyes que será uno de los viajes gastronómicos de tu vida.

Ahí es donde uno imagina, por un momento, la dificultad del oficio. No solo por la creatividad. No únicamente por la pericia que debe adquirirse para manejar materiales tan volubles. Sino, sobre todo y por encima de todo, por el hecho de no sucumbir a probar todas y cada una de las creaciones que se realizan a diario en el despacho de uno de los mejores equipos pasteleros del planeta.

En ese entorno nació y creció Jacob Torreblanca. Y allí moldeó no solo su talento (el subcampeonato del Mundo de Rimini en 2004 es uno de los muchos ejemplos de su capacidad), sino una resistencia titánica a sucumbir a sus propias creaciones a favor de su otra pasión: el fisioculturismo.

Hoy día los hijos ven a sus padres salir a hacer running o crossfit y entienden la actividad física como algo educacional, pero en las familias de los 80 pocas veces ocurría esto. Sin embargo, Paco Torreblanca siempre hizo ejercicio y sus vástagos lo vieron.

Con el atletismo como base, a los 18 años Jacob descubrió un vídeo que le impresionó acerca de un concurso de fitness con cuerpos hercúleos y ultra definidos. Y decidió que quería intentar moldear su anatomía hasta aquel nivel, si bien la juventud y una cierta inconstancia le llevaron por ejemplo a no controlar la alimentación, tomar batidos sin consultar a un especialista y ganar peso pero a nivel de grasa.

Sería hace nueve, a punto de casarse, cuando el clásico pensamiento de ‘quiero llegar bien a mi boda para verme orgulloso en las fotos dentro de 30 años’ le hizo aterrizar en manos de su preparador. Revisar y seguir (casi) a rajatabla su dieta. Y a plantearse un paso más allá de la simple afición.

Hace cuatro años que compite en campeonatos de España, los dos últimos de manera constante. Y lo que más admira su entorno es su capacidad para abstraerse del millar de tentaciones que le rodean a diario. Confiesa, eso sí, que prueba cuatro pasteles al día y que alguna vez pica algo del desayuno que a diario preparan para los alumnos de su escuela. Pero se escuda en una cuestión profesional: no puede no testar sus creaciones antes de ponerlas en el mercado.

Sus siete comidas de pollo al día en época de preparación competitiva contrastan con el hecho de no poder escapar de comidas y cenas constantes en los no menos constantes viajes que realiza. Pero, al final, siempre hay hoteles con gimnasio. Restaurantes de calidad donde puedes optar por menús saludables. La opción de no beber ningún tipo de alcohol. Y, sobre todo, la satisfacción de que te den premios como el del mejor panettone en la cuna de este dulce, Italia. Y celebrarlo con un trozo bien merecido en la boca.

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