8 junio, 2019
Ayer nos dejaba Antonio Vergara, el crítico gastronómico de referencia durante décadas en la Comunidad Valenciana. Para quiénes no lo conozcan, seguro que han visto su busto y su sombrero en la puerta de ese restaurante que les cautivó. Y es que su sombrero, que le acompañaba a todas partes, ha sido testigo directo de sus miles de artículos en las principales cabeceras de esta Comunidad, mención especial para su Anuario.
Con Antonio se marcha una generación y casi una especie en peligro de extinción: la del crítico gastronómico en toda la extensión de la palabra. Que me perdonen algunos colegas, que son las excepciones que confirman esta regla y ellos saben el aprecio profesional que les tenemos. Si Vergara hubiera llegado a la época actual ejerciendo con la energía de hace unos años, se le hubiera bautizado de influencer. Porque con su rigor ejercía una enorme influencia en el público y entre los profesionales de la gastronomía. Quizás hubiera renunciado torciendo el gesto ante un movimiento, el de las redes sociales, que ha multiplicado por cientos de miles el número de «críticos».
No se casaba con nadie, lo que siempre hace que estén contigo o contra ti. Sin término medio. Admirado y odiado a partes iguales. Pero eso quizás es el legado más difícil de mantener de cuanto nos deja: la independencia en este cada vez más ingrato mundo del periodismo.
Con todo, sirvan estas líneas para desear toda la fuerza a la familia. DEP.
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