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Viticultura romántica, ética y comprometida con el territorio

31 enero, 2018

. «El sello ecológico no debería existir, pues la llamada práctica ecológica debería ser lo normal. En todo caso tendría que haber un sello de ‘no ecológico'»

. Celler la Muntanya recupera y trabaja variedades autóctonas como la farannà, la bonicaire o la mas de botí

Mª Carmen González

Emplazada en el corazón de la Serra de Mariola, Celler la Muntanya es una pequeña bodega que, alejada de los cauces típicos y desmarcada de la DO, desde ‘lo pequeño’ y el minifundio trabaja por elaborar vinos de calidad, apegados a la tierra y comprometidos con su territorio y sus gentes. Una bodega defensora de una viticultura ética y digna, recuperadora del pasado y ‘regeneradora’ de semillas para que pueda pervivir en el futuro.

“El paradigma no ha de ser producir para vender, sino producir para aportar valor”, nos cuenta el responsable de esta bodega ubicada en Muro de Alcoi (Alicante), Juan Cascant. Toda una declaración de intenciones. Y es que Celler la Muntanya, adherida al movimiento Slow Food, no solo persigue una rentabilidad económica, sino también social, medioambiental y cultural.

Cascant es el impulsor de la bodega y también del proyecto Microviña, por el que se ha llegado a acuerdos con agricultores de las comarcas del Comtat, l’Alcoià y la Vall d’Albaida, en el sur de la provincia de Valencia y norte de la de Alicante, para recuperar viejas viñas y pequeñas parcelas de viñedo abandonado y replantar variedades autóctonas. “Microviña fue la herramienta que Celler usó para tener vinos, llegando a tratos a la vieja usanza con los agricultores”, explica Cascant.

Celler de la Muntanya tiene su punto de partida en la idea romántica que Cascant posee de la agricultura, en su deseo de volver a elaborar vino en una zona en la que antaño se hacía, pero que por circunstancias de la vida (y del mercado) se fue perdiendo poco a poco. Deseo de volver a cultivar las variedades que sus antepasados, que generaciones anteriores trabajaron y disfrutaron, y hacerlo de manera tradicional, con la mínima intervención posible y el mayor respeto a la madre tierra.

El Celler nació, pues, sin intención de ser una bodega, casi como un juego entre Juan Cascant, un delineante de Muro y unos amigos que, como tantas personas de la zona, poseía un campo. Quizás por ello, nos cuenta Juan, “pusimos por delante mucha más libertad que aquellos que hacen números y que tienen un esquema empresarial por delante”.

Aunque a Cascant le abruma el término filosofía aplicado a su bodega, podemos deducir que la de su Celler la Muntanya está muy clara. Y es la de elaborar vinos “con fundamento ético”, pagando precios justos a los agricultores, respetar el medio ambiente y la de ganarse la vida “dignamente”. “Pretendemos mantenernos fieles al territorio y que la gente cuando se beba nuestra botella se beba también nuestro paisaje”, afirma el bodeguero, quien insiste en que su objetivo es “ser fiel a nuestro origen o lugar”.

De Celler la Muntanya salen, en la actualidad, 13 referencias de vino procedentes de 28 microviñas, algunas plantadas y otras recuperadas. Son vinos similares a la tierra de la que nacen, “ni llana, ni agreste, potente, divertida y elegante”. Vinos de contundencia mediterránea, algunos de ellos elaborados al 100% con variedades históricas como la bonicaire, “una variedad interesantísima que casi perdemos en la Comunidad Valenciana”, la Mas de botí o la malvasía.

En su afán por usar/recuperar variedades históricas, el Celler trabaja también con parraleta o con la farannà, con la que se está haciendo ahora una primera vinificación. Asimismo, utilizan tintorera, “aquí más intensa por ser una zona de montaña”, merseguera, verdil, monastrell, giró o syrah.

Son vinos que se venden, principalmente en el exterior, en lugares como Dinamarca, Holanda, Estados Unidos o Japón, algo que no deja de ser un tanto paradójico en una bodega que defiende y aboga por el producto de proximidad. “Al no ser Muro un lugar conocido y habernos desmarcado de la DO y de los cauces típicos, se nos conoce más en el exterior que aquí en casa”, se lamenta Cascant.

Las etiquetas de sus vinos no dejan lugar a dudas de su amor y respeto por el lugar en el que nacen. En ellas podemos encontrar las siluetas del Montcabrer, el punto más alto de la Serra Mariola, y del Benicadell, pico de 1104 metros en la ‘frontera’ que divide las provincias de Valencia y Alicante. Algunos de sus nombres también nos transportan indefectiblemente a la zona, como Albir o Paquito el Chocolatero, universal pieza musical compuesta en 1937 en Cocentaina por Gustavo Pascual Falcó, padre de uno de los microviñeros del celler.

Microviña

La misión Microviña es, esencialmente, rescatar viñedos abandonados y restaurar y replantar variedades autóctonas. Es un proyecto, sin embargo, que va mucho más allá, pues nace unido a una serie de elementos transversales como la poesía, la arquitectura, la economía, el urbanismo… “Empecé a organizar congresos del minifundio y aquí se vio que Microviña era susceptible de ser útil para más bodegas además del Celler”, explica Juan Cascant.

Esta iniciativa ha creado un sello, que será oficial en un futuro, y que avala una determinada manera de actuar que se resume en cinco puntos: el pago de un precio justo de la uva al agricultor, proporcional a la venta del vino (“si no no se puede hablar de recuperación del entorno ni de conceptos éticos”); vocación de respeto a la naturaleza y uso de un porcentaje importante de variedades históricas/autóctonas; responsabilidad social (se ha de aportar y cooperar en el entorno, “hay que ser útil con la sociedad y el mundo en el que vivimos”); promoción teniendo en cuenta la cultura del lugar, y función didáctica.

Cascant hace una serie de precisiones en estos requisitos. Así, en el que hace referencia al respeto a la madre tierra, comenta que no es necesario que los viñedos dispongan de sello ecológico. “Lo que importa es que lo sean”, destaca. Es más, el sello ecológico cree que no debería existir, puesto que el hacer un producto de esta naturaleza debería ser lo normal. “Puedes tener un sello ecológico y luego tener a una cuadrilla explotada en negro”. En todo caso, continúa, “lo que debería existir es un sello de no ecológico”.

En cuanto al marketing, comenta que no se trata de “vender la burra”, sino de destacar en las promociones –y “tener un vínculo fehaciente”–, los elementos creativos que hay alrededor, vinculados a la tierra, como la historia, la pintura, la arquitectura, la música o la gastronomía.

Por último, destaca que la educación es fundamental, ya que es esencial que llegue a la sociedad el mensaje de que quedarse en un lugar y trabajar el campo para tener algo propio es algo positivo. En este sentido, comenta que Microviña tiene viñedos plantados en institutos. Es una manera de que lo que él hace con las vides de la zona “quede como testimonio para que los que vienen detrás puedan seguir”.

El Celler la Muntanya desarrolla, asimismo, una ruta podríamos llamar ‘enoturística’, término que no es muy del agrado de Cascant. “Es un encuentro entre amigos”, en el que se disfruta del paisaje y del típico ‘esmorzaret’ (almuerzo) de la zona, y en el que el discurso varía según las curiosidades de cada grupo. Y es que cada uno, explica, “viene movido por algo”. Así, se puede hablar de humanismo, de medio ambiente, de historia, de arquitectura, “e incluso de vino”, bromea.

El vino, comenta, tiene glamour, mucho más que otros productos “una potencia increíble que es necesario devolver a la sociedad”. El vino “puede tirar de territorio si se hace honestamente. Además, afirma, “propicia la conversación, y si la gente conversara tendríamos más puntos de encuentro que de desencuentro”.

Cascant cree firmemente en su proyecto, aunque es consciente de que es pequeño y de “visibilidad limitada” y que no puede (y posiblemente no quiere) competir con los grandes. “Si somos pequeños y vivimos en el mundo rural, nos damos cuenta de que no podemos ser grandes ni competir con ellos. Entonces, una de dos: o abandonamos y nos vamos a la ciudad, o reconocemos que para rescatar el mundo rural hay que defender las cosas pequeñas”.

“No podemos competir con precio con los grandes; hay que producir para aportar valor”, indica Cascant, quien comenta que su idea no es una utopía, “porque la utopía cuando la enuncias, inicia su fin”.

 

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