18 abril, 2022
Texto e imágenes: Mª Carmen González
El dedo del empleado marca el número ocho. En pocos segundos el ascensor llega a su destino, se abren sus puertas y la ciudad de Burdeos aparece, tranquila pero imponente, ante nosotros. Estamos en el belvedere o mirador panorámico de la Cité du Vin, el lugar en el que acaba, copa en mano, nuestra visita a la Ciudad del Vino, el gran espacio bordelés en el que podemos aprender de manera amena e interactiva todos los secretos de esta bebida.
Tras explorar los 3000 m2 de la exposición permanente no queda otra que poner en práctica todo lo aprendido y degustar un vino en la última planta del edificio, en un mirador a 35 metros de altura que permite una visión en 360º de la ciudad. Con la entrada a la Cité, el visitante tiene la oportunidad de probar, en un entorno muy especial, un vino de entre 15 propuestas que el museo renueva periódicamente.
La selección de vinos proviene de 50 regiones vinícolas del mundo, como Rioja, Alentejo, Galicia, el valle de Bekaa en el Líbano, Grecia… y por supuesto, Burdeos. Para los más pequeños o para aquellos que no quieren/pueden tomar alcohol, la Cité ofrece un mosto ecológico elaborado en el suroeste de Francia.
Así, con un vino francés, español, italiano, rumano o libanés en la mano, el visitante puede contemplar unas vistas extraordinarias de la ciudad, con el río Garona a sus pies; el moderno puente levadizo Jacques-Chabas-Delman; descubrir una antigua base de submarinos nazis o un inquietante platillo volante, o admirar el skyline de la ciudad, con las agujas góticas de las iglesias de Saint-André o de Saint-Michel sobresaliendo entre los tejados.
La cata en el mirador es el mejor final para una visita a este moderno edificio construido por la agencia parisina de arquitectura XTU Architects, un lugar único en el mundo en el que el vino se encuentra presente en su dimensión cultural, histórica, patrimonial y universal. La Cité du Vin rinde homenaje a los viñedos de todo el mundo a través de una exposición permanente, exposiciones temporales, talleres enoculturales y numerosos eventos. El edifico alberga también tiendas y restaurantes.
Exposición permanente: 19 espacios temáticos
El recorrido por la Cité se hace acompañado de un dispositivo electrónico con auriculares con el que se puede consultar la información relativa a los diferentes paneles y espacios en ocho idiomas diferentes. Además, la señalización está disponible en tres idiomas: francés, inglés y español. La exposición permanente, que abarca 19 espacios temáticos, recrea de forma innovadora, gracias a la tecnología digital e interactiva, la epopeya de la cultura del vino. El visitante, unas veces de forma activa y otras como simple espectador, sentado o de pie, va alternando experiencias individuales y colectivas, pedagógicas, inmersivas, oníricas, multisensoriales…
En la Cité es posible conocer la historia del vino, el uso que ha hecho de él cada civilización, su proceso de elaboración, las diferentes variedades de vid, las regiones vitivinícolas del mundo… Muy interesante resulta el ‘buffet de los sentidos‘, en el que podemos descubrir, gracias a unas campanas que desprenden olores, los aromas de tintos y blancos. Una experiencia sensorial con la que poner a prueba nuestros recuerdos y nuestra pituitaria e intentar encontrar matices lácteos, cítricos o florales.
La visita a la Cité du Vin tiene una duración media de entre 2 y 3 horas, aunque los más apasionados pueden pasar perfectamente un día entero en la exposición permanente, ya que esta comprende cerca de 10 horas de contenido.
Comer
Además de disfrutar del vino, en la Cité también es posible hacerlo de la comida, gracias a Latitude 20, que incluye una cafetería, un restaurante y un bar de vinos con etiquetas de todo el mundo, y a Le 7, un restaurante panorámico ubicado en el séptimo piso.
Si no queremos comer en el interior de la Cité, podemos hacerlo de manera mucho más informal en les Halles de Bacalan, justo enfrente del edificio. Se trata de un mercado cubierto, con una amplia terraza, donde se pueden degustar numerosos productos, desde quesos de la zona, a ostras de la cercana bahía de Arcachon, pinchos, embutidos y, no podía faltar, vino de Burdeos.
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