17 noviembre, 2020
Texto: Olga Briasco/Jaime Nicolau // Fotografía: Daniel Duart
Campos de olivos y viñas, y huertas dejan una estampa impresionista con sus tonalidades de verde y ocre. Un paisaje que antaño estaba salpicado por unas ochenta bodegas y unas cien masías que llenaban de vida los términos de La Font de la Figuera, Fontanars dels Alforins y Moixent. Una tierra próspera en la que las familias elaboraban su propio vino y aceite, y donde la sociedad vivía al ritmo que marcaba la cosecha y las necesidades más inmediatas.
Hoy, ese modo de vida queda en el recuerdo, al igual que la Vía Augusta que cruzaba estas tierras y aún se aprecia junto a antiguas masías que esconden polvorientas bodegas fondas. Manuel García-Portillo conoce bien esa tierra, que le trae al recuerdo noches estrelladas, aprendizajes en el campo y tiempos en los que el inicio del otoño se celebraba con la vendimia. Aquello quedó atrás cuando su familia, como tantas otras de su generación, abandonó Moixent.
Al tiempo que Manuel García-Portillo se forjaba como el empresario que sería después, Moixent languidecía al ver cómo las familias marchaban a las aldeas vecinas. La misma suerte corrieron las propiedades de sus abuelos, conocidos como Els Llauradors, que pasaron a otras manos hasta que sus puertas se cerraron definitivamente. Muchas de esas construcciones quedaron en ruinas y los campos crecieron salvajes.
Un valle al que Manuel García-Portillo desea devolverle la vida, como empresario y como hijo de este territorio. Un sueño que lleva moldeando desde 2015 a través de Proyecto Origen, con el que pretende devolver el esplendor a Moixent atrayendo a personas que sientan el territorio, alejándose de la vida moderna que «nos vendieron que era mejor».
Una quimera para recuperar el legado de antepasados que dieron en vida su herencia y que posteriormente la siguiente generación abandonó: «Posiblemente sea el momento de que una parte de la población deba hacer el camino inverso de la ciudad al territorio, de darnos cuenta de que un mundo mejor es posible en el territorio».
García-Portillo representa a esa generación que creció en los pueblos y luego marchó a la ciudad: nació en Cervera del Maestre (Castellón) en 1953 y su infancia transcurrió entre Cervera, Moixent y Xàtiva hasta que se mudó a València. Marchó pero su vida quedaría por siempre vinculada a sus orígenes. Tras formarse como ingeniero técnico agrícola en la Universitat Politècnica de València y trabajar en la empresa privada, en 1980 fundó junto a tres compañeros de estudios Tecnidex, una empresa química, de tecnologías y servicios para el sector postcosecha de las frutas y hortalizas de calidad. «Todo mi proyecto de vida se ha desarrollado pensando en el medio rural, agrícola y forestal porque allí viví y de allí me siento».
Tras casi cuarenta años al frente de Tecnidex, Manuel García-Portillo decide regresar y emprender Proyecto Origen: «Mi sueño es devolver todo lo que me dio esta tierra y hacerlo atrayendo a personas que también conecten con el entorno rural». Un paso hacia delante que inició con la compra de la Casa La Muda —pertenecía a su familia— y tras la venta del 75 % de Tecnidex a la empresa americana AgroFresh.
Sobre ese pasado es necesario volver a poner los cimientos de la nueva era. De ahí que la primera fase de Proyecto Origen se centre en adquirir y reconstruir masías abandonadas, recuperando bodegas y almazaras artesanas, y cultivando viñedos y olivares. «Cada una de estas masías recoge la esencia de antaño, donde las personas cultivaban sus propios alimentos, vendían el vino o aceite que elaboraban y se comunicaban los unos con los otros».
Una filosofía que se acerca al agroturismo, en el que antiguas casas de labranza son rediseñadas para ofrecer experiencias que se caracterizan por el estrecho vínculo con la naturaleza y cuyo fin primordial es «potenciar una agricultura sostenible y un comercio de proximidad impulsando el arraigo de las personas a su territorio e intercalándolo con talleres».
Ha adquirido siete masías, cuatro en Les Alcusses de Moixent y tres en la sierra de Moixent, y al final del proyecto habrá invertido unos diez millones de euros. Algunas plantean ya posibles usos: la masía Mas del Fondo podría ser un alojamiento rural de unas dieciocho habitaciones; la masía Altet de Reguera una bodega en la que vender los vinos que se hagan en cada una de las masías… Además, masías como la de Sant Antoni, contarán con bibliotecas temáticas para inculcar la pasión por el vino y estas tierras.
En ese afán por conectar a las personas con la tierra, Proyecto Origen plantea desarrollar una agroindustria sostenible en las masías. Lo hará gracias a las cerca de doscientas hectáreas de viñas y oliveras que rodean las parcelas y servirán de motor para potenciar el comercio de proximidad. Se realizará siguiendo con esa filosofía de devolver al territorio el valor que nunca debió perder y que ha llevado al enólogo Diego Fernández a cruzarse en el camino de García-Portillo para ser mucho más que un ‘hacedor’ de vinos y aceites.
En Proyecto Origen se agranda la figura del Diego agrónomo que lleva años reivindicando la importancia de dar valor al medio rural, que desde hace miles de años ha sido autosuficiente con el policultivo, y dignificar la profesión de agricultor, porque «solo así seremos capaces de mantener el equilibrio del planeta, de otorgar el peso que merece la biodiversidad».
Esa batalla romántica y filosófica ha marcado la trayectoria de Diego Fernández, que ha diseñado proyectos vinícolas basados en ese respeto al origen y a la biodiversidad pero también es una constante en su faceta docente, tanto en la Universitat Politècnica como en los cursos de formación que dirige en la Denominación de Origen Valencia. Sabedor del carácter vertebrador y de arraigo que el mundo del vino es capaz de ofrecer en la lucha por aliviar el problema de la llamada ‘España vaciada’, comenta que «tantas civilizaciones y generaciones han pasado por nuestro medio rural, que no podían estar equivocadas».
Diego Fernández tenía que aportar al proyecto algo tangible de ese poso que almacena como enólogo. Y, como no podía ser de otra manera, en sus manos recae la responsabilidad de la elaboración de vino y aceite propio de cada masía. Con algunos viñedos todavía por diseñar, en Navidad será posible degustar el vino blanco de Casa Turús (variedad Malvasía) y, más adelante, se completará el portfolio con otras dos monovarietales y un tinto coupage , aunque todo puede virar hacia donde sea necesario, dependiendo de la evolución de cada una de las elaboraciones.
Como si de un alquimista se tratase, Diego Fernández trabajará en busca del elixir soñado pues tiene claro que tan solo se comercializarán diez mil botellas de un producto excepcional y ecológico. Y lo hará bajo tierra, en la bodega fonda de Turús, cuya historia se puede remontar al siglo XVIII. De momento, el vino blanco Casa Turús es el primero pero pronto le acompañarán otros vinos de otras variedades.
En cuanto al aceite, están pensando también en una elaboración virgen extra premium , con una producción limitada en este primer año a las trescientas botellas. Ambos insisten en que es un proyecto abierto a día de hoy, que se va consolidando y definiendo poco a poco, como lo hacen los vinos con impronta. Por ello, Manuel García-Portillo prefiere dejar claro el fin último del proyecto: «recuperar los principios, valores, creencias, tradiciones e historia de Moixent».
El horizonte es 2023, cuando todas las masías estén rehabilitadas y las personas a las que les gusta la naturaleza y el agroturismo vuelvan a llenar de vida todas ellas. Será entonces también cuando el Club Origen y Futuro sea un punto de encuentro para quienes amen el territorio, deseen intercambiar opiniones y vean en la ciudad un modelo insostenible.
Solo en ese momento será cuando aquel pasado y aquellas sabidurías de la tierra regresen al presente. Y lo harán junto a personas enamoradas de la vida rural que buscan la paz y la felicidad que no supieron encontrar en las ciudades. Será entonces cuando el sueño de Manuel García-Portillo se haga realidad.
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