2 octubre, 2020
Colin Harkness / Twitter: @colinonwine / Instagram: colinharkness53
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Cuando Cristina Rodríguez Vicente (www.mdealejandria.com) era pequeña, el mejor amigo de su padre, el vecino de la finca de al lado, solía traer por Navidad una botella de vino de postre casero.
Estaba hecho a partir de viñas viejas moscatel de los alrededores de su casa. A Cristina le dejaron dar un sorbo y le pareció el dulce néctar de los dioses. A partir de entonces, empezó a darle la lata a su papi preguntándole si él también iba a elaborar un poco de ese néctar con las viñas viejas de los alrededores de su finca.
Para tranquilizarla, la respuesta normalmente era un ‘bueno, puede que sí. Algún día. Ya veremos’ hasta que lo volviera a pedir en las siguientes navidades. Por alguna razón, esta idea nunca se hizo realidad. O al menos hasta 2014 cuando Cristina, tras haber heredado las tierras y haberse construido su propia casa al lado, decidió intentarlo y hacer realidad el sueño de aquella niña pequeña y de esta forma rendirle homenaje a su padre con este tributo personal.
Es una idea genial, pero no es tan sencillo. Por eso Cristina se puso manos a la obra y empezó a aprender todo lo que pudo sobre viticultura. Con los consejos que le dieron, replantó la finca y se aseguró de usar un clon de la Moscatel de Alejandría. En lugar de usar el viejo método del cultivo en vaso, decidió usar espalderas con postes de madera y pensó en el medioambiente también. Aparte, también pensó en replantar en una de las siete diferentes parcelas donde se decía que las vides crecían mejor según los suelos de la zona.
Se plantaron en diferentes parcelas una hectárea y media de nuevos viñedos y cada uno con diferentes tipos de suelo. Esta increíble cualidad del terreno se suma a la singularidad del vino resultante. Si se lo hubieran dicho a Cristina cuando era joven, quizás hubiera reconocido estas sutiles diferencias en los sabores que destilan las uvas de cada terreno. También se habría percatado, como me ocurrió a mí cuando la visité, de la diferencia bastante marcada en los colores de los suelos, que iban desde un arcilloso intenso hasta un blanco tiza.
En su mente almacenaba ese sabor de la uva y parte de su misión al elaborar su vino, que finalmente se llamaría M de Alejandría, era intentar replicar ese mismo sabor en sus vinos. Un reto mayúsculo. Pensemos en la manera en que los periodistas de vino describen los sabores y los aromas de los vinos que prueban: Cabernet Sauvignon sabe a grosella negra; Sauvignon Blanc, a grosella silvestre; Monastrell, a ciruela; Bobal, a cereza negra y suma y sigue. ¡Ninguno de nosotros escribe sobre el sabor de las uvas!
Cristina necesitaba el consejo de otros y uno de ellos fue el legendario Daniel Belda de las epónimas Bodegas Daniel Belda, DO Valencia, un gran defensor de las variedades de uva autóctona y que, además, cree en la calidad que pueden tener los vinos elaborados con mimo a partir de Moscatel de Alejandría.
A Cristina le hicieron una propuesta muy inusual e innovadora: ¿Y por qué no hacer M de Alejandría al estilo del vino de hielo? ¿Se podría mantener así el maravilloso aroma y sabor del vino y forjar un vínculo directo entre el viñedo y la copa?
Muchos lectores sabrán que quienes abanderan el vino de hielo son los bodegueros canadienses y alemanes, así como algunos otros países en los que, en el cambio de otoño a invierno, las temperaturas nocturnas son tales que las uvas de las vides se congelan. Las uvas congeladas se cosechan, se prensan y finalmente producen algunos de los mejores vinos dulces del mundo.
Una idea fantástica, pero, oye, ¡que nunca vamos a alcanzar esas temperaturas en los viñedos de l’Alberca de Cristina en el sitio donde están, en el campo, a las afueras de Teulada, Alicante! ‘No te preocupes –le dice Daniel– las congelaremos nosotros mismos’.
La cosecha en l’Alberca tiene lugar, evidentemente, cuando las uvas han madurado y se lleva a cabo los jueves. Por la madrugada, cuando todavía está oscuro, los jornaleros vienen y comienzan a trabajar en cuanto el amanecer proyecta su primer rayo sobre el viñedo. Los racimos se ponen cuidadosamente en pequeñas cajas que se apilan de manera que ninguna uva se aplaste y entonces se llevan al momento a un camión refrigerado.
Las uvas, ya frías después de la noche, empiezan a enfriarse aún más. Al final del día, el camión, ahora lleno, se lleva en el frío de la noche a las Bodegas Daniel Belda y las uvas pasan el fin de semana enfriándose hasta el lunes o el martes se congelan. Entonces, como habrás adivinado, se prensan y el zumo se fermenta sin necesidad de añadir levaduras comerciales.
De esta manera, se imitan las condiciones que se encuentran en climas mucho más fríos como en Canadá o Alemania.
Bueno, todo esto suena maravilloso, ¿no? ¿Pero cómo es el vino? ¿Y qué tal los perfiles aromáticos y gustativos? ¿Sabe bien?
Pues bien, mi respuesta es un rotundo sí. Cristina fue muy amable y me invitó a sus viñedos para que pudiera ver por mí mismo los suelos, las diferentes parcelas, las vides repletas y con la maravillosa Moscatel de Alejandría casi en su punto perfecto de maduración a comienzos de septiembre. Tanto el proyecto como la propia Cristina y su encantadora historia me cautivaron; además de su pasión por el vino que han creado y el homenaje a su padre.
Mientras hacíamos el tour por cada parcela, me animaron a que probara las uvas de cada zona. Había diferencias muy sutiles entre ellas, pero todas tenían una fragancia floral y un sabor carnoso. Además, me fui con un par de kilos de ellas a pesar de que me quejé de que era como robarle a ella o a sus clientes por lo menos lo que vale una botella de vino. Cristina también me sugirió que congelara algunas para disfrutarlas y comérmelas recién sacadas del congelador. Cosa que, por supuesto, hice.
Además, también probamos su asombroso M de Alejandría a la sombra del porche que había diseñado especialmente para lucir igual que uno de los antiguos riurau que se usaban en la comarca hace más de un siglo para secar la uva moscatel.
El vino es un auténtico deleite y al probar una uva recién cogida de un racimo… ¡Era increíble! Cristina ha hecho exactamente lo que se propuso hacer. El vino tiene una cautivadora y fresca fragancia a pétalos blancos que se mezcla con aromas a uvas pasas. En boca es dulce, con una sensación a uvas frescas en el frente; tiene también lo indicado para ser un vino de postre, un toque de acidez que mantiene el frescor del vino.
M de Alejandría se puede encontrar tanto en restaurantes con estrella Michelin como en otros restaurantes de calidad, así como en tiendas de vino selectas. ¡Os recomiendo encarecidamente invertir en una botella o dos de este excelente vino que encierra toda una historia en su interior!
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