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Un brindis por la hostelería bien entendida

27 enero, 2021

David Blay

Como cantaba Joaquín Sabina, ‘puedo ponerme triste y decir’ que no entiendo la vida sin una copa de vino en una terraza de Ruzafa a media tarde. Como tampoco la concibo sin la ilusión de abrir una botella en casa para compartirla con mi mujer mientras descubrimos una nueva etiqueta que no conocíamos.

También ‘puedo ponerme cursi y decir’ que en medio de todo lo que estamos viviendo, la mejor manera de evadirnos pero también de homenajear a los que ya no están es bebiendo a nuestra salud y a su recuerdo. Al tiempo que mantenemos a flote una industria que si de algo sabe es de trabajar al aire libre, a largo plazo, para conseguir un producto que haga felices a las personas. Justo los tres déficits que presenta la mayoría de la clase política española, empezando por la valenciana. Sea del color que sea.

‘Puedo ponerme humilde y decir’ que ante tamaña pandemia hay cosas más importantes que beber bien. Pero es que lo que nos suele salvar de nuestros demonios es la gente, el hedonismo y compartir penas y alegrías. Y ya ni siquiera podemos hacer eso (en parte, todo sea dicho, por cierta irresponsabilidad individual, si no generalizada sí presente en nuestra sociedad).

‘Puedo ponerme digno y decir’ que desde aquí, aunque no seamos los actores más importantes para doblegar la curva, tratamos de aportar luz en forma de recomendaciones que generan un doble impacto: seguir dando trabajo a personas honradas y pequeñas satisfacciones a las más esforzadas. Porque tota pedra fa pared.

Si no hemos podido pedir un tinto en una barra, lo hemos hecho en una terraza. Y si no podíamos quedar seis amigos, lo hacíamos cuatro. Si no teníamos la opción de visitar una bodega, comprábamos su producto online o en los mercados. Y si íbamos a un restaurante cuya gente nos importaba, aparte de darles las gracias por seguir abiertos les pedíamos una botella un poco más cara de lo que solíamos. Esa era nuestra forma de ayudar.

Pero asistimos a decisiones incomprensibles como mantener interiores de centros comerciales abiertos, cuando hace meses que sabemos que la mayor fuente de contagio son los aerosoles. Obligar a cerrar las terrazas, donde si bien demasiada gente se ponía demasiado cerca, en realidad (según palabras y datos hechos públicos por nuestros representantes electos), no constituía uno de los focos de incidencia principal. O no permitir visitas a lugares en la montaña, cuando es el aire libre lo que nos salva de este virus.

Y mientras, demasiada gente deberá pasar el rato ‘a la orilla de la chimenea. A esperar que suba la marea’. Sin saber si este cierre será el definitivo. Sin ayudas sensatas a un sector del que luego no para de presumirse externamente. Y sin datos fiables que corroboren, una vez más, el porqué de la toma de decisiones.

Brindamos por vosotros con cualquier buen vino valenciano, amigos. Esperando que volváis, si no todos por desgracia, sí la mayoría. Y dándoos las gracias por arriesgar vuestro dinero y vuestra salud. Mientras otros, sin la presión de pagar IVAS y autónomos o de no poder dar un sueldo a su gente, se quedan sin excusas tras ser incapaces de ver venir lo que era evidente desde hace meses.

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