9 abril, 2021
David Blay
Ha habido que esperar a una pandemia para que incluso un pueblo tan disfrutón como el valenciano se diera cuenta, en conjunto, del valor de paladear los pequeños placeres.
Hasta las nuevas tendencias, y la necesidad de probar variantes nacidas del tedio del confinamiento, nos han llevado a apreciar combinaciones apartadas. Tanto, que parece mentira que no hayamos sido capaces de plantearlas antes.
Hemos pedido vino a domicilio. Mucho. Y cuando hemos podido salir, sabedores de que las aperturas podrían desembocar en nuevos cerrazones hemos disfrutado encargando en los restaurantes botellas que teníamos reservadas para ocasiones (nos decíamos) más especiales.
Y no nos engañemos: nos hemos atiborrado a chocolate. Porque aunque hayamos buscado guardar la línea con recetas saludables y ejercicio en estático, la mente y el cuerpo nos pedían bocados que nos sacaran de la realidad. Aunque fuera solo por un instante.
Por eso no deja de ser curioso que apenas hayamos hablado, o escrito, de su combinación. Y cuando preguntas a personas de referencia en los dos ámbitos, te encuentras con una nostalgia no vivida de lo que podría haberse convertido en un camino singular. Al menos en España.
Cuando Utopick era todavía un negocio incipiente, su inquieto fundador Paco Llopis y un no menos activo Juan Ferrer de Enópata Patraix decidieron obsequiarse (e invitar a dos afortunados amigos más) con una prueba a puerta cerrada. De aquello hace más de un lustro. Y por alguna razón no ha vuelto a repetirse.
La premisa partió de la experimentación pura: degustar una selección de vinos y tratar de maridarlos con los chocolates presentes en la tienda en aquel momento. Con un ‘speech’ de cada producto y un acercamiento conjunto a los aromas encontrados.
Antes incluso de conocer las conclusiones lo que allí descubrieron fueron historias paralelas. De agricultores esquilmados y también de un mercado injusto para ambos sectores.
Allí Paco se encontró por primera vez con el olor del yute. Y también con que no había forma humana de maridar sus productos con cava alguno, a pesar de que la tradición dicta que siempre (o casi) se tomen juntos en celebraciones especiales.
Pero además, al margen de la obviedad del casamiento con caldos dulces, se les abrieron los ojos con combinaciones de tintos con mucho cuerpo y hasta rosados merced a los frutos rojos de alguna tableta.
De aquello han pasado ya más de seis años, pero todavía la cara de ambos se ilumina al recordarlo. Y quizá, en tiempos de disrupción, pueda convertirse en el germen de un nuevo movimiento. El de la despenalización del dulce, escogido con mimo y consumido con precaución. Exactamente el mismo camino que ha ido tomando el vino en los últimos años.
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