1 noviembre, 2019
La Alcoi del siglo XXI vestida como la de finales del XIX. Y la cocina del chef Jorge Sanus, de L’Amagatall de Tota. Pasado y presente unidos por la Semana Modernista.
Texto y Fotografía: Rubén López Morán
Siempre hay que dejar atrás, en el momento de partir, algún pretexto para volver. Y la ciudad de Alcoi está llena de ellos. Además, de un tiempo a esta parte, los promueve. Como por ejemplo, la Semana Modernista –cumplida ya su 3ª edición desde su puesta de largo en 2017–, que se celebra a mediados de septiembre. Una excusa perfecta para visitar una ciudad que alcanza el clímax con su Fiesta de Moros y Cristianos en abril. ¿Estamos ante una glamurosa operación de marketing para aumentar las pernoctaciones? Es probable. Aun así, bendita iniciativa, de una ciudad que cuenta por fin con su señora autovía que la une a Valencia en hora y media. No obstante, Alcoi sigue debatiéndose en una geografía de fuerte carácter. Acunada por las montañas de la Sierra Mariola, por un lado, y la Font Roja, por otro. Dos monumentos que por sí atraen muchas llegadas, siendo como son dos obras de la naturaleza eternamente inacabadas.
Durante la Semana Modernista la ciudad se viste de los pies a la cabeza de la época que dejó su particular impronta en su paisaje urbano. Una época dorada que dejó por supuesto sus luces y sombras. Nos remontamos a la España de finales del siglo XIX. Cuando la Revolución Industrial estaba en pleno apogeo. La tierra alcoiana disponía de todos los recursos para convertirse en un gran polo de desarrollo. Numerosas fueron las fábricas que se emplazaron a las orillas de los cursos fluviales del Serpis y el Molinar que les proveían de la fuerza motriz. Papeleras e industrias textiles encumbraron una clase social que no se conformó con imitar los gustos estéticos de la clase dominante del Antiguo Régimen: la nobleza. La burguesía necesitó dar rienda suelta a sus propias inquietudes y ambiciones. Se impuso un borrón y cuenta nueva. Un pasar página del apergaminado Neoclásico y dar la bienvenida al Modernismo.
La bocina y la línea curva
A partir de ahí tanto el tiempo como el espacio cobraron otra dimensión. El tiempo dejó de estar pautado por el vuelo de las campanas, sustituido por la bocina de las fábricas; y el espacio se deshizo de las paredes plomizas y se abrió a ventanas y miradores de líneas curvas. Los nuevos materiales constructivos permitían que la luz natural se filtrase entre los pilares de hierro que levantarían las viviendas de la clase que tomaba las riendas de la sociedad. Inmuebles que mudaron de piel y espinazo. Los ejemplos de esa nueva arquitectura son numerosos en Alcoi, teniendo en la Casa del Pavo, el interior del Círculo Industrial; y las Casas d’Escaló y Laporta, la primera obra de Vicente Pascual, la segunda, de Timoteo Breit, sus cumbres. Y en las familias Gisbert, Aracil, Vicens, García los apellidos que las financiaron. Una revolución que tuvo un precio. El que pagó los que sufren la historia, los que la padecen; en aquella época, la clase obrera.
Hoy sin embargo todo parece distinto. La sociedad actual parece haber superado eso de la lucha de clases. Un motor de la historia gripado desde que cayó el Muro. Además, en la actualidad, otras son las industrias que emplean los brazos, como por ejemplo la del sector turístico. Una industria que a los españoles de bien les permite ir trampeando las crisis que se suceden al ritmo de diapasón. Y sobre la cultura que predomina aquí y ahora, no parece haber muchas dudas al respecto: la del envase, que necesita como agua de mayo, efemérides a tutiplén para tener un hilo conductor.
Aun así, bienvenida la efeméride que invite a echar la vista atrás. Hoy la Semana Modernista se vive de un modo festivo, pero en un futuro bien podría explicar el “Mundo de Ayer”, aquel que hace un siglo llevó a las potencias coloniales europeas a la I Guerra Mundial. Obviamente España se mantuvo neutral, porque hacía tiempo que había dejado de serlo, aunque hizo sus pinitos. Desastre de Annual al canto (1921). Un dato histórico que la Semana revive con una manifestación donde las clases populares protestan a voz en grito contra el sistema de reclutamiento que permitía a los hijos de los senyorets zafarse tras un rescate económico. Y tal vez la Semana Modernista impulse la puesta en valor del legado arqueológico-industrial que se cae a pedazos en las riberas del Molinar, y que fue el que en realidad nos trajo hasta aquí. Una asignatura pendiente de la Alcoi actual. Y no lo dice este viajero de tres al cuarto, lo sostienen alcoianos de pro.
L’Amagatall de Tota
Como alcoiano de pro es el chef Jorge Sanus, de L’Amagatall de Tota. Otro pretexto perfecto para bajar a Alcoi desde Valencia. Una vez callejeado, toca visitar la casa de un hombre inquieto, curioso, comprometido con los suyos y con su ciudad natal. Y con el entorno que le rodea. Porque el decorado está muy bien, pero los recuerdos no dejan poso si no se acompañan de una gastronomía que los repose. En este caso, una mesa y mantel compuesta de la cocina tradicional alcoiana bajo el prisma de un cocinero sensible. Sensible a los aromas y a las texturas de estos valles y montañas, pero también a las influencias venidas de otras latitudes, porque la cuestión es renovarse o morir. Y Jorge decidió morir renovándose a diario.
Ahí están sus creaciones para demostrarlo. Su propuesta modernista contó de un menú de trece platos. Donde destacaron su revisión de La borreta, el guiso alcoiano por excelencia, que el chef deconstruye primorosamente, seduciendo al paladar con un juego de sabores dulces y salados que ofrecen el carpaccio de calamar y sepia, sobre un fondo de capellanes asados, sepietas y pericana. Redondeado con un huevo a baja temperatura y col en almíbar. O el Falso niguiri de merluza y gamba, un guiño a las barras más ilustres del centro de la ciudad, cuando siendo un niño se comía a dos carrillos la ensaladilla rusa de la señora Orte del Bar El Ideal. Y como colofón los Rossegons Amagatall. Un postre con historia. Homenaje a la Venta de Pilar, primer Estrella Michelin de la comarca allá por los años 80. Y que Jorge revive en un bizcocho de aceite y naranja, acompañándolo de un biscuit glacé de vainilla, espolvoreado de avellanas caramelizadas y ralladuras de naranja. Un fin de fiesta a la par del vino que Jorge ofreció al viajero como ofrenda a sus platos: Viña Ulises, Cosecha Azul, de Gutiérrez de la Vega. Un compañero de viaje que propicia momentos felices por vividos.
Con estas experiencias acumuladas, regresamos. Dejándonos más de una excusa para volver. Como por ejemplo contemplar cómo la otoñada baña de reflejos dorados el dosel arbóreo de la Font Roja, haciendo noche en Masía La Mota del matrimonio Ameglio; o en el Hotel Savoy, de Cintia y Ramón, si se deciden por una visita guiada por el centro urbano con el historiador y arqueólogo Gabriel Guillem; tomándose al acabar un Plis Play en L’Autèntic, en la plaza de España, renombrada bebida alcoiana que se compone de Café Licor con Coca-Cola, casi a partes iguales, servido en vaso de tubo. Al fin y al cabo, pretextos, Pretextos alcoianos.
Enlaces de interés
TURISMO ALCOY www.alcoyturismo.com
TURISMO ALICANTE INTERIOR https://www.turismoalicanteinterior.com/
L`AMAGATALL DE TOTA https://www.facebook.com/lamagatalldetota
HOSTAL SAVOY https://www.hostalsavoy.com/
MASÍA LA MOTA https://www.masialamota.com/
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