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Por qué hacer (a mano) 12.000 fartons en un domingo refleja qué es Daniel

8 febrero, 2018

David Blay

Empresa familiar de tercera generación que, en base a los preceptos fundacionales, continúa haciendo lo que impulsó su fundador y ha crecido exponencialmente desde entonces.

Estas tres líneas, en un periódico puramente económico, llamarían la atención por lo poco usual, pues según una estadística, solo el tres por cien de estas compañías llega con vida a los bisnietos. Y seguramente pondrían en valor no solo a su marca, sino a sus gestores.

Lo que llama la atención es que, más allá de que cuando alguien te pregunte dónde debería tomarse una horchata lo mandes a Daniel, su imagen colectiva está más asociada a una terraza en un pueblo cercano a Valencia que a una alta capacidad logística.

Toni Peinado, Carmen y Daniel Tortajada forman el inusual ‘Consejo de administración’ de una marca que, por ejemplo, ha declinado sistemáticamente abrir negocio en Madrid porque no puede garantizar la calidad total de su producto. Y que, sin embargo, envía miles de litros congelados desde su tienda online a todo el territorio español. Pero advirtiendo su mayor filosofía: la horchata fresca dura tres días. No más. Pero sus propiedades exceden las de cualquier otro producto envasado. 

El motivo es sencillo. Y llamativo a la vez en estos tiempos de CEO de traje y robots para todo. Mientras el ‘nieto político’ se encarga de hacer horchata (a mano, con la ayuda de una pequeña maquinaria que cabe enteramente en el bajo de su local de referencia), su mujer desde hace más de 30 años hace lo propio y en las mismas circunstancias con los fartons. Tanto es así, que desde hace algún tiempo dedica cuatro horas a la semana exclusivamente a fortalecer su brazo con un entrenador personal, con el fin de poder seguir dedicándose a aquello que mamó desde pequeña y que se ha convertido en su vida.

Al tiempo, su hermano compagina las labores de administración de recursos con nuevas líneas de negocio, como la cosmética basada en la chufa que lleva en el mercado ya varios años.

No hubo un día donde tomaron las riendas. A medida que sus padres fueron jubilándose el relevo iba produciéndose de manera natural. Y el pensamiento original consolidándose: nada de aditivos. Nada de conservantes. Más allá de los dos productos estrella, repostería basada en ellos y lo suficientemente variada como para agradar a todos los paladares. Y trato cercano con el cliente y el personal a cargo.

Quizá por eso los tres se han dado poca importancia en la sociedad valenciana. A pesar de conseguir sacar a las mesas 12.000 fartons durante un domingo de elecciones en los años 80. O haber tenido entre sus clientes a Salvador Dalí, Rafael Alberti, el maestro Joaquín Rodrigo, Miguel Bosé o el Gran Wyoming, entre muchos otros.

Y mientras, aunque no lo parezca, la cuarta generación está preparada para que el esfuerzo de sus antepasados no se pierda. Pese a que los seis hijos que acumulan hayan estudiado y se dediquen a tareas diversas, fuera de la hostelería.

Pero, tal como siempre argumentan, les han educado no solo para tomar el testigo, sino para evitar fricciones familiares futuras. Y tienen el convencimiento de que lo harán, para que los que vienen puedan seguir tomando la bebida por antonomasia de Valencia.

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