27 febrero, 2020
Espacio Vegamar es mucho más que una tienda de vinos y productos gourmet. Es la puerta de entrada a una comarca, a una bodega, a un paisaje de aromas. Hacemos el viaje a esta “zona” de la DOP Valencia de la mano del nuevo Serie 1 de BMW Engasa un modelo que, como el barrio, cuenta con un empaque tal para la firma arlequinada que ha sido bautizado como “The 1”.
Texto: Rubén López Morán Fotografía/Vídeo: Vicent Escrivà
Valencia no es una ciudad caracterizada por anchas y largas avenidas. La trama cuadriculada le es ajena. Los barrios con pasado se enredan en un laberinto de calles esquinadas. No en vano, muchas de sus plazas se abrieron para airearlos. Este intrincado desorden urbano se atribuye a su herencia árabe. Qué duda cabe que gran parte fue así. Aun así, hay que tener en cuenta el carácter autóctono: el pensat i fet. Una forma de actuar que ha traído en más de una ocasión actuaciones urbanísticas incomprensibles. Decisiones tomadas a la ligera y que no tenían en cuenta sus efectos colaterales. No obstante, la ciudad también supo crecer con cierta racionalidad. Ensanchando sus dominios con regla y cartabón. Proyectando grandes avenidas, con aire y gusto burgués, y con breves aunque encantadoras pinceladas modernistas.
Si hay un barrio que responde a esa plantilla es el que recae a ambos márgenes de la Gran Vía Marqués del Turia, L’Eixample. Un bulevar con hechuras entre parisinas y mediterráneas. Provisto de un jardín central y entoldado por grandes árboles. Un paseo francamente delicioso que el paseante doméstico puede culminar como manda la tradición del cap i casal. Tomándose un vermouth o un vino en una de las terrazas que ocupan las aceras de la avenida. O visitando por ejemplo el Espacio Vegamar, a tiro de piedra, en la confluencia de las calles Joaquín Costa y Conde Altea.
Hacemos el viaje a esta «zona» de la DOP Valencia de la mano del nuevo Serie 1 de BMW Engasa un modelo que, como el barrio, cuenta con un empaque tal para la firma arlequinada que ha sido bautizado como «The 1».
VIENTO EN BOCA
No ha sido una casualidad la elección del lugar. Le va como anillo al dedo. Engastado en calles distinguidas, con solera. La misma solera que destilan las estanterías de un espacio concebido para rendir a los sentidos. Aunque no solo. Porque no deja de ser una extensión de la bodega homónima situada a 65 kilómetros de la capital del Turia. En la comarca de Los Serranos. En Calles. Un pueblo campesino, de paredes encaladas. Rodeado de montañas de líneas definidas, radiantes; montañas claras, calizas y olorosas. Un paisaje compuesto de aromas. El de los viñedos que trepan colina arriba, entre corrillos de pinos e hileras de olivos. Salpicado del matorral mediterráneo, entreverado de espliego, romero y enebro. Montañas levantinas de viento en boca.
Eso es lo que se llevarán a los labios si franquean las puertas de Espacio Vegamar. Este paseante doméstico tuvo el privilegio de ser recibido por Mª Paz Quílez, la enóloga responsable de los vinos que allí reposan como tesoros. Un espacio que redondea su propuesta gastronómica con varias líneas de productos. Destacando los de conserva Herencia de la Tierra y del Mar; y los productos gourmet, encabezados por los ibéricos de bellota y quesos de oveja. Sin olvidar su producción de aceite de Oliva Virgen Extra. Un oro verde de la variedad autóctona alfafarenca. Nacido en la localidad vecina de Higueruelas. Y por último sus destilados. Que merecerían una mención aparte.
AMOR A LOS ORÍGENES
Mª Paz Quílez es una enamorada de su tierra. De sus gentes y de los productos que hunden allí sus raíces. Abre la botella de Blanco Vegamar, se lleva el tapón a la nariz. Lo sirve en las copas. Observa su amarillo de sol con tonalidades verdosas.
Respira profundamente los aromas desprendidos de la conjunción de la Moscatel de Alejandría y la Sauvignon Blanc. Se le ilumina la cara, ante su explosión floral, y lo saborea dejando que el paladar se refresque largamente. Este paseante doméstico cayó rendido ante el hechizo. Un hechizo de olores y sabores que relevó otra de las creaciones de las que se siente más orgullosa: el Rosado Ancestral. Un vino espumoso que ha sido elaborado siguiendo el método que le da nombre. Dejando que la burbuja sea la propia que evoluciona en la misma botella, sin adiciones extras de azúcar. Ambos vinos secundaron una Ventresca de Bonito, de aguas del Cantábrico y enlatada en fresco; y un lomo ibérico de bellota y queso de oveja con trufa, respectivamente.
Qué se puede añadir. Solo una cosa: ¡Oh lala! Curiosamente el nombre del vermouth que nos sirvieron al llegar al Espacio Vegamar. Un vermouth que es toda una declaración de intenciones. Con su imagen alegre y desenfadada. Sin desatender, más bien lo contrario, el resultado final: de gran armonía y equilibrio logrado gracias a su envejecimiento en madera. ¿Es entonces una sencilla tienda o más bien una extensión de una comarca, una bodega, un paisaje? Todo lo que es capaz de apresar una copa de vino junto con una buena compañía. A fin de cuentas, momentos compartidos, placeres sencillos.
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