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Madeira, la isla de viñedos imposibles y vinos con carácter

28 noviembre, 2023

Texto: Olga Briasco / Fotografía: Alfons Rodríguez

Madeira es una isla con personalidad. Lo es por sus paisajes, dibujados por acantilados, estrechas vaguadas, bosques prehistóricos y huertos que desafían la gravedad. Paisajes en los que la lluvia acaricia la frondosa vegetación y su olor inunda cada rincón casi hasta alcanzar ese arcoíris dibujado por el sol, que enmarca un pueblo entre valles. Un sol que se hará fuerte y volverá a secar ese suelo mojado.

Una isla con personalidad también por sus gentes, que aman su tierra y sus raíces, manteniendo vivas unas tradiciones heredadas de tiempos pasados, cuando Madeira era una isla de paso para las Indias y la producción de caña de azúcar su principal sustento económico. Lo sientes cuando hablan contigo, pero también cuando aran sus huertos o cuidan la viña, protegidas en muchas ocasiones por muros de piedra.

Es precisamente esa personalidad la que se traslada a los vinos de Madeira, que nacieron casi de forma accidental, como sucede con las mejores cosas en la vida, y son únicos en su estilo por el terruño y la forma de elaborarlos. Y fue así porque, aunque en Madeira se comenzó a producir vino al poco de ser descubierta (1418), no fue hasta finales del siglo XV, con el descubrimiento de América, cuando sufriría un cambio revolucionario, gracias a que esta isla en medio del Atlántico se convirtió en la parada de los barcos que partían de Inglaterra al “Nuevo Mundo”.

Las travesías durante este periodo cuanto más largas eran, más favorecían al vino que cargaban en sus bodegas. Lo hacían por ese balanceo del barco, la humedad y la alta temperatura de las embarcaciones durante los viajes, que hacía que el vino se calentara. También por el alcohol que se le añadía para que el vino no se degradase en el trayecto, al igual que los vinos de Porto.

Estas condiciones hacían que se acelerase la maduración y que adquiriese un sabor único y especial. Tanto, que el vino de Madeira era el preferido de Thomas Jefferson y fue el empleado en el brindis de la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Además, James Madison almacenaba barriles de madeira en su ático.

Hoy esos barcos no llegan a sus costas, pero la tradición se ha mantenido hasta nuestros días y bodegas elevan la calidad de sus vinos, con un sabor y aroma únicos, reflejando la complejidad de la tierra en la que crecen las vides: en un suelo volcánico, un clima cálido y una humedad elevada, lo que ayuda a preservar la acidez natural de las uvas —esencial para producir un vino equilibrado y complejo—.

A aquella primera uva importada de la isla griega de Creta y mandada plantar por el príncipe Enrique el Navegante, la malvasía, hoy se suman la sercial, boal, verdelho, tinta negra, caracol o aragonés. Vides que crecen en lugares casi imposibles y que a veces son solo accesibles por Jeep.

 

¿Cómo se mantiene esa tradición?

Hoy es impensable replicar esos viajes para emular aquellas condiciones. Para saber cómo se mantiene esa tradición, lo mejor es visitar una de esas bodegas que hacen vinos fortificados —que pueden ser secos y disfrutarse como aperitivo o dulce y servirse con el postre—. En mi caso, me adentro en la historia de una de las más antiguas de Madeira: Blandy’s, situada en el corazón de Funchal.

En un primer momento, asombra el espacio en el que están, un edificio de arquitectura civil barroca que data de los siglos XVII y XVIII. Este era el lugar en el que se encontraba el antiguo convento de San Francisco, demolido en el siglo XIX. Hoy, en esas estancias que huelen a vino e historia, la séptima generación mantiene la tradición de los vinos fortificados.

Una visita en la que te explican la historia de la compañía mientras recorres las estancias con una fragancia a barrica y vino que te seduce. Es en una de esas salas repletas de barricas donde explican su elaboración: Un vino generoso al que se le interrumpe la fermentación natural de la uva añadiendo 96% de alcohol neutro, que mata las levaduras y deja un cierto nivel de azúcar residual. Luego, para emular esa humedad y calentamiento que se daba en los barcos hay dos técnicas: Estufagem o Canteiro. En Blandy’s emplean ambas, dependiendo de la edad del vino y sus varietales.

De este modo, para los vinos de alta calidad y los varietales utilizan la técnica de Canteiro, que solo usa el calor del sol para acelerar el envejecimiento y caramelizar los azúcares. Así, los vinos jóvenes envejecen en barricas de roble americano en la parte alta de la bodega —el calor es mayor— para ir descendiendo posteriormente a niveles inferiores donde la maduración se desarrolla más lentamente.

En cuanto a la otra técnica, la Estufagem, se utiliza para los vinos elaborados con la variedad de uva tinta negra; que son más jóvenes y más comerciales. Para ello, las barricas de madera se sustituyen por cubas de acero inoxidable que se calientan por agua —el vino se mantiene entre 50º y 55º durante tres meses como mínimo—, lo que lleva a acortar en el tiempo el proceso. Luego, se dejan envejecer durante dos años en tinas de madera brasileña.

¿Cuántos tipos de vino de Madeira hay?

Al haber distintas técnicas y uvas es imposible englobar en un mismo lote a todas, por lo que hay distintas denominaciones: reserva (cinco años de fermentación), reserva especial (envejecidos en una barrica aproximadamente 10 años), vintage (vino envejecido unos 20 años en barrica y un par de años en botella).

Además, también se distinguen por las variedades y su clase: seco (sercial); medio Seco (verdelho), semi dulce (boal) y dulce (malvasía). Vinos que podrían considerarse casi eternos, por sus más de cuatrocientos años de tradición pero también por los años que envejecen. Al final de la cata probé un Blandy’s cinco años de verdelho (medio seco) y un reserva semi dulce, elaborado con malvasia y boal. Ambos eran excepcionales.

Más allá de los vinos fortificados

Es cierto que hablar de Madeira es hacerlo de los vinos fortificados, pero en la isla hay cerca de 500 hectáreas de viñedos, situados especialmente en la zona de Câmara do Lobos, Sâo Vicente y Santana, algunos de ellos están destinados a vinos tranquilos y de mesa. Unas vides situadas en algunos casos a 1.500 metros del nivel del mar, que crecen gracias a un sistema de terrazas que ha llegado a nuestros días y que salvan pendientes casi imposibles, haciendo que la vendimia en Madeira siga siendo un proceso artesanal.

El paisaje lo forma una alfombra verde —y algo ocre cuando visito la isla— que se extiende hasta el mar azul gracias a esas vides en espaldera que parecen casi tocar el agua. Una forma de cultivar en altura que permite una exposición solar más homogénea, pero también para que bajo de ellas crezcan verduras, batatas y otros productos.

Precisamente, en terraza se distribuyen los viñedos de Quinta Do Barbusano, ubicados cerca de la ciudad de São Vicente. La bodega elabora vinos tranquilos (blanco, rosado y tinto). Un lugar que es posible visitar y que finaliza con una cata y una comida a base de espetada.

Una velada que se realiza en su sala, con una cristalera enorme que deja ver un paisaje que sin la mano del hombre sería totalmente abrupto. Un paisaje ahora tapado por la lluvia de septiembre, que impide que podamos pisar esas vides cuyas ramas ya están vacías, en un año que por el cambio climático se ha vuelto a adelantar la vendimia.

Da igual, porque la explicación de Gina nos ayuda a sumergirnos en ese terruño y las distintas variedades de uvas. También en la historia de la bodega, fundada por António Oliveira en 2006, cuando decidió adquirir unas tierras abandonadas y plantar viñedos en la costa norte de Madeira. Al margen de estas hectáreas, Quinta do Barbusano cuenta con 25 hectáreas divididas entre Porto Moriz, Punta Delgada y Sao Vicente, además de dos hectáreas en Porto Santo.

Con ellas elabora vinos rosados, tintos y blancos que emplean variedades de uvas como caracol, tinta negra —representa el 53% de las uvas—, verdelho y aragonés. Un terruño que le lleva a producir vinos con carácter, aromáticos y con notas que van desde la sal a frutos rojos o chocolate.

Unos vinos que maridan a la perfección con esa espetada de carne que elabora el hermano de Antonio sobre las brasas y que degustamos en esa gran sala tranquilamente y viendo cómo la lluvia ha vuelto a dar paso a un sol radiante. Momento de seguir explorando y saboreando Madeira.

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