11 octubre, 2019
Mark O’Neill
La semana pasada estuve en Líbano visitando bodegas y catando vinos. Este país diminuto lleva 5.000 años produciendo vinos, desde el tiempo de los fenicios, pasando por los griegos y los romanos, que construyeron el asombroso Templo de Baco, el dios del vino, en Baalbek. La producción de vino se detuvo durante más de 300 años durante el periodo otomano, pero los franceses lo retomaron a inicios del siglo XX.
El actual Líbano es un país de contrastes extremos, desde los rascacielos multimillonarios en Beirut hasta los campos de refugiados, que albergan más de un millón de emigrantes sirios desplazados. Aunque actualmente el país goza de una situación estable, gobernar Líbano es un esfuerzo titánico, con su mezcla de religiones (hay 18 diferentes reconocidas, demasiadas para que yo sea capaz de recordarlas todas), junto con sus beligerantes vecinos de Israel y Siria.
La costa y las montañas constituyen la mayor parte de la superficie del país. El clima es tan variado como agreste el terreno. Suave y húmedo cerca de la costa y un clima más continental en las montañas, donde las temperaturas estivales pueden variar de 30ºC por el día a 10ºC por la noche. La nevadas caen en las montañas en diciembre y duran hasta la primavera.
Desde el final de la brutal Guerra Civil (1975-1990), Líbano ha sido reconstruido, y ha habido un verdadero boom en el crecimiento e inversión en la industria vinícola. Actualmente hay entre 45 y 50 bodegas, aunque el 60% de la producción total se realiza en cinco de ellas, y 10.000 hectáreas de viñedos, en los que se producen alrededor de 8-9 millones de botellas al año. La mayoría de los viñedos están plantados en el Valle de Bekaa, que se encuentra situado entre cordilleras a una altitud de alrededor de 1.000 metros. Uno de los efectos de la altitud son las frecuentes brisas frescas en verano, lo que crea diferentes microclimas.
Mi primera visita fue a Ixsir, en Batroun, a unos 45 minutos al norte de Beirut, cuyos viñedos se extienden por las montañas de Líbano desde Batroun, en el Valle de Bekaa. De hecho, en Ainata alcanzan una altitud de 1.800 metros, de los más altos del hemisferio norte. Ixsir es un proyecto relativamente nuevo, con unas instalaciones de diseño vanguardista, que hacen que sea como pasear por cualquiera de las bodegas top europeas.
El enólogo y director de producción es Gabriel Rivero, un madrileño que fue años atrás jugador internacional de rugby. Fue gracias a él, y a la enorme consideración en que le tienen las otras bodegas, que tuve la oportunidad de visitar los productores top del país. Él me contó que haber trabajado en la Ribera del Duero muchos años le permite tener experiencia a la hora de afrontar el riesgo y las consecuencias de las heladas tardías. Como enólogo en Burdeos la dificultad fue cómo hacer el mejor vino posible con veranos fríos y con lluvia. Ahora en Líbano es cómo proteger las uvas del calor del sol. Sus conocimientos, entusiasmo y ritmo de trabajo son impresionantes. Hacer vinos premium en Líbano es todo un reto. Los costes de producción son más altos, una barrica de roble francés que en Europa cuesta 600 euros, le cuesta a una bodega libanesa 2.000 euros. Lo mismo ocurre con los corchos, botellas, depósitos, etc. todo ha de ser importado y pagar impuestos altos.
Ixsir tiene 120 hectáreas, y produce alrededor de 500.000 botellas al año, con uvas procedentes de viñedos de distintas áreas. Para poder hacer llegar las uvas a la bodega en las condiciones óptimas, éstas se recogen a primera hora de la mañana, y se depositan en camiones refrigerados para mantenerlas frescas. Esto es un verdadero reto, si lo que quieres es proveerte de uvas de distintos viñedos, a diferentes altitudes, tipos de suelo y microclimas.
En los últimos años Gabi se ha centrado en varietales mediterráneas, más adecuadas a las condiciones del terreno, especialmente Monastrell, de España y Nero d’Avola, de Sicilia, ambos prometedores. También ha probado Tempranillo y ha experimentado con Bobal. Eso con las ya clásicas variedades francesas Cinsault, Grenache, Cabernet Sauvignon y Syrah. Entre las uvas blancas, Viognier y Moscatel están funcionando bien. Todos ellos tienen las variedades de uva clásicas, a la vez que están experimentando con muchas otras uvas, siempre esforzándose para encontrar las que mejor se adapten a las condiciones existentes.
Madurar las uvas en lo que se refiere al azúcar no es un problema, pero, como me explicó Gabi, uno de los principales retos a los que se enfrentan los enólogos es cómo hacer vinos que sean suaves, y no excesivamente intensos, con demasiados taninos. Para ello, él fermenta sus tintos a temperaturas muy bajas, unos 14ºC, de 10 a 15 días. Esto hace que el vino tenga un buen equilibrio de fruta, acidez, y color, y que no tenga que ser envejecido durante años para suavizar los taninos.
Al finalizar la visita a la bodega, me quedé a comer. Me encanta la comida libanesa, y la que disfruté en Ixsir fue impresionante en su presentación, variedad de platos y sabores. La acompañamos de una selección de sus vinos, todos ellos muy buenos, pero el Ixsir Altitudes White y el Altitudes Red, combinaban a la perfección con los platos.
Al día siguiente Gabi me llevó a las montañas para mostrarme los viñedos. Desde la cima de la montaña las vastas planicies que forman el Valle de Bekaa son una alfombra verde, en contraste con las áridas laderas. El Valle es también donde se cultiva la mayoría del hachís de mayor calidad. Cuando los franceses gobernaron Líbano, intentaron que los agricultores pasasen de cultivar hachís a viñedos. La demanda de uvas no ha sido nunca tan alta, de hecho, hoy en día dicen que es más rentable para ellos cultivar uvas que hachís.
Igualmente son sumamente visibles los campos de refugiados. Líbano tiene una población de 4 millones de personas, y hay también más de 1 millón de refugiados sirios y 500.000 palestinos.
Gabi me llevó a la ciudad de Zahlé, que es la capital del Valle de Bekaa. Llama la atención que el clima es seco y cálido, y mucho menos húmedo que en las ciudades más próximas a la costa. Más tarde me encontré con Jean Paul El Khoury, de madre francesa y padre libanés, del Chateau Khoury. A pesar de que estaba agotado por la vendimia, y habiendo apenas regresado de Beirut, fue un anfitrión maravilloso, y le agradecí enormemente el tiempo que dedicó a enseñarme sus vinos. La familia se ha dedicado a cultivar uvas para hacer Arak, un licor anisado muy popular por todas partes. Sus viñedos fueron destruidos durante la guerra con Siria, que se encuentra en el horizonte al otro lado de las montañas, al oeste. Ellos replantaron los viñedos en 1.995, y hoy en día tienen 15 hectáreas de vides de secano, orgánicas, a una altitud de 1.300 metros. Jean Paul es un gran enólogo y le gusta experimentar, todos los años afronta nuevos retos. Este año las nevadas tardías en Abril retrasaron la brotación, y ha llovido más de lo normal. Caté varios vinos de los depósitos y estoy deseando ver cómo resultan los vinos de esta añada.
Mi siguiente visita fue a Clos St Thomas, donde me encontré con el genial Joe Assaad, Él es la quinta generación de propietarios y enólogos de una de las más antiguas bodegas de Líbano, de 1.888. Fue después de la Guerra Civil cuando su padre comenzó a producir vino, añadiéndolo al negocio tradicional familiar que es el cultivo de uvas para hacer Arak. Clos St Thomas produce alrededor de 500.000 botellas al año. Allí caté un blanco hecho con la uva autóctona libanesa Obeidy, que se utiliza para hacer Arak. El vino era seco, con aromas a corteza de limón, mientras que en el paladar tenía un toque de almendra. Servido frío resultó muy agradable, e ideal para acompañar comida libanesa. Cuentan además en la bodega con una Capilla Cristiano-ortodoxa donde, según dice Joe, su padre bautizaría a los bebés con vino más que con agua bendita…
Continuando más arriba del Valle, mi siguiente visita fué al Chateau Kefraya, el segundo mayor productor de Líbano. Allí conocí al enólogo y director técnico francés Fabrice Guiberteau, que dejó sus viñedos familiares en Cognac para supervisar este proyecto, y a Edouard Kosremelli, el director de la bodega.
El fundador de la misma fue Michel de Bustros, quien en 1.951, a la edad de 22 años, decidió plantar por primera vez vides en la granja familiar. La mayoría de las bodegas fueron o construidas o reabiertas después de la Guerra Civil, sin embargo, de Butros construyó la suya durante la guerra, lo que demuestra su colosal valentía y entereza.
En la ciudad de Kefraya hay ruinas romanas, entre las que los arqueólogos han encontrado una presa y otros utensilios relacionados con la viticultura. Hoy en día Chateau Kefraya tiene 300 hectáreas de viñedos, y produce 1,5 millones de botellas de vinos orgánicos y exporta a 42 países de todo el mundo.
Hablando con Edouard y Fabrice comprendí que uno de los mayores retos que afronta la industria es convencer a los bebedores de vino libaneses de que beban más vinos libaneses. El consumo actual, que per cápita es muy bajo, comparado con otros países, es 50/50 de vinos importados y nacionales. Comparándolo con otros países como España o Francia, es evidente que hay gran una tarea por delante para aumentar el consumo interno a la vez que se crean mercados nuevos.
Allí, en el corazón del Valle de Bekaa el clima es semi continental, y Fabrice y su equipo han de tener un enorme cuidado durante la vendimia, ya que el lapso de tiempo en el que las uvas están en su punto óptimo de madurez puede ser de tan solo dos o tres días. Caté su gama de vinos y me impresionó la frescura de los blancos, especialmente su Les Breteches 2018 y el Chateau Kefraya Rose 2018, hecho con Grenache, Tempranillo y Cinsault. Y también la elegancia de los tintos, especialmente Compt de M, una mezcla de Cabernet Sauvignon y Syrah envejecido hasta 24 meses en barricas nuevas de roble francés.
El equipo en Kefraya está trabajando en desarrollar variedades de uvas autóctonas para el futuro, así como en crear la primera Appelation Controlee libanesa, o DOP, para que Líbano comience la clasificar sus regiones vinícolas. ¡Grandes momentos en estas impresionantes instalaciones!
Mi última visita fue a Chateau Ksara, la mayor y más antigua bodega de Líbano. Fundada por monjes jesuitas en 1.857, comenzaron haciendo vino para misa. En 1.898 descubrieron un laberinto de túneles subterráneos que recorren 2 kilómetros y alcanzan una profundidad de 8 metros. Hoy en día se utilizan para almacenar los vinos, ya que la temperatura y humedad es ideal para la conservación de los mismos. Actualmente producen alrededor de 3 millones de botellas de una gran variedad de vinos. Vale la pena la visita a las cuevas, trata si es posible, de reservar en una época tranquila, puede que esté muy concurrido, ya que reciben más de 100.000 visitantes al año.
Una de las bodegas que no visité fue Chateau Musar, cuyo nombre, para aquellos que comenzamos a beber vino en los 80, es sinónimo de vino libanés. Sin embargo, tuve la oportunidad de catar una selección de sus vinos y encontré que el de 2.011 era buenísimo.
En general, me impresionaron muchos de los vinos que caté. Será interesante ver cómo se desarrollan las variedades mediterráneas y las autóctonas. Los rosados eran deliciosos y perfectos para acompañar la maravillosa gastronomía libanesa. Las bodegas están creando nuevos mercados para sus vinos, pero como la estabilidad en el país es todavía relativa, creo que en el futuro será muy interesante y ¡estoy deseando regresar!
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