Déjate seducir por el mundo del vino

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Lagüiña Lieux-Dit, nuevos en esta plaza

4 octubre, 2023

Iraia Mendizábal y Eduardo Camiña.

Pedro G. Mocholí

Estoy convencido de que la palabra “furancho” no figura en su vocabulario diario, es más, estoy seguro de que muchos de ustedes es la primera vez que la leen o la escuchan.

En mi caso, si no fuera por mi querido José Luis Vilanova, es posible que la siguiera desconociendo, pero desde que visito su hotel y paso unos días en él, ya forma parte de mi léxico común, sobre todo cuando estoy en Galicia.

José Luis posee un hotel rural y enoturista en el concello de Meis (muy próximo a Cambados), se llama Novavila Rías Baixas Wine Design. Allí posee un coqueto espacio con cinco habitaciones, las cuales no llevan número, sino el nombre de las variedades autóctonas gallegas; todas menos una, que se llama El Palomar, huelga comentar de dónde proviene el nombre.

Junto al hotel encontramos una bodega donde elabora su propio vino llamado Novavila. Pertenece a la D.O. Rías Baixas y está elaborado con la variedad albariño. Se suele tomar durante los tardeos que se celebran todas las tardes en sus jardines.

La primera vez que se la oí fue en el verano del 2013, cuando una tarde realizando un paseo por los caminos que rodean al hotel, pasamos por una casa y me dijo “esto es un furancho”. La palabra me llenó de incógnitas e inmediatamente le pregunté “¿eso que es”, y me contestó “aquí es típico entre los pequeños productores de vino, una vez han vendido su cosecha a las grandes bodegas, se queden una pequeña cantidad, que la suelen ofrecer en sus casas, acompañándolas de una sencilla tapa; unos trozos de embutido o de queso”.

La verdad es que el concepto me sorprendió, era la primera vez que lo escuchaba y me hizo gracia. En cierto modo desdibujaba el carácter reservado, prudente y parco de los gallegos. A partir de aquella tarde, todos nuestros paseos eran coronados por un vino en un furancho que encontrábamos en nuestro recorrido.

Año tras año el concepto se fue, en cierto modo, desvirtuando, y en mis vacaciones en Novavila, José Luis me iba llevando a nuevos furanchos, donde la oferta se había incrementado, encontrando vinos comerciales y una cocina del territorio. La oferta era correcta, pero se había perdido aquella idiosincrasia, casi bucólica, placentera e idílica.

Cuando hablé con él para reservarle la habitación de este verano me dijo “te voy a llevar a un furancho que te va a encantar”, conociéndome como me conoce, me llenó de curiosidad y de camino a Galicia, no paraba de pensar qué nuevo local me iba a descubrir.

Es una norma ya muy calada en mí que cuando viajo suelo hacer una buena previsión de reservas, pues en muchos locales es posible que si llamas un día para reservar y comer, ese restaurante ya esté lleno. Cuando llegué, le dije, reserva ya, no sea que no tengamos mesa; así lo hizo.

No fue fácil, el hotel en verano suele estar lleno, pero José Luis encontró una noche y acompañados por una pareja que estaba alojada y que seguía el Camino de Santiago, nos fuimos a cenar.

El local se llama Lagüiña y lo regentan dos jóvenes, Iraia Mendizábal y Eduardo Camiña. Ambos provienen del mundo de la hostelería y se conocieron trabajando en Mugaritz. El local es de la madre de Eduardo y ya era un taberna.

Con la llegada de la pandemia, ambos decidieron cambiar el diapasón de sus vidas y volver a su casa, esa taberna que la madre de Eduardo poseía en Meaño, un concello muy próximo a Ribadumia.

En el nombre, según nos explica Eduardo, existe un apego muy próximo, pues Lagüiña hace referencia a una colina cercana a Meaño en la que antaño hubo dos lagunas. La expresión Lieux-Dit, me comenta José Luis podría referenciarse a “lugar de”.

La cuestión es que Eduardo ha vuelto a casa, a sus orígenes y, por amor, Iraia le ha seguido. Hay que pensar que la historia de la Sra. Wallis Simpson y el Príncipe Eduardo dio felizmente rienda suelta a este tipo de circunstancias.

Volvamos al local. Hay que reconocer que tiene encanto y cierto embrujo. Una terraza inmensa a la luz de las estrellas y un comedor interior; nosotros cenamos en él pues esa tarde había llovido. Aunque volveré y cenaré en esa encantadora terraza.       

Vista de la terraza.

No existe carta, hay una pizarra en lo alto de la pared en la que lees las propuestas; conforme se van acabando se van borrando y hasta el día siguiente no hay más. La cocinera sigue siendo la madre de Eduardo, y en las propuestas encontramos platos que pertenecen al entorno y platos más eclécticos donde advertimos cierta fusión. Sí que es verdad que el espíritu del establecimiento está más pensado en el vino, pero si no les dijera que el equilibrio existente entre la gastronomía y el mundo del vino es redondo, no sería sincero, pues ambas cuestiones me entusiasmaron. Sí que es verdad que las propuestas gastronómicas son más sedentarias, están más apegadas al territorio y a la temporalidad del producto, mientras que las vinícolas son mucho más nómadas, pues cambian todas las semanas, encontrando vinos de medio mundo. 

La famosa pizarra.

Es singular que cuando te toman nota de lo que vas a comer es el propio Eduardo el que determina lo que vas a beber, haciendo un despliegue de vinos, de denominaciones de origen y de países dignas de un mago. La bodega se nutre de pequeños elaboradores, productores y de botellas que él ha ido comprando con sus propios ahorros.

Mirando a esa icónica pizarra mandamos nuestras primeras propuestas; croquetas de jamón y los calamares a la romana. Estos primeros platos Eduardo los acompañó con un Ribeiro que está teniendo muchos seguidores, pues respeta el carácter mineral de la variedad treixadura; A Teixa 2019, un vino elaborado por Anxo Rodríguez Vázquez en la localidad de Arnoia. Destaca por su cremosidad y madurez, cualidades que le aportan un gran frescor. En nariz resalta la sutilidad que nos aportan los frutos secos, el toque cítrico de la fruta y esas notas minerales que percibimos nada más abrir la botella; también aparecen ciertas notas herbáceas. En boca es goloso, persistente y, sobre todo, muy agradable. Posee untuosidad que no hace si no transmitirnos un final elegante, con ciertos toques amargos.

En las croquetas encontramos gran cremosidad con un ajustado sabor de jamón que nos parece correcto, y un ajustado equilibrio entre la cremosidad y el ibérico. Los calamares en tempura están soberbios, milimétrica fritura que aporta una gran finura, apareciendo sabores marinos suaves, pero persistentes y firmes.

Tempura de calamares.

En mis viajes anuales a Galicia sigo con pasión los tomates que aquí se cultivan, por lo que no faltamos a nuestra cita. En esta ocasión hemos pedido el tomate “Corazón de Boi” con cebolla; la sencillez reducida a la excelencia, la carnosidad de este tomate, unida al dulzor de una cebolla madura nos hace deleitarnos. Para acompañar, de Ribeiro nos vamos a Borgoña: Mâcon La Roche Vineuse 2020, un chardonnay atípico para los chardonnay españoles que conocemos, porque en el francés predomina la fruta blanca, la manzana y la pera, ligeros toques cítricos, que se acomodan con toques herbáceos (heno) y un leve toque de miel entre los aromas. Mantiene el carácter graso y buena naturalidad. La persistencia en boca es otra de sus virtudes.

Las botellas que nos bebimos

En los siguientes platos que pedimos encontramos esos toques de fusión, pero manteniendo una estructura de producto local y, por supuesto, de proximidad; ceviche Costeiro de Sargo, Xarda (caballa) marinada con encurtidos y el bonito de Burela con mole de pimientos de Padrón.

Bonito de Burela con mole de pimientos de Padrón.

En el apartado de vinos, Eduardo nos sigue dando un magisterio, porque de Francia nos vamos a Italia, en concreto a Gattinara donde nos ofrece un rosado enormemente atractivo: «Il Rosato” 2022 Cantine Nervi (Giacomo Conterno). Un vino elaborado en su mayoría con la variedad nebiolo, salvo un pequeño porcentaje de uva rara.

El color es de un suave y tenue rosado, lo que se llama “Rosa Provenzal”. Entre los aromas destacan las cítricas y florales. En boca destacamos la riqueza y la viveza que encontramos en el paladar. Es un vino fresco, de gran limpieza. Su final está marcado por los toques especiados y los cítricos (pomelo rosado). Para finalizar encontramos otra característica del nebiolo, la mineralidad. El postgusto es muy agradable y persistente. De los platos destacamos la frescura de los pescados y lo equilibrado de las elaboraciones. En el ceviche destacamos la tersura del sargo, mientras que de la xarda (un pescado humilde) resaltamos los toques ácidos y naturales de los encurtidos que ponen en valor sus carnes. El bonito llega jugoso, suculento y sabroso, el toque herbáceo que le transmite el mole de pimientos de Padrón, no hacen sino aportarle mucha más jugosidad.

El último vino que se saca de la manga nuestro prestidigitador, como si fuera una paloma, es Obranco de Pablo Soldavini, un viticultor que gestiona diversas parcelas en Galicia, dándoles un toque personal. Suelen ser pequeñas producciones y la mayoría ecológicas. Esta proviene de Rías Baixas, es ecológico y se elabora con la variedad albariño. Destaca por su exquisita mineralidad y los toques de fruta madura.

Para finalizar, y así aprovechar el poco vino que nos queda en la botella, qué mejor que un surtido de quesos, del país e internacionales, y así llevarnos una agradable sensación, como colofón a tan disfrutona cena.

La verdad es que la simpatía y la diversión está muy presente en la sala, y ello no es óbice para la profesionalidad que encuentras. Sea notable. Este tipo de tabernas animan a salir y a disfrutar, además, el ticket no fue muy alto, y la relación calidad precio fue excelente. Todos nos fuimos muy contentos, con la sensación de haber pasado un rato muy agradable y con el firme propósito de que volveremos pronto.

Lagüiña. Lugar Iglesia, 16. Tel.: 609 073 164. Meaño (Pontevedra). Imprescindible reservar.

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