26 marzo, 2015
José Antonio López
Me he detenido un momento a disfrutar de la vista del Mercado Central y de la Lonja. Cada día estoy más enamorado de nuestra Valencia.
He llegado por Trench y camino por Bolsería para llegar a la Plaza del Tossal. En la esquina de la calle Quart, a la altura del número 5 está La Pitanza.
He vivido muchos años en esta zona que, antes, no estaba de moda. Ahora, en lo temprano de la mañana, me regocijo en recuerdos sin que nadie perturbe mis pensamientos.
Vuelvo a mi juventud de edad que no de ánimo.
Me gusta la fachada de La Pitanza. No hay nada especial en ella pero, sin embargo tiene algo especial. La sencillez. Seguro.
Las mesas de la terraza están colocadas y a la espera del “repaso” después de las lluvias que hemos tenido en estos últimos días.
Me gusta la entrada y me llama la atención los basquets de frutas y hortalizas que son la mejor embajada de identidad del local.
La cocina abierta al público.
Sencillamente me atrae y me llevo una sorpresa al darme cuenta de que el piso estaba recién fregado y de que ¿Teresa? no me ha dicho nada cuando le he estropeado su reciente trabajo.
Perdón.
Menuda, alegre y luciendo un delantal con orgullo. “Soy Amparo, la madre de Belén, ella vendrá en unos minutos.” Dios, cuánta vitalidad y energía en tan poco espacio y en tan poco tiempo.
“Todo lo que ves aquí lo hemos traído de casa. El espejo es el de la abuela, los cubiertos son de verdad, los tenemos tal y como están en la foto”. Las fundas de las cámaras de fotografía. Los cuadros antiguos. El peso de antaño y mil y un detalles que no molestan en absoluto y dan un ambiente familiar muy especial.
Uno se da cuenta de que, cuando hace doce años inauguraron La Pitanza quisieron compartir casa con sus clientes y amigos. Lo mejor que se les ocurrió es montar su casa en el restaurante. Al fin y al cabo casi viven aquí, no cierran ningún día.
Belén estudió empresariales. Sin embargo, toda su vida tuvo la pasión por la cocina. Más de un cachete se llevó de su madre y de su abuela por estirar del delantal preguntando esto y aquello de la cocina y cómo hacerlo.
Amparo acaricia su delantal cuando hablamos de estos detalles.
Aquí hay amor y pasión por la cocina.
Con más ilusión que dinero, montaron, Belén y familia, La Pitanza con el objetivo de satisfacer lo que en principio fue ilusión y luego se transformó en pasión, “que la gente disfrutara de una buena cocina con el compromiso de velar por el recetario familiar”.
Belén hace la compra diaria en el Mercado Central “me conocen desde muy pequeña y seguimos fieles a los proveedores que ya son viejos conocidos de la familia. Para mí es un privilegio poder contar con ellos cada día”.
Prepara el menú y trabaja en la cocina todo el tiempo que sea necesario. Una vez empezado el servicio, compagina cocina con la sala.
“Me preocupa llegar a satisfacer, plenamente, a mis clientes. La mayoría de ellos no quieren ver la carta. Se ponen en mis manos sin preguntar qué ni cómo les voy a servir. Es como si tuviera invitados diarios con los que he de quedar bien”.
Inicialmente La Pitanza fue bar y ha ido evolucionando hasta ser sólo restaurante, lo que ocurre es que, debido a la temprana hora en que lo abren, muchos parroquianos toman su café, tostadas o almuerzo en su terraza. Aquí la palabra NO, no existe.
Bienvenidos.
El ambiente familiar ha marcado parte de su cocina.
Unos abuelos proceden de Alcoy, otros de Sollana y todos disfrutaban de sus vacaciones en Altea. De ahí que sus platos tengan la influencia tanto del interior como de la costa.
“Mantenemos las recetas de toda la vida, pero adaptadas a los tiempos de ahora. “
Belén está orgullosa de sus arroces (de hecho hace unas jornadas especiales de las que hablaremos en otro momento porque, durante esta temporada, todas las plazas están cubiertas), de su cocina de cuchara y… de sus pequeños toques personales.
Me aconseja unos garbanzos marineros con langostinos, pulpo y calamar. Cuando lo consigue, le añade yema de erizo.
Seguimos con un arroz meloso de setas y codorniz o una Olleta de fabes en blanquet.
Las “Croquetas de mi Madre” no faltan en la carta. Responsables del próximo plato son Altea y Rocío, hijas de Belén que pusieron nombre a las “Albóndigas de la yayi Amparo”.
Como postres, la Torrija caramelizada con helado de canela. La tarta de chocolate sin harina. Las natillas caramelizadas y la Tarta de Queso Fresco con Mermelada.
Todo hecho en casa, diariamente.
Doce mesas componen el restaurante. Hay que subir unas escaleras, “el cielo está arriba” o quedarse en la terraza que da a la calle.
La Pitanza tiene un menú diario incluso fines de semana compuesto por tres entrantes, plato principal y postre por 19,50 €. No incluye bebida.
No cierra ningún día de la semana “mi marido me ayuda y entiende mi trabajo”. Menos mal y enhorabuena.
La dirección es calle Quart, 5 y el teléfono de reservas el 96 3910927.
Gracias, Amparo, por la pócima que me devolvió la alegría.
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