10 marzo, 2017
María Salvador / Vanessa Bó
La Denominación de Origen (D.O) de Madrid cuenta con 48 bodegas certificadas y reconoce tres subzonas, todas ellas en el sur de la Comunidad: la subzona de Arganda (sureste), la de Navalcarnero (sur central) y la de San Martín (suroeste). Sin embargo, se encuentra trabajando por que se incluya una cuarta subzona en el norte de la región.
“Hay en el norte de Madrid unas 300 hectáreas (de viñedo) y hay varias bodegas interesadas en que se integren en la denominación de origen”, nos cuenta al respecto Elena Arribas, secretaria general de Vinos de Madrid, quien puntualiza que se trata de un trabajo a largo plazo.
En Madrid hay poca viña y la poca que hay se cuida por miedo a perderla. “Se ha pasado de casi unas 30.000 hectáreas a 8000. De hecho algunas bodegas empezaron tímidamente con unas producciones muy pequeñas y están ya metiéndose en el tema del turismo del vino, empezando a apostar por abrir las bodegas al público, a eventos”, explica.
De nuestra charla se desprende que muchas de estas bodegas son familiares, entendiendo por familiares PYMES en las que se involucran todos sus miembros, desde la producción a la comercialización de los vinos.
La actividad vinícola en Madrid se remonta posiblemente a la época de los romanos, cuando la atravesaban varias calzadas de importancia, permitiendo el desarrollo de ciudades como Complutum (Alcalá de Henares) o Titulcia, entonces un importante nudo de comunicaciones. Pero los primeros datos contrastados sobre la existencia de una industria vinícola como actividad agraria especializada datan del siglo XIII.
Las cuatro variedades autóctonas de la Comunidad de Madrid (preferentes) están funcionando muy bien, según el Consejo. En los blancos están las variedades Albillo Real y Malvar, y en los tintos Tempranillo y Garnacha, que se combinan con otras autorizadas como Cabernet, Merlot o Syrah.
El principal desafío al que se enfrentan es su comercialización fuera de Madrid, su mercado natural, y a su apertura al enoturismo. Dos tercios de la producción se queda en Madrid y el resto se exporta a Estados Unidos, Alemania y China.
Tras lo que califica de «parón internacional», Arribas destaca la visita de importadores rusos y periodistas suecos. «Nos apetecía mucho que vinieran, –dice entusiasmada–, porque hay un sur entero de la comunidad por descubrir». «Al final son 8000 hectáreas al sur de la capital española que a la gente le cuesta creer que estén porque no las ve desde las autovías», añade.
La D.O de Madrid es una denominación joven, de 1990, para lo que sería la historia de los vinos madrileños. “A Madrid le ha costado mucho que la gente se concienciase de lo que era una D.O por no ser una zona especialmente agrícola o vinícola como otras zonas de España. Pero las D.O no se inventan sino que se reconocen; reconocen una manera de hacer y de trabajar. La misma variedad de tempranillo no funciona igual en Madrid que en Cataluña o en La Mancha, por las diferencias edafológicas (condiciones del suelo) y climáticas”, explica.
El precio de los vinos madrileños es muy variado, va desde unos dos euros de precio de venta al público en supermercados de barrio, hasta el sector de la restauración medio alta con vinos bastante más caros.
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