31 octubre, 2017
José Antonio López
Me llama mi admirado David y me pregunta si quiero conocer a la familia Daniel. Afirmación total. Sabe perfectamente lo que admiro el trabajo de esta familia a la que no he tenido el placer de conocer, hasta hoy.
Y me encuentro en la Horchatería Daniel, en este caso en el establecimiento del Mercado de Colón que fue un magistral paso para traer la más antigua tradición y el mejor producto al centro de Valencia aunque algunos románticos como servidor, nos dividamos entre ambos locales, el tradicional de Alboraya y el nuevo del Mercado.
Me siento halagado y doy las gracias a Daniel, Carmen y Tony la tercera generación del “maestro”. Daniel y Carmen son hermanos. Tony, marido de Carmen. Todos enamorados hasta decir para, de la chufa, la horchata y todo lo que tenga que ver con ella y más.
En 1949 el abuelo Daniel trabajaba de barbero. Eran tiempos difíciles y había que dedicar muchas horas al trabajo para llevar algo a casa. Barbero, agricultor y conserje del Ateneo de Alboraya, donde como era lógico en aquellos tiempos, regentaba el bar. Daniel está casado con Concha, que será famosa antes que él por sus increíbles e inimitables calamares a la romana que conseguía crear colas en el Ateneo.
En el campo el abuelo trabaja en el cultivo de la chufa y se va dando cuenta de que la horchata se hacía en los domicilios particulares y se consumía por la propia familia. No había otra proyección. Se le ocurre pues elaborar horchata y venderla en el Ateneo.
“Hacía cinco litros y tiraba seis. Tal era el ‘éxito obtenido’ que comenzó a elaborar otro tipo de helados como el mantecado y la leche merengada porque con la horchata tenía el camino muy duro”, me comenta Carmen.
Interviene Daniel: “Ten en cuenta que hacer helados en aquella época era muy duro. Recuerda cómo los recipientes giraban y giraban manualmente hasta conseguir el helado. Todo previo a conseguir las barras de hielo, picarlas, juntarlas con sal y ponerlas en las heladoras”.
Le he pedido que emplee un lenguaje normal y no técnico para llegar a todos. Le agradezco la deferencia.
“Sin embargo, el abuelo continuó en su proyecto –quien interviene ahora es Tony– pues estaba convencido de que si daba el mejor producto la gente sabría apreciarlo. Además, él dominaba los tiempos de la horchata que, como sabes, tiene una caducidad muy próxima y hay que saber elaborarla tanto en la selección del producto madre como en la conservación perfecta del elaborado”.
Sea como fuere, la parroquia empieza a apreciar el trabajo del abuelo Daniel y a comprarle la horchata.
Carmen sigue la historia: “en la calle Milagro, en Alboraya, entran en una planta baja que estaba disponible. Con más ilusión que medios empieza la fabricación de la horchata y se amplía la de otros helados. Ya tienen agua de cebada, limón, leche merengada y café”.
Y comentan que trabajaban “cuarenta horas diarias”, se deslomaban ochenta veces al día transportando barras de hielo y se dejaban los ojos y las manos seleccionando las chufas, la cebada, el limón y mimando una leche merengada que, por aquella época, ya había hecho méritos como para adoptarla.
El negocio comienza a funcionar y abandonan el Ateneo para dedicarse a lo suyo. Se incorpora una nueva generación para ayudar y llegar. Hay que ponerle un nombre al negocio y el abuelo vota por “Concha” y, como suele ser normal, se impone el criterio de Concha y el establecimiento se llama Daniel. Y hasta ahora.
Durante este tiempo hay otras familias que comienzan a elaborar y a comercializar la horchata. Hay más oferta y también hay más competencia. Hay que ponerse las pilas. Era la época en que la familia vivía en el mismo local del negocio y no tenían demasiados lujos ni posibilidad de cambio pero sí había una máxima inevitable “Hagamos lo que hagamos tenemos que ser los mejores. Es bueno, lo hace bien, es el mejor”.
Había que aspirar a lo más alto y eso dignifica al abuelo Daniel que tuvo el valor de plantearlo y conseguirlo. Es la época en que la gente ya va a Alboraya a tomar chufa. La llegada del seiscientos e incluso la constancia del abuelo Daniel para que los tranvías y autobuses urbanos llegaran a Alboraya consiguiendo su propósito, multiplica la cantidad de visitantes.
Recuerda Carmen “El maestro Rodrigo era asiduo de la casa y uno de los mayores acontecimientos fue la visita de Dalí acompañado de Gala y Amanda Lear”.
Daniel “Revolucionó el pueblo. Todos querían verlos. Cuando le dijeron al abuelo quién era, les cedió el mejor sitio de la casa. Una mesa de camilla donde nos reuníamos toda la familia para comer o para escuchar la radio”.
Hay que cambiar de local y eso es lo que hace la familia. Otra vez a las “cuarenta horas diarias” manteniendo su horchata, el mantecado, la merengada y los granizados.
Tony me introduce en el otro mundo fascinante “En aquella época sólo se fabricaban rosquilletas. El abuelo quería algo para acompañar la horchata, pero tenía que tener un tamaño, una resistencia y algo más que le permitiera mojar en el vaso, que no se rompiera y que su sabor fuera complementario y atrayente”.
Me imagino al abuelo con todos estos planteamientos y en esa época… sigue Tony.
“Él se acordaba de una mujer apodada “la panqueamá” que vendía panquemaos por las casas. Le atrae la idea pero… se encuentra con un pastel llamado “pardal de fraile” largos y grandes y es ahí donde se enciende la bombilla. La unión de ambos”.
Tony provoca la sonrisa de todos al recordarme que fartón significa glotón porque se hincha en el vaso. Y empieza el espectáculo con otro descubrimiento, el combinar el frío con el caliente. El fartón se sirve caliente y la horchata fría. El resultado de la combinación ya lo conocen ustedes.
Hay que fabricar muchos fartons y es el horno “Los Morenos” en la calle Sagunto quien apoya a Daniel. La jubilación del dueño del horno plantea un gran problema a la familia que ha de buscar, receta en mano, quien les ayude. No es fácil y, después de dar muchas vueltas, encuentran en Alberique la solución a sus problemas. Un nombre, hoy ya famoso, empieza a sonar en el mundo de los fartons.
Esa es otra historia que contaremos aparte.
El 5 de abril del año 79 se inaugura en Alboraya el establecimiento emblemático de Daniel. Hasta nuestros días con la incorporación de local del Mercado de Colón.
Aquellos cinco litros de horchata y se tiraban seis se han convertido en 3.000 litros y no se tira ninguno.
Ha habido muchas horchaterías en estos tiempos. Algunas han tenido que cerrar otras siguen con orgullo y mucho trabajo. Daniel arriesgó mucho y fue visionario y conseguidor de otros productos como el fartón (hay más) la importancia de las comunicaciones y la creación de la D.O de origen. Todo un personaje.
Actualmente, su familia sigue los pasos del abuelo. Su amor por el producto y la exigencia en su elaboración. Han conseguido mantener precios muy asequibles y llegar a todo el mundo con un producto autóctono que ha puesto a Alboraya dentro de los mejores circuitos gastronómicos y lo que vendrá, porque todo está por hacer alrededor de esta maravilla llamada chufa.
Sigue Horchatería Daniel con su producto estrella. Sus maravillos cafés, limón, cebada, mantecados, leche merengada y sus batidos.
A la hora de buscar “la otra tentación” tienen donde elegir entre los Fartons, Parmenidets, Carmeleta, Marieta, Neleta, Mocadorets y muchos más. Todos elaborados artesanalmente.
“Muchos de estos pasteles llevan nombres de amigos o de familiares. Toma como ejemplo el Improvisat, nacido un día que nos quedamos sin fartons y tuvimos que improvisar algo”. Me comenta Carmen.
Hay un silencio y unas sonrisas. La familia ha vuelto a los recuerdos y yo he aprendido algo que desconocía. Hemos quedado para vernos en otra ocasión. Quedan muchas cosas que me gustaría compartir con ustedes. Me lo han prometido.
La historia de Daniel, el abuelo, sigue viva y que sea por mucho tiempo.
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