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«Hermano, nuestra bodega no existe»

11 febrero, 2025

Carlos Valsangiacomo, CEO de la bodega Valsangiacomo.

Si Chiva es una de las ‘zonas cero’ de la tragedia que el 29 de octubre, Valsangiacomo es la ‘zona cero’ del sector bodeguero valenciano. “Pero esta bodega aguantó los bombardeos de la guerra civil, la riada del ‘57 y un brutal incendio”, recuerdan los empleados más veteranos. En unos días volverán a “apretar” el botón de su embotelladora. Ejemplo de tesón y resiliencia.

Jaime Nicolau

El sol luce en la torre Vittore de Chiva. Humea su chimenea, pero solo a media asta. La tragedia ha rondado la bodega que actualmente dirige la quinta generación de la familia Valsangiacomo. Las instalaciones están ‘devastadas’. La cava inundada hasta el techo, la embotelladora y el resto de maquinaria anegadas, producto apilado en palets llenos de barro… la lista es interminable. «Hermano, nuestra bodega no existe», consiguió balbucear con la voz quebrada Arnoldo Valsangiacomo a las 07:00 del día 30 de octubre. La noche del 29 quedó atrapado en la bodega con apenas una decena de trabajadores (entre ellos los guardeses de la bodega y familia). Al otro lado del teléfono, su hermano Carlos, CEO de la firma, no daba crédito. No había comunicaciones, en efecto, pero hablaron por una de las cientos de miles de anécdotas, esta con final feliz, que la DANA ha dejado en la provincia de Valencia. La hija de Carlos, de 15 años, recibió en la trágica noche del 29 de octubre un inquietante mensaje de otro adolescente. Era el hijo de un trabajador. Preguntaba si sabían del paradero de su padre, pues no había vuelto del trabajo y no sabían nada de él. Carlos recibe la llamada de su hija y la tensión se apodera de él. Empieza a llamar a su hermano Arnoldo al móvil, pero no da señal. Habla con sus hermanas María y Marta y nadie puede contactar con la bodega. Entonces alguien se acuerda del viejo fijo de la oficina. Llaman y da señal. Lo coge Arnoldo, aunque es un inalámbrico con muy poca batería y no hay luz. Confirma que el trabajador está entre la decena de personas que se han quedado en la parte más alta del edificio. Carlos respira. Sus ojos se humedecen y llora como un niño: «Si ese trabajador hubiera perdido la vida, no hubiéramos tenido fuerzas para seguir».

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