13 marzo, 2020
Sequer lo Blanch. Celler del Roure. Unidos por una causa común: más huerta, más paisaje, más entorno rural. Dos trocitos de Alboraia y Moixent, reunidos por el primer MINI 100% eléctrico de Engasa y la Denominación de Origen Valencia.
Texto: Rubén López Morán | Fotografía: Fernando Murad | Vídeo: Vicent Escrivà
A veces la belleza está tan a la vista que nos pasa desapercibida. No reparamos en ella al no ser capaces de mirar con otros ojos y uno se pregunta por qué. ¿Qué nos ocurre para estar tan ciegos? Ocurre que nos falta lo más importante: el relato, la historia que hay detrás de cada paisaje, y de las huellas del pasado que lo conforman. Su memoria. Si fuéramos capaces de seguirles el rastro la belleza de la Tierra se nos revelaría a cada paso. En cada rincón. En cada detalle. Y nuestras vidas serían más ricas y fértiles, tanto como lo fue y es todavía ese lugar hacia donde nos conducimos esta mañana de un invierno timorato, a las puertas de una primavera anticipada.
En esta parte de la Huerta de Valencia, la que menos ha perdido en su conjunto su aspecto original, que se extiende entre el mar y la antigua carretera Barcelona, el viajero tira del hilo. Recupera parte del relato de los labios de un agricultor que frisa los 82 años y continúa trabajándola. Se llama José María Belloch Marqués. Se crió junto a sus diez hermanos entre Tabernes Blanques y San Miguel de los Reyes. Que de niño se pasaba todo el verano descalzo. Y que si se hacía una herida, el padre se la lavaba con alcohol y el médico le suministraba una inyección de Pentavacuna y a correr. Que vio cómo los carros iban cargados hasta los topes de fruta y verdura para ser vendida en el Mercado de Abastos. Y que vio también cómo els fematers –que eran unos labradores muy particulares–, salían de la ciudad cargados de la basura que compraban casa por casa para ser utilizada de abono en los campos de tabaco, maíz, coles, pimientos, alcachofas, carlotas, melones y sandías, cebollas…
“Había mucha más variedad que ahora porque la tierra apenas tenía enfermedades”, afirma José María, y añade: “Mi padre no conoció la pulverizadora, y yo aún conocí la época de no tirar ni un solo producto químico”. Se sujeta el sombrero de paja con la mano y hace una pequeña muesca con el azadón en una tierra que se hunde bajo sus pies de tan mullida. Una tierra que se le escurre de entre las manos, finísima, de textura harinosa, y que antes de abrirle los surcos donde germinará la simiente, se la aplana como a espátula. Unos rectángulos perfectos, terrosos, trazados a tiralíneas. Fruto del trabajo de una agricultura de autor, casi intelectual. Una agricultura capaz de aunar la brisa del mar y el agua de esa red capilar de acequias que nutre esa arteria continental llamada Turia.
Sequer lo Blanch
Camí Fondo. Camino Hondo. Atravesamos el municipio de Alboraia. El mar se intuye. Los naranjos se acicalan de la flor ártica del sur que cantó el poeta Miguel Hernández. Las alcachofas están en sazón. Lozanas y turgentes como senos verdes. Los campos de chufa descansan en barbecho. La cosecha anterior se está secando en las cambras o bodegas de las antiguas casas de campo. Unas alquerías que algunas han devenido en restaurantes u hoteles con encanto porque la Huerta necesita ayuda. Para continuar manteniendo su lucha cuerpo a cuerpo con una ciudad demasiado tiempo ajena a sus cuitas. Que se extendió a su costa. Una huerta que no solo necesita de figuras jurídicas de protección, sino de proyectos que la doten de viabilidad económica. Así se expresa el otro José Belloch. El hijo. Gerente de Sequer lo Blanch. Un establecimiento que ha hecho del relato, de la historia que gira a su alrededor, santo y seña de su propuesta gastronómica.
Una propuesta que pasa por sus patatas asadas con ajochufa. Un all i olli elaborado con ese tubérculo que se planta en el mes de abril. Tapizando de un pasto verde gran parte del término durante el verano. Una llepolia, en palabras de José, una golosina que no repite como su meloso pariente, porque contiene arginina: un aminoácido esencial que rivaliza en propiedades con la mismísima poción del druida Panoramix. Y en realidad algo de irreductible tiene la empresa de Sequer lo Blanch. Como la suculenta propuesta de humus de garrofón y ajo negro, que reemplaza el garbanzo por ese judión tan valenciano, ingrediente secular de la paella. Y “¿quién sabe si no fue plato habitual en las mesas de los árabes durante su estancia aquí?”, se interroga José Belloch.
Al igual que las cocas de sal y pimentón que José pedía de niño en el horno del pueblo. Y que hoy en el Sequer sirven de base a verduras, pescados y embutidos de kilómetro cero. Aunque la que conmueve el paladar del viajero es la coca de seba al voll (cebolla al vuelo), con rodajas de tomate valenciano y morcilla oreada de Ontinyent. Y como estamos en Alboraia, meca de la Orxata con denominación de origen, no podíamos dejar de probar els fartons farcits –fartones rellenos– de verduras, longaniza y comino. Y ya que estamos, sus arroces a la cazuela. Otra de sus propuestas arraigadas a la vida cotidiana de las familias hortelanas.
Celler del Roure
La vida cotidiana. El trabajo diario. El que modela el paisaje. Como el de Terres dels Alforins, que Pablo Calatayud se impuso meter en el interior de una botella de vino. Ese fue su anhelo. Y Pablo lo ha vuelto a conseguir con Les Prunes Blanc de Mandó y su Safrà tinto de mandó de la DOP Valencia. Lo logra porque sabe que solo volviendo al origen, a la recuperación de una variedad autóctona, casi extinta, endémica de los valles y sierras de Moixent, recuperaría los aromas de un presente que fuese la continuidad respetuosa del pasado. Porque, ¿qué somos en realidad?, si no recuerdos. Los recuerdos de los momentos vividos. Donde asirse cuando la vida te hace una broma pesada que te recuerda que te hizo un regalo maravilloso. Y qué mejor manera de celebrarlo que abriendo un blanco de color rosa, como Les Prunes, un rosado que sabe a un jardín de flores de una recién estrenada primavera; o un Safrà, que en palabras del padre de Pablo, el señor Paco, remite a una noche de bodas como las de antes. Un tinto con alma de blanco. Dos vinos que fluyen frescos, atlánticos, potenciando los sabores mediterráneos de Sequer lo Blanch.
Estamos hablando de la felicidad de la tierra. Esa belleza tantas veces olvidada. Tantas veces dejada de la mano de los hombres. Y que José María Belloch Marqués, José Belloch hijo, Pablo Calatayud y sus familias, veneran y nos ofrecen como alimento del cuerpo y el espíritu. Unas personas que nos ayudan a mirar nuestro alrededor con admiración y respeto. Para que nos sintamos orgullosos. Al fin y al cabo, como decía Marcel Proust, la felicidad no consiste en descubrir otras tierras, otros paisajes, si no, sencillamente, mirar con otros ojos. ¡Salud sr. José! ¡Salud José hijo! ¡Salud Pablo!
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