21 julio, 2015
Jaime Nicolau / Vicent Bosch
Hemos recorrido Toro, la cuna del vino que descubrió América. En esa primera entrega desgranamos la zona, sus paisajes y la relación cultural con el mundo del vino. Reforzamos ahora ese compromiso con la cultura del vino en una segunda en el Museo del Vino de Pagos del Rey (Félix Solís Avantis), inaugurado en febrero de 2014. Este museo es un proyecto de mucho empaque que se ha convertido en punta del lanza del enoturismo en la zona, mientras la Ruta del Vino de Toro sigue haciendo los deberes burocráticos para su creación definitiva. Recorremos el museo que fusiona tradición y vanguardia de la mano de su director, Rodrigo Burgos, que vive con pasión un proyecto que le ilumina la mirada. Lo transmite y contagia.
El museo nace desde el compromiso de la familia Solís con esta zona productora, pese a tener bodegas en zonas productoras con mayor arraigo turístico como Ribera del Duero o Rioja porque «La familia Félix Solís tiene un compromiso con Morales de Toro desde que se instala aquí y recupera el edificio de la cooperativa vinícola y después Viña Bajoz. La estructura de nuestra empresa a todos los niveles es diametralmente opuesta a lo que tenemos en esta pequeña bodega del siglo pasado con depósitos de hormigón», comienza explicando Rodrigo Burgos. «El edificio era muy interesante, patrimonial e históricamente hablando, y decide reservarse en 2008, cuando se hace la bodega, con un fin que ha ido evolucionando», continúa. «Primero para ser museo privado de la familia. Después para albergar un museo también privado con las piezas que la empresa ha ido coleccionando desde mediados del siglo XX y, finalmente, acaba siendo un compromiso con la cultura del vino en una zona, Toro, además, es estratégica desde el punto de vista geográfico porque está cerca de puntos de interés como Galicia o el norte español, cerca de Valladolid y a menos de dos horas de Madrid. Aparte del potencial que la zona está desarrollando, tanto por la calidad de los vinos, como en materia de turismo con el interés patrimonial que esto puede despertar, donde hay mucho por hacer. Nosotros arrancamos como referente. Somos punta de lanza abriendo caminos y posicionándonos. Es una apuesta de futuro, pero también un reto», añade Burgos.
Y entrar en el espacio del museo se convierte en una experiencia más que recomendable. «El museo se puede plantear en tres espacios diferentes. El primero es la tienda y la recepción. Simula un antiguo colmado en el que se podía encontrar de todo, jugando con el componente gourmet en diferentes aspectos culinarios. Después se accede al jardín, una novedad en museos, donde se encuentran las grandes piezas de la colección. Es un reto porque estamos trabajando en un proyecto de conservación y de investigación viendo la evolución de las piezas en un clima extremo. Están en su espacio natural. Ese jardín tiene 2000 metros cuadrados. Se combinan piezas recuperadas con un diseño botánico de plantas aromáticas de la zona, por ejemplo. Contrasta con la visión exterior de la bodega moderna más industrial», señala. Y así llegamos al museo propiamente dicho. «Dentro del mismo hay dos plantas y vamos de más a menos. Se contextualiza la historia del vino desde Armenia hasta ubicarlo en Toro, con un enorme protagonismo del Duero para todas las zonas productoras del norte de España. Y luego la elaboración del vino. Desde el trabajo en el viñedo, al que se realiza en bodega pasando por puntos tan importantes como el color, los aromas. Lo que lo hace único es que en la parte de arriba se han recuperado los antiguos depósitos de hormigón, haciendo un recorrido por su interior con diferentes audiovisuales. Es la historia del vino en Toro y la historia de Toro con respecto al mundo del vino» lo que resume cada una de las fases perfectamente memorizadas en la cabeza del director del museo.
Pero todavía hay más recorrido. «Falta una parte que es la sala de barricas, que el museo comparte con la bodega. Es la sala de barricas de Pagos del Rey, integrada en el museo. Es fundamental visitar el parque de barricas más grande de esta DO. Da acceso al museo y a la bodega», explica Rodrigo Burgos.
Hace poco más de un año que han abierto, pero ya han pasado por sus instalaciones miles de visitantes. Por eso su director se atreve a dar un repaso por las fases que más gustan. «Por la experiencia: la imagen del jardín, la primera visión general del museo, la sala de barricas y el recorrido por los depósitos con los diferentes audiovisuales serían cuatro puntos notables. Aunque tenemos la percepción de que el visitante se queda con el conjunto. Unimos las antiguas artes vinícolas con el mundo audiovisual. Tenemos muy claro que es un museo y la gente debe introducirse en la historia del vino, una cultura que se está perdiendo y las nuevas tecnologías ayudan a mostrarlo», argumenta.
Respecto a la función didáctica de estas instalaciones también lo tiene claro. Falta cultura del vino y Félix Solís y Pagos del Rey quieren poner su granito de arena. «Hay un salto generacional que está empezando a perderse. Los bodegueros transmiten la bajada en el consumo de vino y eso puede ir ligado a una falta de cultura del vino en las nuevas generaciones respecto a los valores tradicionales familiares, de respeto, sociales o medioambientales que tiene el mundo vinícola. Las generaciones que vienen detrás se van de cañas y no de vinos. Que desde pequeño se tenga un respeto por este mundo, con todo lo que genera a nivel cultural, es muy importante y debemos transmitirlo. Nosotros intentamos que la gente experimente una cultura viva y disfrute de nuestros vinos. Con que descubran algo de esta cultura nos damos por satisfechos», analiza Burgos. «En este año y pico rozamos las 12.000 visitas, pero no es algo que nos preocupe porque valoramos la calidad del visitante. Queremos que salgan por la puerta prescriptores que quieran volver. Trabajamos visitas privadas, visitas de grupo y también con institutos y colegios, porque la educación en nuestra cultura del vino es una de nuestras funciones. Estamos experimentando también ahora con talleres para colegios. Se ha llegado a un punto en el que se ha tocado techo. Hay miles de bodegas que quieren enseñar sus instalaciones, pero creo que se ha manido demasiado aquello de ‘Visita+cata’. El turismo del vino está en un buen momento, pero también en un momento de reinvención para ofrecer experiencias nuevas y diferentes, para no quedarte únicamente en amantes del vino. Hay un momento de giro mirando más al usuario potencial que quieres captar», explica como un doctor que tiene claro un diagnóstico.
Así es este emblema del enoturismo en Toro. Escrito con mayúsculas en una tierra que enamoró a célebres del Siglo de Oro como Quevedo o Lope de Vega. Y es que el turismo del vino se ha convertido en una herramienta brillante para las bodegas. «Es un producto de marketing fundamental. Si consigues atraer a los clientes a tus instalaciones les vas a dejar que te conozcan por dentro. Por eso para un territorio es tan importante que haya bodegas que lo ofrezcan. El enoturismo genera mucho movimiento económico en la zona. Para convertir un producto como el nuestro en un destino tiene que haber una oferta conjunta notable. Nosotros sabemos lo que queremos, pero el sector tiene que estar unido y la institución pública apoyar con diligencia. En ese camino estamos trabajando. Cuando la Ruta del Vino arranque en esta zona, que está en ello, lo hará con un enorme potencial», concluye el director del Museo del Vino de Pagos del Rey.
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