3 agosto, 2018
Un cielo Reserva de la Humanidad. Bosques interminables y montañas, muchas montañas. Y entre medias un paisaje compuesto de palabras ancestrales, memoria de un mundo agrícola y ganadero varias veces centenario.
Texto: Rubén López Morán Foto/vídeo: Fernando Murad – Vincent Loop
Si el viajero fuera adulto comenzaría este reportaje contestando a las preguntas pertinentes. ¿Cuáles son sus fronteras? ¿Su capital? ¿Número de habitantes? ¿Qué lengua se habla? Pero el viajero no es un adulto serio. Aun así, responderá alguna de ellas para que el lector lo sitúe, por si un día, o más bien una noche, desea visitarlo. Porque este país brilla en el cielo. Y lo llaman Universo. Un espacio compuesto de miles de millones de galaxias. Tantas como granos de arena acumulan las playas de un planeta llamado Tierra. Un planeta que gravita alrededor de una sola estrella: el Sol. El Sistema Solar que se localiza en un brazo de una galaxia en forma de espiral, compuesta a su vez por millones de estrellas, otros soles, conocida como Vía Láctea.
Es verdad que cualquier terraza es un buen lugar para mirarlo. Tendido boca arriba. Sin pensar en nada. Con los ojos clavados en un cielo que no tiene límites. Sin embargo, nuestro humilde barrio no está preparado para emprender semejante viaje. Hay demasiada polución lumínica que impide a la mirada viajar limpiamente. De ahí que si uno está interesado en darse un paseo por la bóveda celeste debería acudir a una de las 10 Reservas Starlight declaradas en el planeta por la UNESCO. ¡Ya decía yo que esto no iba a ser tan fácil! Pues no lo digas, porque una de ellas está aquí al lado, en Aras de los Olmos, en la región del Alto Turia.
Es como entrar en una habitación a oscuras. Primero se va a tientas, con miedo a tropezar. Hasta que la vista comienza a distinguir los objetos bajo un cielo insólito. Un cielo que, Alejandro Vera, de la empresa AstrExperiència, desgrana como si de una pizarra se tratase puntero láser en mano. Un firmamento plagado de constelaciones, planetas, estrellas recién nacidas, otras maduras, e incluso desaparecidas, llegando hasta nosotros su último suspiro exhalado hace miles de años. Como advierte Alejandro, nada de lo que se observa en el cielo es en tiempo real. Nos enfrentamos al tiempo sucedido. Un viaje al pasado a bordo de una nave excepcional ya que un día alumbró vida. Una vida que en la comarca de los Serranos ha dejado un rastro de huellas que nos disponemos a seguir en cuanto amanezca en el complejo Aras rural. Con la intención de hacernos otras preguntas y, por ende, dar con otras respuestas.
Acueducto “Peña Cortada”
Sin duda estamos ante una empresa ciclópea. Una obra hidráulica de 28 kilómetros de longitud que acometieron los romanos allá por el siglo I dC con mano de obra esclava, a buen seguro íbera. Un proyecto que se las traía porque debía llevar agua desde el interior de la Serranía hasta la campiña situada entre las poblaciones de Villar del Arzobispo y Liria. Y que gracias al preciado líquido iba a convertirse en la despensa de trigo, aceite y vino del Imperio. Que los romanos sabían lo que se hacían salta a la vista con solo ver el tramo de acueducto que mejor se conserva: el que salva el barranco del Gato. Y también de cómo se las gastaban, atravesando una peña abierta en canal, seguida de una galería de pasadizos y túneles. En la actualidad, la ruta se completa a pie tanto desde el municipio de Chelva como Calles. Además, se le ha añadido un entarimado de madera que la hace practicable todas las épocas del año.
Los barrios de Chelva
Es uno de los pueblos que mejor ha conservado su trama medieval junto con el de Alpuente. Una visita al centro histórico que comienza sin embargo con la primera expansión hacia el norte de la villa, coincidiendo con el nuevo acceso desde Valencia. En la plaza mayor sobresale la presencia catedralicia de la Iglesia Arciprestal de Ntra. Señora de los Ángeles. Con una fachada retablo de estilo manierista (s. XVII). Y casi justo enfrente, un pasadizo pegado al Palacio Vizcondal nos precipita a los barrios árabes, judío y cristiano de Benacacira y Azogue del Arrabal. Callejones, calles estrechas y paredes encaladas, rumor de fuentes, plazoletas, umbrales floridos y antiguos lavaderos donde se reunían las mujeres a hacer la colada. Un mundo rural hoy desaparecido que aún se respira en las huertas de la vega del río Chelva.
Azud de Tuéjar
Si hay un lugar emblemático en el Alto Turia ese es el Azud de Tuéjar. El porqué salta a la vista nada más llegar. Es un espejo de agua al borde de la naturaleza. Donde se reflejan por el día delicadas adelfas, chopos espigados y melancólicos sauces, y por la noche, un cielo tachonado de estrellas. Por añadidura, sus aguas brotan a una temperatura constante de 18 grados, que en el periodo estival está muy bien porque el baño no corta la respiración. No será el viajero quien le ponga un pero a un rincón de una belleza que se deja mirar, pero no se conformen. Aventúrense, porque el Alto Turia es mucho más que el Azud de Tuéjar. Así se lo transmite Alberto Cucala, del club de Todo Terrenos Los Serranos.
Remontando la rambla que aboca al Azud pueden deleitarse con el vuelo majestuosos de una colonia de buitres leonados que ha colonizado los paredones calcáreos del barranco del Fraile. A sus pies, un nevero recién restaurado. En la misma pista pueden curiosear un yacimiento con restos de pinturas rupestres. Y desde la misma Tuéjar sale una pista que les conducirá a una de las muchas las caídas del Turia que ofrece la comarca: la que lleva al área recreativa de Zagra. Donde las instalaciones de una desparecida piscifactoría han mudado en piscinas naturales. Uno de los lugares preferidos de un barcelonés que un día descubrió esta comarca y que no se marcha de aquí ni por todo el oro del mundo. Es la tranquilidad con la que se vive, zanja. Y se despide desde la terraza del Álvarez, otro de los lugares emblemáticos de la zona, en este caso para hacer parada y fonda.
Las caídas del Turia
Dejarse caer hasta el lecho del río Turia es una experiencia de incalculable valor paisajístico, cultural y medioambiental. Surcando un piélago de montañas cubiertas de pinares infinitos. Redescubriendo las huellas de un paisaje agrícola y ganadero varias veces centenario. Solo hay que prestarle atención mientras se recorre la pista forestal que lleva a la Caballera. Una micro reserva de flora a la orilla del eje que vertebra los 8 municipios que integran la Mancomunidad del Alto Turia: el río que les da sentido y razón de ser. Así se expresa su presidente y alcalde de Titaguas, Ramiro Rivera, y trasluce la mirada del capataz de las brigadas de emergencia forestales, Paco Gómez. La fuente de la Juncanilla, la Tosquilla, los Chorros de Barchel. Puedes danzar por muchos lados, afirma Paco, rodeados de una tierra que se bebe el silencio y la soledad a tragos. Tras coronar el Alto de la Montalbana nos embarga una memoria compuesta de bosques, campos de cereal y vid, barracas refugio de pastores, caleras, molinos, navajos, norias, cubos, peirones y tejerías. Palabras ancestrales que hablan de un mundo milenario que el viajero atalaya con cierta melancolía desde la ermita de la Virgen del Remedio. Porque en cierto modo sabe que son el reflejo de un mundo sucedido, como el mismo brillo de las estrellas cuando caiga la noche.
No obstante muchas son las iniciativas que están poniendo en valor una región que apabulla. Que ofrece tantas posibilidades al visitante como las que alberga el Centro de Vacaciones Embalse de Benagéber. Un escenario desconcertante. Un conjunto de edificios de la década de los cuarenta que acogió a los 2.500 trabajadores que construyeron la presa. Tanto personal contratado como presos políticos. En consecuencia, lo que hoy son albergues, comedor y salas multifuncionales, en su momento fue residencia de ingenieros, economato, vaquería, cuartel de la guardia civil, colegio y ala de maternidad. Como curiosidad, por sus calles hizo sus primeros pinitos “el pequeño ruiseñor”, Joselito, porque su padre trabajó aquí. En la actualidad, el Centro de Vacaciones se ha convertido en un polo de atracción de todo tipo de colectivos, subraya su gerente, Salvador Martínez. Pionero del turismo activo y de aventura en la Comunidad Valenciana, llevando en esto desde 1981. A 800 metros sobre el nivel del mar. Colgado como un nido de águilas sobre una lámina de agua capaz de reproducir el Universo. Un fenómeno que hace reservar de un año para otro a algunos desde hace más de veinte años.
Los Tornajos
Para comer lo que diga la señora, Isabel Izquierdo. Los Tornajos lleva abierto desde hace 33 años. Y siguen trabajando bajo la misma premisa: hacerlo lo mejor posible. Al borde de la misma carretera CV-35 que atraviesa Aras de los Olmos camino de la aldea de Losilla, a los pies ya de la Sierra de Javalambre. A 92 kilómetros de la ciudad de Valencia. Ofreciendo una cocina natural, sin nombres raros en la carta, confeccionada al gusto de los de aquí y los de fuera. Porque muchos son los valencianos del cap i casal que suben a comer sus chipirones a la plancha. La antesala de una minuta influida por la comida castellano manchega. Como no podía ser de otra forma. Aunque su plato de cecina provenga directamente de la maragatería, capital Astorga. A partir de ahí la mesa se puebla de morteruelo, gazpacho manchego, orejas a la plancha, bolas de foia con mermelada de higo y vino dulce. Un primer acto que acompaña un tinto de Bodegas Polo Monleón. El segundo acto lo monopoliza su trucha a la almendra y un excelente vino blanco con sub denominación Alto Turia de la Cooperativa de Titaguas. Y para finalizar la sentada serrana, unos mantecados Monteturia junto con un porroncito de mistela u orujo. Esto último al gusto del consumidor. Si aceptan un consejo hagan noche porque por fin han llegado al país donde viven las estrellas.
ENLACES DE INTERÉS
Turismo Mancomunidad Alto Turia www.altoturia.es
Museo Paleontológico de Alpuente www.museopaleontologico.net
Turismo Activo, Hotel y Alojamientos Aras Rural www.arasrural.com
AstrExperiència www.estrexperiencia.wordpress.com
Centro de Vacaciones Embalse de Benagéber www.albergue-benageber.com
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