15 julio, 2022
El Parque Natural del Montgó se alza al borde del Mediterráneo. Como una isla varada cubierta de paisajes. Les acompañamos a descubrirlos junto al i3, el utilitario 100% eléctrico de BMW ENGASA.
Texto: Rubén López / Foto y vídeo: Paula Jiménez, Vicent Escrivà y Fernando Murad
Hay perfiles que marcan, que condicionan el paisaje, porque se comportan como un punto de referencia. Para el hombre el Montgó siempre ha estado ahí: altivo, sereno, enfrentándose a pecho descubierto al viento, al agua, y arraigado en profundas raíces peninsulares. Pero puestos a fantasear, parece que su vocación fuera otra bien distinta. Como si un día se decidiera a alzarse para emprender un viaje, quedándose como una isla varada a la orilla del Mediterráneo. Al borde de un mar que lo acogió como a uno de los suyos, porque en cierto modo, aunque el Montgó es una montaña, no deja de ser una montaña atravesada de agua, dada su naturaleza calcárea. Solo hay que acercarse a la Cova de l’Aigua para darse cuenta de cómo palpita su corazón: gota a gota.
Esta visibilidad le ha reportado una gran importancia desde la noche de los tiempos. Muchos han sido los pueblos y civilizaciones que lo han utilizado de hogar, atalaya defensiva, lugar de caza, recolección y cultivo y, desde hace cuatro días, punto de mira de una actividad que prácticamente lo ha rodeado: el turismo. No será el viajero quien se ponga exquisito, porque sabe que el Montgó nos sobrevivirá. Aun así, bienvenida la declaración de Parque Natural en 1987. Una declaración que permitió no solo la convivencia pacífica, sino un conocerse. Porque este macizo es un paisaje hecho de muchos paisajes, aquellos que dibujan la piedra, la flora y la fauna. Un patrimonio natural que en la actualidad está unido al del ser humano, y que ambos son perceptibles a cualquier mirada curiosa. Solo hay que aplicar el zoom.
Centro de Interpretación
Un acercamiento que nos lo ofrece el Centro de Interpretación del Parque Natural del Montgó. Donde comprender y, por tanto, emprender, un viaje que nos acerque a un rincón que es un auténtico tesoro botánico, como no se cansa en repetir el Técnico en Educación Medioambiental Nacho Segura, durante la visita a unas instalaciones que recrean una naturaleza compuesta de muchas caras, como la de sus fondos marinos del cabo de San Antonio; o el de sus paredes calcáreas, con el proyecto de reintroducción del águila pescadora; o las plantas que habitan sus umbrías más húmedas, endemismos únicos en su género, como el cardo de peña, “que no pincha”, aclara Nacho, de nombre científico carduncellus dianius y el de andar por casa, l’herba santa, una planta que solo crece en este punto de la península Ibérica y en Ibiza, y que tiempos ha se empleaba como hierba que acompañaba las cocas.
Este es un magnífico punto de partida para iniciar una de las cinco rutas que propone el Parque Natural. Para el verano, Nacho recomienda el itinerario de la Cova de l’Aigua por razones obvias. “Es la más fresca y húmeda”, subraya, y además atesora varios elementos que la hacen muy interesante. No solo guarda una microrreserva de flora, sino que a la entrada de la oquedad se halla una inscripción romana del 238 d. C. Un epígrafe grabado en roca viva como testigo de que un destacamento militar de la Legión VII Gemina estuvo aquí. Un recorrido de tres horas de duración que permite, si el día amanece despejado, tener a nuestro alcance la luna de Valencia. Comprendiendo entonces el porqué de la expresión, que no era quedarse a las puertas de la capital del Túria viéndolas venir bajo la luz de la luna, sino el de las embarcaciones que fondeaban en un golfo de una belleza tan bien dibujada como la misma uña celeste. La misma uña que tantas noches veló las plegarias del monje franciscano Pare Pere en la ermita del mismo nombre, y que está aquí al lado. Este es otro de los paisajes que componen el Montgó, los que desde él se dominan.
Celler Les Freses
El viajero no puede abandonar esta montaña sin mirar del otro lado. Sin cruzar por su extremo más noroccidental, donde en el siglo VII a. C., en el Alto de Benimaquia, se levantó un poblado íbero vinculado a la elaboración y comercialización de vino. Las ánforas fenicias halladas pueden verse en el Museo Arqueológico de Dénia, en el castillo de la ciudad. Por tanto, no es casualidad que aquí, en la pedanía Jesús Pobre, nos topemos con una bodega de un nombre un tanto singular: Celler Les Freses. Su por qué nos lo aclarará Mara Bañó, la propietaria y hacedora de unos vinos de nombres igualmente especiales, porque aquí, a las faldas del Montgó, todo parece envuelto de un halo de misterio y encantamiento.
Una nómina que comenzó con Les Freses, un blanco monovarietal de la reina blanca: la moscatel de Alejandría, al que le siguieron L’Horabona, Àmfora, Paquita Mut, Tallaruques, Cupertino y Xiulit. Unos vinos de la DOP Alicante que prosperan bajo la atenta mirada de una montaña que además les aporta el agua y la tierra que les son fundamento. Unos vinos hechos de puro paisaje. Un paisaje que con gran tesón y esfuerzo Mara se ha propuesto recuperar extendiéndolo como un vistoso patchwork por el valle del Montgó.
Un retazal que ha traído también el cultivo del cereal gracias al proyecto ‘Blat en la Marina‘ que impulsa la Associació Sociocultural del RiuRau. Quién sabe si no estaremos asistiendo ante un nuevo resurgimiento de un paisaje agrícola diverso, y que en el pasado dejó su huella sobre esos bancales de piedra seca que trepan en algunas vertientes del Montgó, y que se dedicaron durante el siglo XIX a la producción de pasa, que tras su almacenamiento en els riuraus, se cargaba en los barcos que salían de Dénia y Xàbia, camino de los puertos ingleses donde era muy apreciada. Aún hoy una familia se dedica a su cultivo, siendo ya la quinta generación. Una auténtica delicatessen, que como el trigo que ha vuelto a ser sembrado para uso de los chefs de la región que le ha supuesto a Dénia ser declarada Capital Gastronómica por la Unesco.
A Mara le brillan los ojos al recordar a su abuela contándole cómo empaquetaba las pasas, un trabajo propiamente femenino, porque las mujeres tenían las manos más pequeñas para introducirlas en las cajas para su exportación. Las de los hombres, en cambio, se dedicaban a ganarle un escalón más a una montaña orgullosa, a la par que dulce y amable, si se la trataba con respeto. Así la vive todos los días Mara. Dándole las gracias por todos los dones que recibe. Un amor que traslada a sus vinos y a quienes la visitan, compartiéndolo a manos llenas. Un amor arraigado en un pasado que aquí, donde otros soñaron fresas, Mara plantó viñas. Y entre ellas, a partir del veintidós de julio, A poqueta nit, se inaugurará la serie de conciertos que esta mujer de cuerpo menudo, mirada aguamarina e ilusiones gigantes, organiza para brindar un año más por una uva, la moscatel de Alejandría, “que si no ve el mar, plora”. Por ella entonces…
Se advierte al usuario del uso de cookies propias y de terceros de personalización y de análisis al navegar por esta página web para mejorar nuestros servicios y recopilar información estrictamente estadística de la navegación en nuestro sitio web.
0 comentarios en