5 junio, 2019
Casa Los Frailes y Ca Xoret: viticultura y gastronomía unidas por amor a la naturaleza
Texto: Rubén López Morán Fotografía y Vídeo: Fernando Murad / Vincent Loop
Segunda parada buscando rincones mágicos de Valencia y su área metropolitana. Nos subimos al Mini Countryman de Engasa, con la Denominación de Origen Valencia de acompañante. Las espaciosas plazas traseras las ocupan Bodegas Los Frailes y Ca Xoret. Viajamos a la huerta valenciana con un modelo que cuenta en sus filas con una versión híbrida enchufable que mira al planeta con bondad, sin renunciar a la marcada personalidad de un modelo que no se arruga en terrenos complicados.
La tierra es memoria. Para recobrarla solo hay que hundir la mano en su seno, cerrar el puño, llevársela a la nariz, e inspirar profundamente siglos de tradición, de raíz, de la historia de un pueblo que se ganó la vida con el sudor de la frente. Un pueblo labrador que la trabajaba como lo hizo el maestro picapedrero la piedra de las Torres de Serranos; o el maestro tejedor la urdimbre del más bello tapiz. No se molesten en buscar estos oficios porque forman parte de un pasado remoto. Perdido. Sin embargo, hay un territorio que subsiste. Que permanece herido pero vivo todavía. A pesar de que sigue encogiéndose como piel de zapa. Antes nacía a los pies de las murallas de Valencia; hoy, en cambio, a los pies del último bloque de pisos construido.
La parte mejor conservada se extiende entre la franja litoral y la antigua carretera Barcelona: conocida como l’Horta Nord. Y justo en medio: el Barrio de Roca, en Meliana. Una isla envuelta sin transición de un paisaje dibujado al milímetro; a regla y cartabón; siendo la línea recta artífice de una belleza que se derrama a manta entre caballones; entre esos valles estilizados, tirados a cordel, donde se multiplican hortalizas de toda índole y condición. Es ahí donde el visitante se hará una idea exacta de lo que es la Huerta de Valencia. Unos campos que muy poco tienen que ver con esa imagen romántica de vergel o jardín exuberante; sino con una agricultura de técnica depuradísima. Un modo de trabajar la tierra que se convirtió en un arte, en un valor estético propio, nacido de ella misma.
Barri Roca
La belleza de la tierra. Eso es lo que une a Miguel Velázquez y Mel Almela Pascual, propietarios de Casa Los Frailes y Ca Xoret, respectivamente. De eso están ambos profundamente enamorados y que les anima, cada uno desde su oficio artesano, a hacerle justicia. El primero tratándola como un ser vivo, escuchándola atentamente, para que su vinos sean capaces de expresarla con pureza y sinceridad; el segundo, proveyendo sus platos de unos productos que son paradigma del kilómetro cero, porque solo tiene que estirar el brazo para recoger la cosecha de su huerto ecológico.
De casta les viene. Miguel es la decimotercera generación de una familia que se afincó en un valle llamado dels Alforins, al regazo de la Serra Grossa, allá por 1771. Mel es nieto de labradores e hijo del Barrio de Roca, como lo son sus padres, Melchor Almela y Concha Pascual, que hace 15 años decidieron junto con su hijo, embarcarse en un proyecto que les llenara la vida entera. Una vida que palpita con una fuerza inusitada a la hora del almuerzo. Una auténtica religión en Ca Xoret y que hoy se oficiará con una selección de vinos llegados de Terres dels Alforins, DOP Valencia, para deleite de las bocas allí convocadas. Y si no nos creen, atiendan a la minuta, y al emparejamiento sucesivo. Al esgarraet que abrirá la veda, le acompañará un Blanc de Trilogía 2018; a las croquetas de bacalao y morcillas de cebolla, un Dolomitas tinto; a la tortilla de alcachofas, un Moma 2012; y finalmente, al all i pebre, el 1771, un monovarietal de monastrell salido de unas viñas con 85 años de antigüedad y encumbrado este año hasta los 94 puntos Parker.
Melchor Almela, junto a su esposa Concha y su hijo Mel, propietarios de Ca Xoret.
Fiesta de los sentidos
A veces las palabras no son capaces de transmitir la sustancia de la que están hechas las emociones. Una materia que conmueve los sentidos hasta tal punto de hacernos recordar quiénes somos en realidad; el anhelado conócete a ti mismo. Escuchar cómo Mel explica la procedencia de cada uno de los productos que las manos de su madre cocina; y de cómo Miguel identifica las notas que emanan de la tierra que nutre la savia que mueve sus viñedos en primavera, es asistir a una lección de alta cultura que arraiga a ras de suelo. Y no es baladí la empresa. Siendo eso precisamente lo que se llevarán a la boca si deciden no esperar sentados.
El tiempo pasa. Cojan su vehículo o el tren de cercanías que parte en dos el Barri Roca; y conozcan en persona a Mel y a sus padres; ocupen la barra o una mesa del comedor; y pidan el primero de los platos citados más arriba: el esgarraet. Un clásico de Ca Xoret. Media huerta sobre un pedazo de pataqueta hecha en un horno de Albuixec. Sírvanse una cucharada de pimiento rojo, ajo, migas de bacalao y mojama, guarnecida de olivas negras aragonesas y aceite virgen extra traído de Segorbe. Y acto seguido, saboreen el coupage del Trilogía, ensamblaje de tres variedades de uva: Sauvignon blanc, Verdil y Muscat. Que hunden sus raíces en suelos extremadamente calcáreos con finos limos y arenosos. Y continúen hasta el final, hasta rebañar los platos y apurar las copas. Brindando por todo lo vivido y lo que está por vivir. ¡Salud y chinchín!
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