27 enero, 2017
José Antonio López
He llegado antes de la hora de cita. Hacía tiempo que no venía a Copenhaguen, años, para ser sincero. Y no quería encontrarme con los tópicos que rodean a un restaurante vegetariano. Que si la decoración es Zen, que si huele a cebolla y a col, que si todo está ralentizado, que si la paz envuelve…
Falso hasta la saciedad. El restaurante está como estaba. Un local limpio, cómodo, pensado para disfrutar de la buena comida y sin elementos que te distraigan de lo importante, la gastronomía y la compañía elegida y sin ningún tipo de olores.
Un sitio tan normal como agradable.
Y eso de que todo está ralentizado… aquí se rompen todos los esquemas que, ya de por sí, no son normales.
Celia acaba de entrar por la puerta. Es una de las dueñas y una parte de las dos almas que supieron creer en lo que hacían y perseguir sus sueños hasta hacerlos realidad.
Celia y Olga, dos trenes mercancías que, menos mal, circulan en la misma dirección y juntos.
Celia es todo nervio, toda vida. Hasta el diminuto rayo de sol que entra por la puerta se engrandece con su presencia.
“Pues es verdad que tengo antecedentes gastronómicos. La verdad es que no me había parado a pensar en lo que me comentas…”.
Y es que empezamos buscando raíces y las suyas fueron las enseñanzas de su madre en la mercería Práxedes “Aún hoy le llamo a la barra del bar, mostrador”, como debe ser, como mandan los cánones. Su padre Lorenzo era pastelero y panadero. “No, no tengo ningún antecedente de hostelería ni nada parecido, claro que al recordar a mi padre…”.
Y estalla en una carcajada contagiosa.
Ella que comparte algo más que Mediterráneo con Serrat, comienza a trabajar en una empresa de investigación de mercados y estudia bellas artes.
El tiempo y las circunstancias de la vida le llevan a volver a estudiar y buscar otros caminos que le abrieran nuevas oportunidades.
“Me encuentro con Olga y nos proponemos montar algún negocio, nada en concreto pero algo como una mercería o…”.
La oportunidad de alquilar una planta baja, les abre los ojos.
En el tiempo de búsqueda, Celia se mete en la cocina y empieza a hacer sus pinitos culinarios. Le gusta que su numerosa familia disfrute con sus platos. Por otra parte Olga, descubre las ventajas de ser vegetariana y juntas comienzan una aventura.
“Nos prometemos montar un restaurante vegetariano. La verdad es que nadie daba un duro por nosotras y fuimos descubriendo un mundo distinto en el que podíamos aportar y compartir mucho”.
Los inicios fueron muy duros. Estudiar, estudiar, aprender, aprender… “Había que ser responsable y saber lo que nos llevábamos entre manos. Sabíamos de nutrición, de equilibrio, de posibilidades… la cocina de mi casa fue el banco de pruebas y muy duro por cierto. No bastaba con saber qué, sino cómo y por qué, y además estaba la formación del equipo que tiene unas características especiales”.
Poco a poco va formándose Copenhaguen. “Pedimos ayuda a un buen amigo arquitecto y decorador y se volcó en el proyecto. Como ves, sencillo y práctico pero muy bien estudiado para que no haya distracciones que no sean las necesarias y oportunas”.
“Estábamos dispuestas a hacer lo imposible. Lo que no sabíamos, lo preguntábamos y si no había respuesta investigábamos hasta encontrarla. Entrar en este fabuloso mundo ha sido gratificante. Me encuentro en una etapa en la que sigo estudiando y exigiéndome para hacer las cosas mejor”.
Se le escapa a Celia el nivel de su exigencia en la perfección de los platos y en su presentación. Se lo pregunto directamente porque me he dado cuenta de que está pendiente del más pequeño detalle. No le dejo que me conteste, recuerdo que ha estudiado bellas artes y eso lo traslada al mundo de la gastronomía.
“El nombre de Copenhaguen nos gustó desde el principio. Esta ciudad siempre ha sido un ejemplo en cuanto a su cuidado, respeto y forma de vida de sus habitantes. Teníamos algo en común”.
Alberto y Lourdes se han acercado a nosotros para preguntarnos si nos quedábamos a comer. Aún no son las 14:00 horas y los comensales empiezan a llenar el local.
No hay ni un solo móvil o aparatos semejantes en las mesas. Se van ocupando las más cercanas unas a otras. Es como si a los comensales no les importara la cercanía. Hay familiaridad “entre desconocidos conocidos”.
“Tenemos una cocina fresca, diaria y asombrosa elaborada por artistas que saben adaptarse al momento y a la situación. Damos de comer de forma sana y compartimos no una moda, si no un estilo de vida”.
Verde es vida y hay que empezar por dejar atrás comentarios y opiniones sin fundamento que no llevan a nada. Disfrutar de la cocina vegetariana sorprende a propios y extraños y hay que probarla y disfrutarla. Seguro que les engancha.
Todo es bueno. Todo es natural.
Me quedo en la mesa de la entrevista y ruego y suplico que quiero probar “algo pequeño y representativo…”. He tenido un lapsus al no estar al tanto de la personalidad de Celia y otro lapsus al no recordar a Olga cuando sus padres, Paco y Olga me dijeron que tenía que visitar el recién inaugurado restaurante vegetariano que habían montado. Corría el 13 de marzo del 2011.
Y me he despistado y pago el lapsus.
Desde luego, no se irán de Copenhaguen con hambre. Se lo aseguro. Las raciones son tremendas y no exagero lo más mínimo. Da pena no poder llegar a todo y eso que, con un servidor, hicieron una excepción.
Por un menú de 11,90 € o una comida a la carta desde 20 €…ya va bien servido.
¿Me acompañan?
Las brochetas de corazones de alcachofas, saitán marinado y salsa tártara abren el desfile. Me van a permitir que no nombre algunos de los ingredientes que acompañan cada plato porque de lo contrario no llegamos a acabar el reportaje.
Alberto ha elegido un tinto, Rebel·lia ecológico, de Utiel-Requena 2015. Tempranillo, garnatxa y bobal. Nos acompañará durante toda la comida.
Las croquetas de boletus y avellana tostada y las de gorgonzola con nueces, higos y ralladura de lima, están sobre la mesa.
Hay que ir despacio. Saborear. Admirar. Sentir. Es una buena ocasión.
Seguimos con un carpaccio de boletus frescos confitados sobre base de rúcula con tomate seco, lascas de parmesano, pesto de remolacha. Aderezado con aceite de trufa.
Miro de reojo a ver si viene alguien a acompañarme en tan Pantagruel experiencia. Solo ante el peligro que va siendo más satisfactorio.
“De las cosas más sencillas se puede hacer algo espectacular”. Me imagino, a la vista de los platos, que Celia está trasladando sus bodegones a lo que tengo frente a mí en la mesa.
Y llega la hamburguesa Copenhaguen con queso ahumado, huevo, brotes tiernos, cebolla morada, pepinillos y… por favor, que alguien venga en mi ayuda.
Aún quedó un pequeño hueco para la tarta de chocolate y castañas.
Así de sencillo y así de asombroso.
Por mucho que les cuente, lo mejor es decidirse a probarlo y aquí tampoco tiene pegas porque “algo tiene el agua cuando la bendicen” y el grupo Copenhaguen ya cuenta con cuatro restaurantes (Malmö, Oslo, Helsinki).
El más reciente en Madrid, Copenhagen Madrid, en la calle José Ortega y Gasset, 73.
Les doy la dirección y teléfono de Copenhaguen está en la calle Literato Azorín, 8. Su teléfono 963 28 99 28.
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