13 junio, 2018
J.A.L.
Vale la pena hacer un breve viaje hasta Meliana. Exactamente hasta el Barrio de Roca y a la calle San Isidro, 28. Allí está el nuevo Napicol.
Entras por un camino que te lleva a un gran aparcamiento y te encuentras en un lugar que es naturaleza misma. Campos, más campos, verde que te quiero verde y una de esas casas antiguas que poseen la atracción de la historia que pueden contar y que te gustará conocer.
Árboles que te regalan su sombra y su frescura. Un estanque con más de doscientas carpas que se acercan al borde como entonando el himno a la tranquilidad y a la paz y un huerto donde conviven las lechugas, los tomates, los pepinos, las hierbas aromáticas y las frutas que, desde las ramas de sus árboles, te invitan a degustarlas.
Naturaleza pura que no se ve invadida por unas pocas mesas, estratégicamente colocadas al aire libre y protegidas por sombras y soles que andan a través de las horas complaciendo a unos y otros conforme sean sus gustos. La casa ancestral se levanta humilde, albergando en su interior un restaurante tan apetecible como el que hay en el exterior.
Muy pocas mesas, perfectamente distribuidas y vestidas de una forma informal pero que muestra una delicadeza especial a la hora de poner, sobre un inmaculado mantel, la cubertería y cristalería que ya, de entrada, alegran la vista. Todo está en su sitio. Perfectamente colocado. La cocina, a la vista de todos. Inmaculada.
Es NAPICOL un restaurante hecho a medida de todos y para todos.
Anselmo, el padre de Chemo, ha sido comercial toda la vida. Nadie en la familia tiene raíces en el trabajo de la restauración, pero este comercial, posiblemente debido a sus innumerables viajes, empezó a tener curiosidad por la cocina y, ya que no podía ejercer una pasión que se iba formando en su interior, optó por llenar su biblioteca de libros y apuntar recetas allá por donde descansaba de sus obligaciones diarias.
Chemo, el hijo, estudia Publicidad y Relaciones Públicas “pero me doy cuenta, casi acabando la carrera, que no era lo mío. Tenía que buscar algo nuevo y rebusqué en la biblioteca de mi padre encontrándome con los libros de cocina”.
El encuentro con Abraham Brández le plantea la posibilidad de conocer “un mundo muy duro pero que te da grandes satisfacciones y, si te gusta, te apasiona de manera que no puedes dejarlo”.
Es aquí donde Chemo descubre su vocación y valora las enseñanzas de los libros, a la par que la importancia de la formación. Entra a estudiar en el CDT. Disciplina, entrega y sacrificio. Comienza la historia.
“Entro a hacer las prácticas en Duna y me dan una somanta de palos que aún me duelen después de tantos años. Muchísimo trabajo y más de una desilusión. No hay tiempo para uno mismo y la exigencia de un trabajo bien hecho te lleva a darlo todo”.
Una alegría le viene en esta etapa de su vida. Ana, su actual pareja, le apoya y le da ánimos. Junto a ella otros compañeros que ven el valor de Chemo y no quieren que abandone. Nacho es otro de sus puntos de apoyo y actualmente sigue trabajando con él, codo con codo.
Chemo trabaja en otros restaurantes además de Duna hasta que, en un momento, junto con Ana, montan Gula. Estaba en Blasco Ibáñez y fue la etapa en la que, ambos, dedicaron su vida a la cocina. “Creamos un concepto de tapas y cuchara. Guisar y guisar. Me gustaba, era y es, mi obsesión. Aprendimos y seguimos trabajando en mejorar”.
El primer NAPICOL nace en la zona de las Torres de Serrano.
“Gracias a nuestra clientela llegamos a encontrar nuestro sitio en el mundo gastronómico. Hablábamos con nuestros clientes, les dábamos a probar las novedades, empezamos a exigir, aún más, los productos frescos y de compra diaria de mercado, nos preocupamos por elaborarlos de forma que no perdieran sus propiedades y elaborarlos de forma que no fueran dañados. Toda una experiencia que continuamos hoy”.
De aquí, al nuevo Napicol del que les he hablado al principio. Aún queda por añadir que puede ver plantas de aloe vera de más de cuatro años y hacerse su propia ensalada con las verduras que usted mismo recoge.
En la cocina del nuevo NAPICOL, Rubén y Sareta. En la sala, Anselmo y Rafa. Ana está un poco más tranquila a la espera de Manuelle que vendrá, dentro de poco, agrandar la familia.
Y comienza el desfile gastronómico con unos buñuelos de bacalao, sardina escabechada y el sepionet fresco. Para nosotros degustación que te “obliga” a pedir más, si no fuera por lo que te viene luego.
Y vamos eligiendo, un poco de mucho. NAPICOL hace paella valenciana todos los días. No es necesario avisar. El rape con habitas, bordado, y las cigalas con alcachofas… para recordar.
La espalda de cabrito, genial, y el cochinillo, una satisfacción. Hablo de cochinillo, con sus patitas y su morro y todo eso que no se puede poner en una “tableta”. Ustedes me entienden. Si se atreven, pidan el chuletón, madurado entre 30 y cuarenta días.
Como postre, la torrija tradicional o el chocolate, pan, aceite y sal. Para acabar, el cremaet de cuchara.
Todo acompañado de buenos vinos (hay donde elegir y a precios muy asequibles) y cervezas muy, pero que muy frías.
La copa, si les apetece, que les apetecerá, en cualquiera de los rincones del “sitio maravilloso”. Vayan con tiempo. Vale la pena disfrutarlo. El precio, a partir de 30 euros.
NAPICOL está en la calle San Isidro, 28. En El Barrio de Roca. En Meliana. Su teléfono es el 961 11 91 10. Totalmente recomendado.
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2 comentarios en
Alberto el 14 junio, 2018 a las 4:44 pm:
Chemo tiene una humilde magia en los fogones que hace muy grande a tu paladar.
Está bien nutrirse pero que emocionante es cuando disfrutas la comida.
Ignacio Gato Gajete el 17 junio, 2018 a las 1:53 pm:
Hoy he almorzado en la terraza de Napicol, bocadillo de sepia encebollada y una ración de caracoles,cerveza y por último, un cremaet. Todo un lujo, en medio de la naturaleza, bajo la sombra y la paz que me ha ofrecido un gran un árbol. Todo ha sido un acierto, desde la sepia, los caracoles, el pan y un señor cremaet. Enhorabuena