10 enero, 2019
David Blay Tapia
Hoy es común que los futbolistas en activo diversifiquen sus ingentes emolumentos en distintos negocios. No solo por el hecho de asegurar un ya de por sí brillante futuro económico, sino también por dar rienda suelta a aficiones ocultas que siempre han permanecido latentes pero se ocultaban tras la ambición de llegar a la élite del balompié o de buscar ingresos con los que ayudar a sus familias.
Leo Messi, Cristiano Ronaldo, Gianluigi Buffon o Dani Alves son solo algunos ejemplos de jugadores que son dueños, socios o simplemente inversores de establecimientos hosteleros. Aunque, al menos en su caso, parezca tener poco mérito.
Estrellas ha habido siempre. Incluso con datos históricos mayores que alguno de los nombrados. Pero había que ser valiente para levantar la persiana de un bar en Valencia en los años 50 del siglo pasado, en plena posguerra y con la mayoría de la gente más preocupada de cómo conseguir comida para los suyos que de salir a tomar algo. Aunque fuera una tapa.
En 1953 Edmundo Suárez Trabanco, máximo goleador de la historia del club de Mestalla, abrió en la calle Don Juan de Austria ‘Casa Mundo’, un icono convertido en intergeneracional gracias sobre todo a sus legendarios bocadillos de calamares.
Sin embargo, el paso de los años, el cambio de gustos de la población y la proliferación de franquicias le han ido restando protagonismo, hasta casi desaparecer de las crónicas culinarias de la ciudad. Aunque, como ya ha ocurrido en diversos negocios históricos, lo que los hijos no pudieron hacer crecer los nietos han apostado por reverdecerlo. Y diciembre ha visto cómo el local revivía con una renovación de la propuesta gastronómica, pero sin perder de vista sus orígenes.
No se aspira desde dentro a ser lo que no se es. De hecho, son los bocadillos y el picoteo lo que imperará en la nueva carta, que ya han podido probar los miles de transeúntes que en plenas fiestas navideñas han transitado por una de las mayores arterias comerciales de la ciudad. Pero la historia se tiene o no se tiene. Y la reforma ha sacado a la luz las paredes antiguas, las fotos y los recortes de periódicos inéditos y una intención clara: la de convertirse en un espacio donde el mundo del fútbol encuentre su lugar de tertulias y recuerdos. Más si cabe en un año tan especial como el del centenario del club en el que su fundador se convirtió en leyenda.
Al final todo va de memoria. De la de un niño que no pudo conocer a su abuelo (aunque compartan nombre de pila) pero que ha querido homenajearle relanzando el negocio de su vida. De la de unos bocadillos míticos que hoy, bajo el nombre de Mestalla, Rat Penat, Senyera o Pichichi, volverán a servirse con la ilusión de antaño pero la cocina de hoy. Y, sobre todo, de la de una entidad que cumple 100 años en medio de una enorme crisis de identidad. Y que tiene en iniciativas ligadas a sus mejores raíces el verdadero sabor de lo que ha sido y fue para cientos de miles de personas.
Se advierte al usuario del uso de cookies propias y de terceros de personalización y de análisis al navegar por esta página web para mejorar nuestros servicios y recopilar información estrictamente estadística de la navegación en nuestro sitio web.
0 comentarios en