1 diciembre, 2022
Jaime Nicolau
Carlos Valsangiacomo, junto a sus hermanos, representa el relevo generacional de una de las firmas con mayor historia y poso del mundo del vino valenciano que data de 1831. Casi dos siglos de aventura acompañan a este apellido que suena a vino, hasta huele a vino… y a vermut. Estudió ADE con un máster en gestión con el ADN de las viñas corriendo por sus venas. Cuántas veces de niño pateó la calle Vicente Brull de los poblados marítimos. Cuántas idas y venidas de la mano de su padre al puerto. Era otra época para el vino valenciano. Era la época que encarna como nadie la figura de su padre, Arnoldo Valsangiacomo.
El proyecto crecía. Y Carlos también. Llegó a la bodega en 2004, aunque desde dos años antes pasaba el verano en la bodega. Tras un período de transición en el que trabajó codo con codo con su padre, este fue cediéndole el testigo. Carlos siempre recuerda con cariño que, pese a esa cesión, nunca dejó de ir y preguntar por cada proyecto, por cada paso a dar. Ahora se cumplen diez años desde que asumiera la dirección del proyecto.
Y con Carlos y esa quinta generación de la bodega, comenzó una etapa con un doble reto: asentar todo lo hecho durante los más de 100 años de historia de la bodega y, al tiempo, lanzarse a nuevos retos con el sello de Carlos y sus hermanos Arnoldo, Marta y María. Y es ahí, en esa fusión de tradición y vanguardia, en la que Valsangiacomo ha entrado con una fuerza descomunal.
En la parte de tradición toca hablar de vermú. Vittore es la gran marca de referencia para los valencianos. El origen suizo de la familia y su receta secreta de plantas alpinas, tuvieron su reinterpretación añadiendo botánicos mediterráneos. El resultado es un enorme producto muy apreciado por los amantes de este aperitivo. La gama la componen un tinto y un blanco. Junto a ellos el punto innovador lo pone Vittore Orange, cuya base vínica se elabora como los especiales orange wine. Desde su llegada al mercado ha sido una auténtica revolución. El vermú Valsangiacomo Reserva, palabras mayores, completa la saga.
Y si hay algún proyecto que representa bien a las claras esta nueva etapa ese es Bobal de Sanjuan. Se trata de un proyecto lleno de romanticismo, en el que trabajan con los viticultores de la cooperativa de la aldea de San Juan. Lo hacen en las instalaciones que estos viticultores construyeron hace muchas décadas con sus propias manos, en las que los depósitos de cemento crudo han cobrado vida para ‘moldear’ grandes vinos de la variedad autóctona de Utiel-Requena. Dentro de este proyecto trabajan con parcelas muy especiales. En un rinconcito de una de ellas han encontrado unas condiciones excepcionales que creían que podían dar un vino excepcional. Así ha nacido El Perdío. Es el último atrevimiento y ha sido un rotundo éxito de crítica y cliente final. Pero antes hubo otras de mucho empaque como El Novio Perfecto y La Novia Ideal, que hasta se han atrevido a enlatar. «El vino valenciano ya traslada confianza e imagen de calidad. Otra cosa muy distinta es que tenga personalidad y arraigo con la tierra que representa. Ese es el camino que seguimos ahora la familia y el equipo de Valsangiacomo y creemos que es el motor que debería mover a las bodegas del territorio», señala.
Pues todo esto representa Carlos Valsangiacomo. Un foodie empedernido que vive una etapa de madurez en la que es capaz de proyectar vinos que estén a la altura de su exigencia, que es mucha. Un bodeguero que ha encontrado en sus hermanos los aliados perfectos. Una firma que es historia viva del vino valenciano. Y cuando se juntan talento y tradición, atrevimiento y esencia, el camino está bien trazado.
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