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Burdeos y sus grandes vinos del Médoc

1 septiembre, 2022

Texto y Fotos: Olga Briasco

Burdeos rebosa vida y enamora ya en los primeros instantes, cuando me pierdo por ese entramado de calles con impolutas casas, plazas con bistros y cafés que invitan a hacer un alto en la visita y a cruzar sin riesgos por esas grandes avenidas en las que el tranvía es el único vehículo. Y sí, el río Garona, omnipresente, imprimiendo ese aire tan personal que tiene Burdeos. Llevo pocas horas en la ciudad pero algo me da que esta Bella Durmiente ha despertado de su letargo para convertirse en un destino joven, que mira al futuro y no olvida sus raíces, enraizadas con la tradición vinícola. Y es que, el vino y la gastronomía, siguen siendo el principal leitmotiv para pasar unos días en Burdeos.

Lo admito, también soy de las que visito Burdeos para explorar la región vinícola de Bordeaux, considerada el mayor viñedo del mundo. Pero eso será mañana, porque ahora voy en el tranvía para visitar la Cité du Vin, ese edificio de cristal y aluminio que miro con curiosidad desde la lejanía. ¿Es un decantador? ¿Una bota? Y sí, es verdad que recuerda un poco al Museo Guggenheim de Bilbao. Pero no hay nada de eso, es mi imaginación, pues los arquitectos de XTU, Anouk Legendre y Nicolas Desmazières, con su diseño, recrean el alma del vino: compleja, cambiante, atemporal. Un edificio que desde su inauguración en 2016 se ha convertido en un icono de Burdeos y que estoy a punto de descubrir. Lo hago con expectación porque dicen que es uno de los mejores museos del mundo… ¿Lo será?

Al pasar el control de acceso, adquiero mi entrada y me aconsejan que visite primero la exposición permanente. Así lo hago y subo a la segunda planta. Allí me dan una audioguía que me permite ir a mi ritmo, ya que se va activando al acercarla a los puntos rojos que voy encontrando por las salas y distintos paneles. Todo es interactivo y casi que podría decirte adictivo porque cada uno de esos puntos oculta vídeos con explicaciones que te llevan a querer saber más y más y más… Una manera divertida y diferente de viajar a la esencia del vino y embriagarte de su cultura porque en las más de dos horas que estoy en la sala voy profundizando en el mundo del vino a través de quiz y retos que han sido elaborados gracias a los cerca de cien expertos y personas cualificadas que han sido entrevistadas para preparar estos contenidos.

Una manera original de conocer la cultura del vino

Una experiencia en la que profundizo en los viñedos y uvas de todo el mundo, la historia del vino a lo largo de civilizaciones y avatares históricos, su proceso de elaboración, las rutas comerciales, su evolución, la historia de Burdeos,… Un museo con más de tres mil metros cuadrados para ver, tocar y oler que me lleva a enamorarme aún más del vino y esta manera de conocerlo. Tanto, que las horas pasan volando y he de acelerar para que me dé tiempo a ver la exposición temporal, dedicada en esta ocasión a Picasso. Luego, subo hasta la octava planta para, a más de treinta y cinco metros de altura, degustar una copa del vino. Opto por uno local, que para eso estoy en Burdeos, y lo degusto disfrutando de las hermosas vistas a la ciudad. Otra experiencia es disfrutar del restaurante que está situado en la séptima planta (Le 7 Restaurant).

Antes de abandonar el museo me paso por la tienda para admirar su diseño, todas las referencias que tienen —sí, también españolas— y los souvenirs, algunos de ellos muy originales. Y lo hago feliz porque el museo no solo ha cubierto mis expectativas sino que las ha superado. Supongo que por eso desde su apertura en 2016 más de dos millones de personas ya han visitado esta arquitectura única.

¿Por qué los vinos de Burdeos son tan famosos?

Al salir, me dirijo al centro de la ciudad para seguir explorando Burdeos. Callejeando llego hasta la catedral de San Andrés de Burdeos, donde Leonor de Aquitania y Enrique II se casaron y con su enlace hicieron que toda Aquitania pasara a manos de Inglaterra. Además, contribuyó al devenir vinícola de la región pues hizo que la mayoría de Burdeos fueran exportados a Inglaterra. Además, para ayudar a fomentar el cultivo de las viñas, Enrique II abolió las tasas de exportación a Inglaterra de la región aquitana. Una predilección por la región que se mantuvo a lo largo de los siglos y hasta que ocurrió una gran catástrofe: la plaga de filoxera. Sí, porque de 1875 a 1892 la gran mayoría de los viñedos de Burdeos quedaron arruinados por esa plaga. La solución fue el injerto de las viñas nativas con portainjertos estadounidenses resistentes a la plaga.

Y de la ruina al éxito porque en los años ochenta y, ya con los sellos de la AOC aprobados, los vinos de Burdeos cogieron un gran auge gracias a un nombre propio: Robert M. Parker, que otorgó una puntuación muy buena a la cosecha de 1982, ayudando a su consolidación y fama. Una historia que te lleva a entender por qué, por ejemplo, hoy estoy en Burdeos disfrutando de una copa de vino tinto en el restaurante Echo. Y lo hago en torno a una cena fresca, de vanguardia y un ambiente relajante. Al terminar me voy a descasar a mi hotel, el boutique Hôtel de Tourny, ubicado muy cerca de mi punto de encuentro de mañana para conocer los vinos del Médoc: la Oficina de Turismo de Burdeos.

Opto por hacer la excursión de medio día organizada con la agencia Ophorus para entender mejor las peculiaridades de la denominación Margaux, al sur del Médoc. Una región que se extiende por los territorios de Arsac, Cantenac, Labarde, Margaux y Soussans y que constituye la primera zona de Burdeos en la que se cultivaron viñas.

El trayecto es ameno, con el guía explicando las peculiaridades de la región y refrescando algunos conceptos y hechos que ya aprendí en La Cité du Vin. Otro motivo más para no perderte la visita. Además, el trayecto transcurre por campos y extensiones de viñedo que parecen una postal, casi haciendo de antesala de lo que voy a experimentar. En total, 1400 hectáreas de viñas en las que principalmente se cultiva cabernet sauvignon, merlot, cabernet franc y petit verdot.

Excursión para conocer los vinos de Margaux

La primera parada es en el corazón de la población de Margaux, donde se sitúa Marquis de Terme, una bodega fundada en 1762, aunque no fue hasta la labor de la familia Feuillerat para elaborar buenos vinos y la estancia de Thomas Jefferson, futuro tercer presidente de los Estados Unidos, cuando adquiere renombre. Lo hace tras la estancia, en 1787, de Jefferson, que lo clasifica entre los dieciséis mejores vinos que ha probado. Además, en 1855 Marquis de Terme se incorporó al círculo de los Grands Crus Classés, vino que tengo la opción de degustar —es el Château Marquis de Terme de 2017—.

Una tradición que hoy siguen Pierre-Louis, Phillipe y Jean Sénéclauze. Ellos son los encargados de que la historia de esta bodega siga escribiéndose y, además, haciéndolo con buenos vinos, como soy testigo tras la cata. Unos vinos que nacen de una tierra de grava típica de la región con variedades de uva típicas de la zona: cabernet sauvignon, cabernet franc, merlot y petit verdot que hacen la reputación internacional de los vinos Médoc. En total 40 hectáreas para elaborar más de doscientas mil botellas cada año.

La segunda parada es Château Siran, también en la denominación de Margaux, una bodega conectada con el pintor Henri de Toulouse-Lautrec —sus bisabuelos fueron propietarios de la bodega— y que puede estar orgullosa de ser una de las pocas que ha permanecido a la misma familia durante más de 160 años. Concretamente, siete generaciones de la familia Miailhe —hoy al frente está Edouard Miailhe— que sigue elaborando unos vinos pegados a la tradición y a esta tierra. De hecho, 27 hectáreas ubicadas en Margaux —principalmente merlot y cabernet sauvignon— por lo que, como la anterior, los suelos están compuestos principalmente de grava y guijarros, que retienen muy poca agua de lluvia por lo que se produce el famoso «estrés hídrico», que es esencial para la producción de vinos de gran personalidad. Y estos vinos lo son, como tengo opción de comprobar en la cata. Lo hago probando dos Bel-Air, uno de ellos de Haut-Médoc, y un Château Siran Margaux.

Pero más allá de la calidad de sus vinos, la bodega guarda un secreto. Lo descubro al entrar en la mansión, donde hay una puerta acorazada que protege lo más preciado del château: sus vinos. Allí hay vinos que se remontan a los inicios de la bodega y que se conservan por tradición. Aunque, quién sabe, quizá alguno hasta se ha revalorizado.

Tras la visita regreso a Burdeos y decido seguir explorando la ciudad antes de poner el cierre a mis días aquí. Su ambiente, sus más de trescientos monumentos ubicados en su casco antiguo y esa plaza de la Bolsa que invita a bailar un vals con el reflejo del cielo en los pies me seduce tanto como sus vinos. Una visita que termino en el restaurante Le 1925, una brasserie chic en la que las molduras del techo mantienen el sabor del art déco. Un local elegante para disfrutar de mi última noche en la ciudad. Lo hago acompañada de un Grand vin (Château Roques Mauriac) y una cena a la francesa: Mimosa styled, un risotto de gambas y tomates —espectacular— y un Paris Breast que pone el punto final a la velada. Y también a este fin de semana inolvidable en el que he disfrutado de Burdeos, una ciudad preciosa, repleta de matices y que, honestamente, enamora.

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