10 febrero, 2017
Jose Antonio López
Si César Lopo o Ramón Esteve hubieran sabido lo que les venía encima, con toda seguridad estarían dedicando sus vidas a otras cosas que no fueran la gastronomía (y algo más) y la creación de espacios inolvidables y únicos.
De Ontinyent a Sidney, en un plis plas.
Todavía el padre de Tono, Pastor de apellido, no sabe cómo no le rompió la cabeza a su hijo cuando dijo que se marchaba a Australia.
Como el que pide un plato de sopa.
Tan sencillo.
Sí, está en el número 34 de la Gran Vía Germanías. Antes de bajar el puente. Está ahí y su fachada es negra y el cartel que pone Bouet no es muy grande… otra cosa es cuando abres la puerta y…
Me está esperando Tono Pastor. Casi me impide entrar en su local. Hay que ir por partes y él sabe que un servidor admira todo lo que es único, repetible, por supuesto, pero único.
Entro en un local que te acoge desde el momento en que abres la puerta. “Hemos respetado la antigua construcción y únicamente hemos potenciado lo que ya, de por sí, era atractivo”.
Barra de bienvenida y un pasillo que te lleva a descubrir un magnífico local donde la vista da vueltas y vueltas en busca de dónde fijarse… hay mucho. Estas columnas recuperadas, ese patio interior, esas salas guapas… un conjunto de historias escritas por antiguas familias y que recuperan actualidad de la mano de soñadores, creativos e ilusionados profesionales.
Que los dioses os bendigan porque vamos a recorrer el mundo sin salir de un local armonioso, cuidado… mágico.
Tono es un “rabo de lagartija”. Le gusta, le interesa e investiga todo aquello que le llama la atención. Ya me ha dado un toque de que llevamos media hora hablando y tiene que trabajar. Difícil tarea. Estás con una persona que se marchará cuando haya cumplido su cometido, no antes.
Perdón… ¿estamos hablando de un restaurante o filosofando sobre la creación del universo?
Tono es un creativo nato. Si estuviéramos en la edad Media diríamos que es un humanista. Le gusta la pintura, la arquitectura, la música… profundiza en el pensamiento filosófico y, con todo, se da cuenta de que hay dos medios de crecer en todos los sentidos: “a través de los viajes y la gastronomía. Aquí, amigo, sin saber nada de fogones, me enamoro del vehículo que une a las personas. Y me pongo en marcha”.
Y tal es que se marcha de Ontinyent a Australia “Quería aprender inglés pero en Inglaterra no hay sol y tampoco su cielo es tan azul como el nuestro, ni sus gentes; por lo que decido marcharme a Australia donde, además de aprender inglés, me encuentro como en casa”.
Y, estudiando, se encuentra con colegas ‘Thais’ que llevan su comida en el tupperware y que, cuando lo abren, al joven Tono, le transportan a un mundo de sensaciones desconocido.
“Era algo único. Necesitaba saber qué había en esos recipientes y cómo podía hacer algo como eso. Pedí que me llevaran a sus casas, a sus restaurantes… ahí empieza una gran historia que, espero, no muera nunca”.
Se le quedan pequeños los recipientes y le da por presentarse en el mejor restaurante Thai de Sídney a pedir trabajo. Por supuesto que le envían a hacer puñetas. No una, sino mil veces, hasta que “cansados de mí me ofrecen un puesto de limpiaollas”.
“El que camina, encuentra, y hay que equivocarse muchas veces para llegar a donde quieres llegar, si es que lo sabes”.
Hay más vivencias de Tono, pero que, al final, le traen a Valencia donde se encuentra en un restaurante “de tapas” con César.
Y empieza otra historia donde Tono y César comulgan con un sueño y trabajan para que, todo lo aprendido en los viajes realizados (más de los que hemos descrito) se puedan ofrecer a través de la gastronomía a una clientela… por hacer.
Y funciona. Porque es nuevo. Porque es distinto. Porque es real. Porque es sincero. Porque te puede o no gustar, pero es real lo que tienes ante ti. Como lo es la inmensa cocina que te recibe cuando entras en Bouet. Aquí no se esconde nada. Todo está a la vista.
Para que lo disfrutes.
“Me ha dado por llamar a mi cocina ‘mediterraneanasian’. Es mi forma de decir que es una fusión de toda la gastronomía que he estado viendo, sintiendo y que me ha emocionado”.
“Creamos platos con productos naturales y muy conocidos a los que añado un toque autobiográfico y muy personal”.
César pasa a saludarme. Estamos en familia. Habla con Tono y me da tiempo a disfrutar del espacio, del colorido, de la música, de las personas que ¿trabajan?, sienten Bouet.
Requiere más tiempo y no lo tengo. Y entrecortamos comentarios sobre la grandeza del buen amigo César, le viene el nombre, o la ilusión de Ramón Esteve, grande donde los haya, y bajamos de los cielos a los purgatorios donde nos van a mantener. Por no hablar de platos como el mullador de tomate o el pescado frito con tamarindo (que se me va y viene Tono a tierras sudamericanas) o las ensaladas de cerdo a la brasa hechas con mortero…
Que subimos a los cielos con los woks (hoy tocaba el de sepionet playa, habitas y ajos tiernos) o el Pad Thai de verduras.
Un alto.
Y una continuación para dar paso al flan de calabaza con melocotón de Calandra; el tiramisú crocante o el flan Paquita, homenaje a la madre de Ramón Esteve.
Y hay mucho más que ver, contar y vivir.
Les invito a que lo hagan.
Bouet está en Gran Vía Germanías, 34. Su teléfono de reservas es el 960 070 789. No tiene menú y se puede disfrutar de todo, desde unos 40 €.
De todo.
Sean felices.
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