Bodegas Carmelitano y sus licores religiosos

Pepelu González / Foto y vídeo: Vicente Escrivá y Paula Jiménez

Hay que remontarse al siglo XVII para entender la llegada de los Carmelitas Descalzos a los montes del Desierto de las Palmas, en Benicàssim. Un lugar tranquilo rodeado de naturaleza, un edén de paz y soledad del cual se enamoró la orden religiosa y decidió asentar, de este modo, su monasterio. Entre sus miembros se encontraba Fray Antonio de Jesús María, un destacado estudioso y conocedor de las hierbas aromáticas con las que, tiempo después, se elaboraría el conocido Licor Carmelitano.

Gracias a sus conocimientos y a las hierbas autóctonas que florecían, de manera silvestre, en los vastos terrenos del idílico paraje de la provincia de Castellón, nació un producto que, a día de hoy, continúa elaborándose de la manera más tradicional, como se realizaba en su origen, con la receta que los propios monjes efectuaron.

Fue en 1896 cuando se instalaron alambiques en los sótanos del monasterio con el objetivo de poder comercializar ese preciado producto que se fraguaba entre los claustros. El principal inconveniente era su distancia con la población, por lo que, decidieron trasladar su producción a la famosa Villa de Benicàssim. De esta manera, en 1912, se fundan las bodegas que, aún en la actualidad, custodian el enigma de los botánicos que se necesitan para producir este famoso licor.

El paso de los años ha hecho que, poco a poco, los monjes se desvinculen de esa joya que, durante tantos años, brotaba de sus conocimientos. A pesar de esto no se ha perdido la esencia, ni la forma de elaborar ese licor dulce, cargado de intensidad aromática procedente de sus múltiples botánicos, dentro de los alambiques de bronce siguiendo todos y cada uno de los procesos y pasos que heredaron de los monjes carmelitas.

Los conos de 500 litros que se encuentran en una de las estancias del edificio de la Villa continúan llenándose cada año de licores, digestivos y demás brebajes de alta graduación. Innovaciones como la producción de ginebra o vodka son parte de la evolución de la marca. Unos espirituosos que han llegado cargados de alegrías, concretamente en forma de medallas, de oro y  plata, en concursos de renombre como: ‘Catavinum World Wine & Spirits Competition’, o el ‘San Francisco World Spirits Competition’.

La bodega, en la que todavía se realiza el místico licor, se puede visitar todos y cada uno de los días del año. Una experiencia que te transporta al pasado, recorriendo esos pasillos en los que puedes imaginar a los monjes elaborando sus brebajes de alta graduación dentro de los ajados alambiques, conociendo los sótanos donde se almacenaba y reposaba esa dulce bebida digestiva hasta que salía del icónico edificio con el objetivo de ser vendida. Descubriendo los botánicos, a excepción del ingrediente secreto, que se emplean para aportar esos sabores y aromas tan especiales y únicos. Una actividad que no puede finalizar sin la cata del producto en los subsuelos de la propia bodega, tras andar por un gran corredor tenuemente iluminado con unas antorchas, a día de hoy, eléctricas.

Una cata que comienza endulzándote todas y cada una de las papilas gustativas gracias a su explosivo sabor y que poco a poco va dejando notas de los múltiples botánicos y demás hierbas procedentes del Desierto de las Palmas que se han empleado para su elaboración. Un licor con gran graduación alcohólica que hace notar su presencia a medida que el sorbo desciende por la garganta, dejando un espectacular regusto a dulce. Un broche excelso para cerrar una experiencia única en un ilustre emplazamiento.

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