José Antonio López
Ánimo, que ya queda menos para pasar el trago. Todos sabemos lo que es la Nochebuena, pero, no crean, la realidad puede superar, con creces a la imaginación.
El cuñao, ese que lo sabe todo, se ha preparado a conciencia.
Con eso de que hay que llevar a casa a un invitado que lo está pasando mal, ha decidido, unilateralmente, llevar a Pepelu, sí, a nuestro famoso Pepelu de las comidas y cenas de empresa.
Pepelu está triste porque la última celebración no incluía los chupitos de regalo y eso baja puntos ante los “pelotas de empresa”.
Además, está a punto de separarse porque confundió el jarrón enorme de casa con el urinario.
A las cuatro de la mañana y con un “tablón del diez” tampoco se le puede pedir más.
Estamos poniendo la mesa.
La ensaladilla rusa, los langostinos, las empanadillas, el surtido de patés, un poquito de caviar y un montón de mermeladas para combinar. Es la moda, mermelada con paté.
A nadie le gusta, pero se lo comen.
Alguien ha encendido la vela antes de tiempo.
El mantel, comprado para la ocasión, comienza a arder.
Que no cunda el pánico. Están las cestas de pan y, en el horno, el pescado para los que no comen carne. La carne para los que no comen pescado.
El bicarbonato, para todos.
Cierra la puerta de la cocina que entra el olor a gambas. No hay gambas. Es un spray con olor a marisco que disimula y fastidia a los vecinos haciéndoles creer que tenemos mariscada.
All i oli y pan recién tostado.
La peña roba una croqueta de aquí, un trocito de mojama de allí y la anfitriona se pone de los nervios porque en cuanto coloca la mesa, tal y como lo ha visto hacer a una experta en protocolo, le deshacen la paraeta.
Se estén quietos.
Nos falta el invitado que trae el cuñao y que es una sorpresa que ha sabido vender como obra de caridad.
Se retrasan.
Los peques ya han dado buena cuenta de las almendras.
La anfitriona va por la tercera botella de vino blanco.
El resto de la familia saca del horno el pescado para unos y la carne para otros.
Alguien sugiere cantar villancicos.
Se ha apagado el incendio.
El centro de mesa sobre el quemado de la vela. No se nota. Suben los nervios y suena el timbre.
Llega el cuñao con Pepelu. La entrada es triunfal. De momento se han cargado todos los portarretratos de la entrada. Han chocado contra el árbol de Navidad y, en el afán de agradecimiento, Pepelu ha besado a la pobre perrita de la casa que no tiene nada que ver.
Han estado haciendo la previa de la Nochebuena.
Por aquello de animarse un poco.
El ánimo pudo más que ellos.
A lo hecho, pecho.
Todos a la mesa o a lo que queda de ella. La anfitriona lleva la quinta botella y le importa un pepino lo que pase. Ha estado todo el día cocinando y ahora…
Todo magnífico. Los que comían carne, han comido pescado. Los del pescado, carne. Las gambas. Ni por asomo. La perrita huye con un plato de ensaladilla en la cabeza y los patés se dispersan, junto con la mermelada, por toda la casa.
Un éxito.
Es Nochebuena.
Esta vez el cuñao no ha hablado de sus éxitos y mucho menos ha sentado cátedra sobre los vinos seleccionados. Se ha limitado a comer y a alabar a la anfitriona, su mujer, que este año les ha tocado a ellos, y a comprobar el cambio de rictus conforme Pepelu le gana en el descorche de las botellas.
Caridad.
A San José, los ratones, le han roído los calzones y la Virgen María se pone a lavar los pañales en el río, precisamente ahora, con toda la mesa puesta y la mermelada viajando por el universo. Los peces beben y vuelven a beber. No, los peces no beben porque entre Pepelu y la anfitriona no han dejado nada que llevarse al gallé.
El cuñao canta “Blanca Navidad” y se lleva dos collejas porque no son blancas y tenemos veinte grados de temperatura.
Pepelu va a por el niño del Belén. Ha desaparecido y con él, algunas figuras más. No fue una buena idea poner un belén de mazapán. A Melchor le falta la cabeza.
Esta noche es Nochebuena y mañana… Dios dirá.
Sean felices, por favor.
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