Popularizada como la Toscana valenciana hoy late bajo el sello Terres dels Alforins. Un paisaje que ha sido capaz de conservar una memoria de 25 siglos. Este próximo 13 de mayo se celebra su 6ª Mostra de Vins. Una excusa perfecta para descubrirla y apreciarla.
Texto y Fotografía: Rubén López Morán.
Cuando el viajero atravesaba el valle conocido como Les Alcusses, en Moixent, le invadió una sensación extraña. Le resultaba difícil creer que realmente ocurría algo en cualquier otra parte. Y ocurría, aunque el viajero estuviera relativamente lejos y relativamente a salvo. Es lo que tiene la cara A de la vida, que mientras la escuchamos con los ojos bien abiertos nos hace olvidar la B.
En esta ocasión el Programa de mano escogido tuvo como 1er Acto, Paisaje acompañado de un almuerzo frugal; de 2º, Paseo confidente con brisa sinfónica; y de 3er acto y último, Atardecer violeta con luna llena mediterránea. Este programa se interpretó por primera vez un 10 de abril de 2017. Y justo a continuación el viajero se dispone a recordarlo dejando que la aguja de las emociones recorra de nuevo los surcos de una tierra bellissima. Una tierra que es capaz de hacer creer que nada ocurre en cualquier otra parte porque te hace sentir lejos y a salvo como un niño chico sobre el regazo de una madre.
Un paisaje toscano
El viajero lo sabe. Lo ha sabido siempre. Una tierra debe estar hecha a imagen y semejanza de quienes la trabajan para ser feraz. De quienes la viven con las manos. De quienes conocen su textura porque les va algo en ello. No existen paisajes sin hombres y mujeres esforzados. Sin las huellas que dejaron a su paso. Y solo se logra conservarlos si se respeta la memoria. Una asignatura que dejó de impartirse en las escuelas porque hoy se vive para el aquí y ahora, un presente fútil que corre indolente sobre las pantallas de unos teléfonos que dicen ser inteligentes.
Sin embargo, hay paisajes que no caben en la pantalla de ningún dispositivo porque están pintados al óleo. Al aire libre bajo un vivísimo cielo azul que cruza un desarbolado ejército de nubes que se bate en retirada tras una tormenta de primavera. Donde los campos de labor se suceden ininterrumpidamente sobre las espaldas encorvadas de las lomas. Vigilados por unas sierras cubiertas de bosques frondosos. Mientras los caminos se apoyan en las sombras delicadamente disciplinadas de los cipreses, y las colinas se aderezan de casas de campo que se arropan de pinos haciendo corrillo, lo que permitía al mediero ver la tierra que trabajaba sin colocarse la mano como una visera.
Este paisaje no forma parte del pasado. Se conserva todavía gracias a las generaciones que se resistieron a abandonarlo. Porque abandonarlo significaba perder un motivo por el que vivir. Al fin y al cabo, significaba perder un hogar. Y que el señor Paco, padre del propietario de la bodega familiar Celler del Roure, Pablo Calatayud, no duda en describir como “el rovellet del món”. Una yema del mundo que se localiza entre las poblaciones de Moixent, La Font de la Figuera y Fontanars dels Alforins.
Terres dels Alforins
De un tiempo a esta parte, en concreto desde finales del siglo pasado, este rincón ha vivido un cierto retorno. Ha desandado parte del camino para encarar un destino que se alimente de nuevo de la tierra donde arraigaban las cepas más antiguas, como las mandó, y que Pablo, junto con otras bodegas afincadas en este triángulo mágico que queda a caballo entre las comarcas de La Costera y la Vall d’Albaida, se ha empeñado en recuperar. Escuchando siempre con los ojos bien abiertos lo que tenían que decir los más mayores. Como atiende ahora a su padre durante un almuerzo al que se ha sumado el viajero de rondón, bajo un porche de madera que se alza como un puesto avanzado a la entrada de su pertenencia más preciada: la Bodega Fonda.
Para que el diálogo fluya como las aguas del río Canyoles esta primavera, Pablo abre un Cullerot del 2016 elaborado con uvas Pedro Ximénez y calificado con 90 puntos Parker. Un vino blanco fresco y mineral que acompaña como un buen amigo unas empanadillas de pisto y tomate, pan traído del Forn de Rafa, y dos platos de fuet y cacaos. Entonces el señor Paco se arranca a hablar. “Esta tierra nos da para vivir como queremos. Respiramos mucha gloria. Lo único que hacemos es que las viñas vivan en ese ambiente, que se sientan a gusto”.
“Hace unos años”, reflexiona, “creímos que había que cambiarlo todo y nos equivocamos. Trajimos variedades de uva foráneas que no se acoplaban y dejamos de lado las propias”. “Esta tierra es feraz, es suficiente”, sostiene, “siempre nos procuró trabajo. Se decía que un solo bocado de estos pastos valía un saco de pienso. Es cierto que no se puede estar mirando siempre al pasado, pero hay muchas cosas que se pueden aprovechar. En este valle llegó a haber 150 casas de campo. En ninguna se pasó hambre. Allí acudían los maestros rurales y enseñaban las cuatro reglas. Y con ellas y el respeto a nuestros padres emprendimos y progresamos”, remata.
Pablo escucha mientras llena las copas vacías. El viajero toma notas. Y ambos guardan silencio. No interrumpen la memoria de un hombre de 85 años que regresa a su infancia cuando apenas asomaba la cabeza tras el mostrador de la tienda de tejidos que abrió su padre en Moixent. Un establecimiento que atendía no solo a los vecinos del pueblo, sino también a las familias aristocráticas de la capital que hicieron de las tierras de Fontanars dels Alforins su lugar de recreo a mediados del siglo XIX. De los Torrefiel, Vellisca y compañía quedan los palacetes que sorprenden al viajero en el horizonte como testigos de una época gatopardiana. Y que fueron adquiridos posteriormente por profesionales liberales o empresarios que le recuerda al viajero que a veces hay que cambiarlo todo para que todo siga igual.
El siglo XXI
Sin embargo, el tiempo tiene la mala costumbre de pasar. Y todo hombre pasa con él. En su mano está apurarlo o dejárselo a medias. Reflexiones que el viajero anota cuando escucha ahora a Daniel Belda durante una sobremesa inesperada en el restaurante Caudalia en Fontanars. Daniel es todo un personaje. Como suele decirse, genio y figura, no solo porque haya intentado doblar por dos veces el Cabo de Hornos, sino porque en los años 90 cogió la bodega familiar, dedicada a la producción de vino a granel, y la reconvirtió en una bodega capaz de comercializar vinos embotellados de calidad. ¿Cómo? “Reconvirtiendo el viñedo y racionalizando la producción”, en palabras textuales.
A él hay que colgarle el título de pionero, porque tras su ejemplo llegó el resto de bodegas que hoy conforman este paisaje de vinos. No obstante, sus palabras destilan cierto escepticismo y resignación. Quizá porque sabe que el tiempo corre muy deprisa y los que están, léase administraciones de turno, no van a la par. Aun así, la cabeza de Daniel no se está quieta y a la bodega y la tienda de productos locales en Fontanars les sumará en breve un hotel con encanto.
No será el único establecimiento hotelero que acoja el turismo con vocación enológica. La Casa Pitxó, próxima al paraje conocido como El Bosquet, en Moixent, está a punto de ver la luz. Lo llevará la hermana pequeña de Pablo: Ana. En un principio se abrirá como restaurante con la vocación de dar a conocer la gastronomía local que se nutre del llano y la montaña (gazpachos, embutidos, arròs al forn), y una vez consolidado dispondrá de varias habitaciones.
Pablo es un convencido. “El mundo del vino no solo crea riqueza por sí mismo, sino que además pone en valor otras bondades”. Y añade: “Además, a mí me ha ofrecido una manera de vivir, me ha proporcionado una aventura vital que me ha llevado a luchar por las cosas buenas que atesora esta comarca”. El viajero le mira con cierta envidia mientras traslada sus palabras al papel para que ellas también arraiguen con la fuerza y personalidad con que lo hacen las viñas que les rodean.
10 cosas buenas
La lista de cosas buenas a las que Pablo Calatayud se refiere es larga. Aun así el viajero se siente en la obligación de hacerla aunque sea una mera enumeración como si de una lista de la compra se tratase.
1. Ascender al Poblado ibérico de la Bastida del s. IV a C.
2. Visitar el paraje El Bosquet
3. Abrazar la Encina de los tres brazos
4. Averiguar la leyenda que guarda la Torre dels Coloms
5. Comerse un arròs al forn
6. Un paseo en bicicleta por la Toscana valenciana
7. Visitar la Bodega Fonda
8. Admirar el retablo de Juan de Juanes en la Font de la Figuera.
9. Ascender al mirador de l’Alt del Moro en Fontanars.
Y 10. Acudir a la 6ª Mostra de Vins Terres dels Alforins que se celebra este próximo 13 de mayo en Moixent.
El viajero aconseja no tacharlas de una sentada, porque esta comarca bien vale una visita de más sobre todo si se hace coincidir con la luna llena que aquí, en el valle de Les Alcusses, asoma por el extremo oriental de la Serra Grossa y que como una virginal doncella recoge en su camino los últimos restos de luz de un atardecer violeta. La última pieza de un Programa de mano que sonó por primera vez un 10 de abril de 2017 y que el viajero espera haya sonado en sus corazones durante la lectura de una obra que lleva por título: una tierra bellissima.
ENLACES DE INTERÉS
Dónde comer, dormir y visita a bodegas www.terresdelsalforins.com
Visitas guiadas a y reservas Poblado ibérico de La Bastida de miércoles a domingo, de 10:30 a 14:00 h. Tlf. 962295010 / 687836545 labastida@moixent.es
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3 comentarios en
Mario el 2 junio, 2019 a las 11:19 pm:
Las fotos no tienen nada que ver con el restaurante PITXÓ
Jaime Nicolau el 4 junio, 2019 a las 4:51 pm:
Las fotos son en la bodega Celler del Roure. Si lees atentamente el artículo verás que Casa Pitxó aún no había abierto. El artículo es de 2017.
Saludos
Juan Talaya el 20 agosto, 2019 a las 11:45 pm:
Preciosa descripción de la comarca Dels Alforins, he visitado a menudo esta región porque no vivo muy lejos, pero como usted describe esta zona es maravilloso, he disfrutado leyendo su artículo señor Rubén, reconozco que no la conozco totalmente pero su artículo me ha abierto el deseo de conocerla mejor con detalle, muchas gracias por su artículo, un saludo de mi parte;
Juan