David Blay Tapia
La instalación deportiva bajo techo más antigua de Europa está en Valencia, aunque mucha gente (incluso de la propia ciudad) lo desconozca. No ayudan dos aspectos: que su entrada parezca un bar español más en una calle tomada por los comercios chinos y el hecho de que el deporte autóctono lo sea de palabra pero no de obra. Al menos a nivel de espectadores.
Genovés, Sarasol o Álvaro suenan en el imaginario colectivo de hasta tres generaciones, pero lo cierto es que casi podríamos decir que los millenials desconocen el misticismo de estos nombres. Es por ello que se necesitan nuevas iniciativas para realizar uniones entre colectivos de diversas edades, con planteamientos que trasciendan una ‘simple’ partida de pilota.
En la era de la economía colaborativa y el giro hacia lo artesanal, un colectivo que apostó por la cerveza hecha en la tierra ha querido unirse a una de las mayores tradiciones de su región. Y ha sido de este modo como Tyris ha hecho nacer la edición especial ‘Trinquet de Pelayo‘, una joya efímera que solo puede disfrutarse in situ, por tiempo limitado (se acaba a la velocidad del rayo) y pidiendo preferentemente el ya mítico bocadillo de tortilla de habas y ajos tiernos.
Quienes hicieron la primera cerveza de estas características en la capital del Turia han querido desde sus inicios recuperar los símbolos más reconocibles de la cultura del ‘Cap i casal‘, tratando de potenciar lo que hace únicos a los valencianos.
Quizá por ello buscaron en la figura del mítico Peluco la voz reconocible de la experiencia. Un pilotari con 50 años de vida deportiva y social a sus espaldas que durante un almuerzo (como no podía ser de otra manera) contaba anécdotas, explicaba a los neófitos las reglas del juego e incluso instruía dentro de la pista sobre cómo lanzar una bola con las manos, eso sí, convenientemente vendadas.
Entramos en una época donde, al menos eso parece, los valencianos reivindican su talento y sus tradiciones. Donde no se esconden detrás de las perrerías que han hecho sus políticos, y que sin embargo afectan a la imagen general de la ciudad. Una época en la que lo viejo y lo nuevo confluyen, como si de nuevo se mirara a la sabiduría popular desde la juventud en lugar de despreciarla. Y donde quizá, solo quizá, por fin se aprecie el juego único que desde hace más de 100 años puebla los trinquets y las calles de Valencia y sus alrededores.
Brindemos por ello con una cerveza. O varias, si no vamos a conducir. Que, al fin y al cabo, estamos en el centro 🙂
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