Miquel Hernandis / Manuel Lorenzo
Si consideramos el tardeo como la tendencia gastronómica más popular de la ciudad de Alicante y alabamos lo que supone como aumento del negocio, tampoco podemos obviar sus problemas. Este 2015 el sector debería de plantear cómo solucionar algunas cuestiones.
La presidenta de la patronal de hostelería de Alicante, María del Mar Valera, es una de las voces más críticas. Cree que esta es una moda que desaparecerá y que en un par de años se trasladará a la nueva zona que se prevé instalar en la plaza Séneca. Y recuerda que a los vecinos del entorno de la calle Castaños les molesta el ruido que se genera con la parte del tardeo más centrada en la fiesta. Por eso propone el uso de toldos, con el que mitigar el nivel sonoro, y el control de los veladores, de forma que los hosteleros no sobrepasen su espacio y, por tanto, aumenten la cantidad de gente.
Domingo Martínez, presidente de los comerciantes del Mercado Central, recuerda los problemas que tuvieron hasta el año pasado cuando en algunos puestos se vendían productos para los que no tenían licencia. «En un momento dado en que hubo un auge muy importante del tardeo», explica, «algunos compañeros aprovecharon para poner actividades que no correspondían a su licencia, eso se reguló porque no es normal». Ahora algunos de ellos han probado a pactar entre ellos compra común, de forma que si un cliente compra una bandeja de embutidos en una charcutería pueda tener una cerveza por el mismo precio en el puesto que puede vender bebidas alcohólicas.
A ello sumar que desde finales de noviembre el Mercado Central cuenta con un bar en su interior, aprovechando precisamente un puesto doble que dejaba libre una charcutería. Otro está esperando a que le den licencia para reformar y ofrecerá helados y otras variantes como yogures. Este valor añadido a su oferta, destaca Martínez, hace que siga siendo un punto importante del fenómeno.
En el lado de los restauradores algunos muestran su preocupación con las despedidas de soltería. La fiesta que propone la ciudad ha servido para atraer las juergas de tal manera que en el final de la primavera los disfraces son casi más habituales que en los carnavales. El problema no son los disfraces, explican los restauradores que prefieren mantener el anonimato en esta queja, sino la actitud. El desenfreno que buscan para ese día hace que se crezcan en atrevimiento y desmesura de forma que convierten el tardeo en una fiesta casi salvaje. Los propietarios de pubs y discotecas están acostumbrados a este tipo de clientes, cuentan, pero nosotros, no. Por eso alguno incluso llega a plantearse la necesidad de tener un portero a la puerta de su local que sirva de filtro ante este tipo de clientes.
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