José Antonio López
Lo que cambian los tiempos. Un servidor estaba acostumbrado a ver, cuando se podía, a sudorosos profesionales al mando de unas inmensas cocinas que se afanaban, como locos, en dar salida a los múltiples pedidos de los parroquianos.
Gorro, delantal, paño de cocina y muy atareados.
Eran y son, al menos eso creo, los cocineros. Los de toda la vida. Orondos, sonrosados y sonrientes que te invitaban a comer sus innumerables platos.
¡Vivan los cocineros!
Pues no. Ahora se llaman chefs y, normalmente, son lo mismo de antes pero son delgados, visten de negro, llevan delantales inmaculados y parecen estar dispuestos a posar para una revista de moda incluso en plena vorágine de su local.
Chefs creadores de platos impensables. Chefs recolectores. Chefs agricultores e incluso químicos. Qué quieren que les diga. Hoy, la gente se descubre ante el chef.
Y me parece estupendo. Siempre he defendido el arte de la cocina y lo poco que duran las obras de arte efímeras que estos profesionales elaboran.
Nunca hay dos iguales. Esto es mérito.
Agradan al público a través de su estómago. Esto es un milagro.
Lo que a un servidor le tiene en vilo es la superabundancia de chefs. Si se fijan, no hay ni un solo medio de comunicación que no tenga su programa de cocina, su libro de recetas y sus recomendaciones.
Parece como si a todos les hubiera dado por enseñarnos a cocinar los platos más suculentos. Sea la hora que sea, de día, de noche, en fiestas o laborables, cuando usted enchufa su pantalla, en alguna cadena hay un chef dispuesto a decirle lo mal que come y lo sencillo que es comer bien.
¿Hay tantos restaurantes para tantos chefs? ¿A quiénes elegimos, a los más famosos que incluso nos cantan y cuentan chistes, o a los más desconocidos? ¿Apostamos por los más jóvenes, incluso niños, cuyos padres aplauden a la albóndiga recién realizada y el cero en matemáticas y lengua?
Llevo una empanada mental que me hace soñar con los chefs tan famosos, y mira que los hay y digo que… dónde estaban escondidos y que por qué salen todos de golpe y más todavía que nos dan tal cantidad de recetas sencillas que nadie las hace y…
¡Socorro! Yo no quiero ser chef, que no valgo para eso. Y espero que muchos de ustedes me sigan porque, de lo contrario, los chefs darán de comer a otros chefs porque se habrán quedado sin clientes.
Todos chefs.
Mi amiga Paqui, que se encarga de la limpieza de varias casas, me dice que está harta de los programas que le dicen qué hacer pero no cúando. Que cuando ella llega reventada a casa, maldita la gracia que le hace ponerse a cocinar el plato que han dado en tal cadena.
Congelao y para adelante. Y lo siente si no está a la altura.
Y se queja de que no encuentra esas especies tan comunes que transforman los platos en algo que te transporta a las nubes.
Y en parte, Paqui, como otras Paquis y Pacos, tienen razón.
Para mí el trabajo de un chef es arte. Ya lo he dicho. Pero por alguna otra razón, hay alguien que se ha empeñado en que se nos atraganten.
Que no sea así.
De seguir por este camino, la próxima campaña de publicidad tendrá como eslogan “Ponga un chef en su vida” o “Adopte un chef, los hay para todos los gustos, de todos los tamaños y de distintas edades”.
Con todo respeto. Echo de menos a los cocineros.
Con toda mi admiración por los chefs. Entre otras cosas, porque son capaces de hacer lo que yo no sé hacer y por satisfacer, diariamente, a millones de personas que amamos la cocina.
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Un comentario en
Odracir el 22 enero, 2015 a las 6:22 pm:
Yo ya tengo chef. Pon un chef en tu vida lo agradecerás