José Antonio López
Ya he hablado, en distintas ocasiones, del daño que pueden causar la saturación de programas de cocina en los distintos medios de comunicación. Hay quien los entiende y hay quienes se pasan. Hace algunos días viví una experiencia que quiero compartir con ustedes. Desgraciadamente no será la última.
Si me lo permiten…
Restaurante normal en una ciudad famosa por su gastronomía y por la variedad de sus locales. Junto a nuestra mesa, otra compuesta por tres matrimonios que iban de celebración. Alegría y jolgorio. Hasta ahora, todo bien.
Piden unas bebidas mientras estudian la carta y les sirven unos aperitivos por cortesía de la casa. Las señoras, inteligentes, están en lo suyo. Mientras, entre los hombres, comienza una inesperada discusión.
Cada uno defiende un plato distinto y la opinión es que se pidan distintos menús para compartir y así todos prueban de todo. Fenomenal. Uno de los comensales se empeña en dar lecciones de la elaboración de los platos a los demás. No tarda un minuto en entrar el segundo en la conversación opinando y quitando la razón al primero. Lo patético es que el tercero no se queda atrás y se empeña en demostrarnos, a todos los comensales del restaurante, su magna cultura gastronómica.
Uno que con cilantro, el otro que poco hecho, el de allá que lo comió en una convención y que estaba para chuparse los dedos y que tú que sabes, que tienes el paladar atrofiao, que qué me dices…
La conversación va subiendo de tono y todavía vamos por la elección del primer plato. Las señoras les llaman la atención, pero ellos a lo suyo. Acude el jefe de sala dispuesto a tomar nota de la comanda. Otro dos de mayo. Todos saben de todo y todos quieren pedir todo. El profesional intenta aconsejar y se lleva las iras de los tres litigantes.
Ahora resulta que el dueño del restaurante es el que menos sabe.
Tira y afloja y “el santo Job” en forma de jefe de sala aguantando para no darles con el florero decorativo en toda la cabeza. El resto del restaurante le hubiésemos aplaudido y colaborado con tan noble acción, con otros floreros, decorativos, eso sí.
Seré breve. Les sirvieron la comida y no le gustó nada a nadie. El paciente camarero casi se tiene que poner una silla en la mesa para aguantar el “chorreo” al que fue sometido. Plato por plato pasado por los rayos X y con las correspondientes sugerencias de tres “críticos” tres, dispuestos a demostrar que sabían más que nadie de cocina y que habían comido en los mejores sitios del mundo. Huelga decir que nombraron la retahíla de los locales más famosos conocidos por todos, pero en los que pocos han estado. No quiero decirles la que montaron con el vino y, casi llegando a los postres, todo el restaurante estábamos dispuestos a hacer una colecta y pagar la cuenta con tal de que se fueran lo antes posible y nos dejaran en paz.
Amigos, hay demasiado enterao por ahí. Criticando in situ y en las redes sociales. Mucho enterao anónimo, dispuesto a fastidiar a profesionales como la copa de un pino y que han dedicado su vida a dar de comer y beber. Con mucha honra.
Nadie critica a los médicos (ahora empiezan a hacerlo), a los arquitectos, a los policías, a los abogados, a los…, pero a los que se dedican al arte culinario… los ponen verdes. Y suelen ser quienes menos saben. Hay que pensar que somos dueños de nuestros silencios y responsables de nuestras palabras.
Ya está bien. Respeto, respeto y respeto. Por supuesto que hay de todo, pero ahí está la capacidad de cada uno en saber elegir e ignorar al que no sabe o quiere hacer las cosas bien.
Muy triste. Me falta decirles que el restaurante tenía un menú especial de 12€. Una bebida incluida y, les garantizo que, por ese precio, daban más que lo que debían. Como en muchos sitios.
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