José Antonio López
Ha sorteado dos postes y un bolardo. Casi se traga a un repartidor de pizzas y le ha dado un bolsazo, sin querer eso sí, al camarero que iba a servir una mesa y se ha visto con la bandeja por los aires y las cervezas encima de unos clientes. Un rollito de calamar ha acabado en la oreja de una señora que no se ha quejado al comprobar que nadie luce un pendiente tan original y exclusivo como ella.
Y es que ha quedado con su amiga Pili a la que hace un año que no ha visto. Espera, otro guasa que me dice que… María Engracia, Mili, para los amigos, no aparta la vista de su iPad de última generación que le ha costado un pastón, tanto que el pareo que utiliza para que no se le noten “las posaderas” es el mismo del año pasado. Lo ha metido un poco en lejía y le ha dado un aire vintage que se lleva mucho este año.
Mili se ha cruzado con Pili tres veces. Ni se han dado cuenta. Están en la puerta de la cafetería donde han quedado. Con vistas al mar, eso sí, para tomar un vermú que también está de moda. El guasa de una a la otra dice “llevo una hora esperando y no te veo.” “Pues yo llevo el mismo tiempo y tampoco te veo”. A una de las dos se le ocurre quitar la vista del iPad de última generación y por fin las amigas se encuentran cara a cara.
Estaban una espalda a la otra.
Muá, Muá. Comentan el tiempo que están sin verse, pero ninguna quita la vista del iPad de última generación. “Vamos a sentarnos y tomarnos un vermú y nos contamos nuestras vidas que necesito saberlo todo de todo”.
Intuyen una mesa libre y Mili se sienta sobre un orondo señor que dormitaba en su silla y Pili le pisa la cola a un pequinés que ladra, con razón. El camarero, cuya bandeja había volado por los aires anteriormente, las sujeta por los codos y las acompaña hasta una mesa. Ninguna aparta la vista de…
“Ya ves lo guapa que estás. Y tú más delgada. Espera que me dice el guasa que Neri se ha separado. ¿Cómo? A mí me confirman que no aguantó al marido ni dos horas desde que empezaron a disfrutar de las vacaciones. Si es que cuando no hay convivencia. Chica que delgada estás. Eso ya lo has dicho…”.
Han puesto los bolsos en el suelo pensando que lo habían hecho en la silla vacía. El camarero los pone en su sitio. Intenta, el profesional, tomar la comanda. Todo son piropos de una a la otra, pero ninguna levanta el ojo del iPad… sí, ese.
“Menos mal que tenemos las redes sociales que nos informan puntualmente de cada cosa que pasa. Y los niños ya se fueron de casa y la pequeña se ha liado con uno con pendientes (hablan al mismo tiempo)… y pensó que le había tocado la lotería y lo que era una multa de hacienda. Pues si vieras que el colágeno no le hizo nada. Y a la que le estiraron la piel dicen las malas lenguas que, como era un cirujano barato, vamos que no era ni cirujano, le pusieron el trasero en la espalda y ahora no hay quien baile con ella”.
Llevan dos horas juntas. Excepto para sonreírse un poco, ninguna ha levantado los ojos del infernal aparato. Se dan cuenta, casi al final, que las dos lucen la misma pamela. Eso les enfada, pero guardan silencio.
El camarero exige saber si van a comer o continúan con el vermú porque la mesa está reservada y tienen que abandonarla. Pili y Mili se dan cuenta de que, en su mesa hay una botella de champán y dos docenas de ostras sin consumir ambas cosas. “Es lo que han pedido las señoras”.
La factura sube un postosí por lo que han “pedido” y por estar en primera línea de playa. Están asombradas, pero no les preocupa. Ambas mandan parecidos guasas “Cariño, traeme dinero que me he dejado el monedero en casa y he de pagar un vermú”.
Están las dos de pie debajo de un árbol esperando a ver si, juntando el dinero, les llega para pagar la “clavada”. El camarero no les quita ojo de encima y sonríe.
Pili y Mili esperan respuesta en sus iPad de última generación que les han costado una pasta.
Al menos los están amortizando.
Muá, muá.
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