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Maratonianos que no comían hidratos y el keniano que no comía langosta

Salida del Maratón Valencia Trinidad Alfonso. Foto: SD Correcaminos (Héctor Domingo y Sergio Corella).

Salida del Maratón Valencia Trinidad Alfonso. Foto: SD Correcaminos (Héctor Domingo y Sergio Corella).

Hace 34 años que Valencia albergó el primer Maratón de su historia como ciudad. No existían entonces los conceptos como runners, pronador o supinador. Y nadie vestía mallas de colores ni corría con el Runkeeper dándole datos de GPS a través de su iPhone.

Fue, como en muchas (casi todas, de hecho) ocasiones, el ímpetu de la Sociedad Deportiva Correcaminos quien apostó por una prueba sin tradición. Ni ganancias económicas. Ni un gran censo. Ni siquiera seguimiento mediático o ciudadano.

Por supuesto, la nutrición deportiva sólo era disfrutada por los deportistas de élite. Los artículos de revistas especializadas apenas hablaban de qué comer y cuándo antes, durante y después, entre otras cosas porque casi nadie recuerda ya si en aquel entonces había o no publicaciones de esta índole. Y algo tan básico como la alimentación, tan ligada a los grandes esfuerzos, llegaba a los corredores de boca en boca, con todos los peligros que ello suponía.

Aquellos pioneros decidieron (dentro de lo ‘sano’ que decían ingerir) afrontar la última semana con una dieta especial: lunes, martes y miércoles se entrenaba suave y no se tomaba ningún tipo de hidratos de carbono. Y desde el jueves, ya sin salir a rodar, se abusaba de ellos en forma de pan, arroz, pasta o patatas, que también componían la base de la recuperación posterior. Algo que podría parecer normal, de no ser porque estudios posteriores demostraron que se trataba de una dieta ‘peligrosísima’, en palabras de los entonces atletas y hoy organizadores. A ello además se añadía una costumbre igualmente nefasta, consistente en tomarse dos cafés y una aspirina para disimular el dolor. Hoy totalmente contraindicado médicamente.

Por si estas circunstancias parecieran pocas, en el recorrido primigenio se pasaba cerca de la Playa del Saler. Un regalo para la vista en medio del tremendo esfuerzo si no fuera porque muchos de los presentes debieron usarla como baño, al tomar gajos de naranja en carrera y no haber acostumbrado al cuerpo a su rápido efecto diurético.

Pero las mejores anécdotas llegaron de la mano de los primeros africanos que visitaron la capital del Turia. Como el atleta de Zimbabwe Cephas Mataphi, vencedor en la edición de 1992 a quien con toda la buena intención se le invitó (junto a otros corredores y a su manager) a una paella de langosta en un ya extinto restaurante de la calle Jorge Juan. Sin saber que para ellos los crustáceos son como insectos y le exigieron al chef que se llevara el arroz y le quitara ‘los bichos’. Algo que por lo visto les afectó más de lo que pensaban, pues acabaron solicitando un menú a base de patatas y ketchup.

Sin embargo, los lugareños nunca perdonan tras la prueba un arroz. Ya sea en familia, con los miembros del club o con otros invitados, es tradición celebrar el éxito del evento con el plato autóctono valenciano. Y, como aderezo, si uno ha conseguido cruzar la meta sigue manteniendo una de las tradiciones más ancestrales del equipo negro y amarillo: meterse en una bañera con sal y tratar de relajar todo el cuerpo.

Para otro tipo de blog quedan los mitos de la abstinencia sexual y cómo el retraso de un barco rompió lo que algún clásico pensaba al respecto. Pero eso, como decía Conan, ya es otra historia

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