David Blay
@davidblaytapia
Las calles peatonales que transitan entre la Plaza del Ayuntamiento y el Mercado Central, históricamente, han sido nidos de franquicias o restaurantes de escasa relevancia gastronómica en la ciudad. Podías, sí, comer una buena pizza en La Vita é Bella o un mítico bocadillo de chipirones en la barra de Amorós, pero difícilmente aterrizabas allí para comer o cenar en una ocasión especial.
Rompió el estigma Sofart Café, un italiano que es mucho más que eso con pasta fresca y una filosofía friendly para los niños. Y, por supuesto, la aparición en Músico Peydró del nuevo Karak, sobre todo en sus fulgurantes inicios.
En lo que muchos están de acuerdo es que todavía quedan territorios por explorar a nivel culinario. Y, posiblemente, uno de ellos era la cocina nikkei. Podemos presumir de fusión entre lo nuestro y lo de fuera en la capital del Turia, pero apenas se ha apostado por mezclas de dos culturas diferentes. Quizá porque se pensaba que los comensales locales todavía no estaban preparados. Y es factible que no faltara razón a sus promotores, poniendo como ejemplo la apertura de Picsa para un posterior desembarco de Chifa que nunca se produjo (y acabó con el primero también bajando la persiana, mientras en Madrid siguen tirando a todo tren).
Pero hay pocos sitios que me hayan recomendado tanto en el último año como Manaw. Un local pequeño, una buena terraza, la tranquilidad de una zona sin demasiado tránsito y sin apenas ruido pese a ubicarse entre dos grandes vías. Y una mezcolanza entre Japón y Perú con algunos toques mexicanos o tailandeses.
Su creador, hincha de Independiente, lleva demasiado tiempo ya en España para exponer en su propuesta sus raíces argentinas. Porque, como buen bonaerense, ha viajado más que ha permanecido en su tierra. Y ha apostado por lo que más le motiva: una mezcla de productos de alta calidad que combinan sabores que siempre se perciben intensos.
Tanto dentro de cocina (donde confluyen tres personas, una de ellas un joven sushi-man capaz de hacer nigiris extraordinarios en segundos) como fuera (donde el servicio es rápido y amable) comienzan ganando la partida. Pero es en la carta donde han conseguido en tan solo un año atraer no solo gente autóctona, sino turistas de buen nivel que ya acuden al albor de las críticas recibidas.
Hay tres básicos para una primera visita: el tiradito del día, enormemente sabroso, con un pequeño toque picante y con verdura de la tierra para demostrar que se buscan sinergias con productores locales. Un bao, cualquiera, aunque el vegano con un falafel hecho de edamame cada vez encuentra más aceptación. Y los nigiris especiales. A cada cual mejor, con algunos como el de vieira y trufa negra o el de anguila con foie como destacados.
Pero, por encima de todo, queda el trato. Cuando te recibe Álex y, mientras toma nota a otras mesas, te recuerda que está contigo en un segundo. O cuando quien te sirve una copa (ojo a los piscos, ideales si luego no hay que conducir) te hace una broma con ella y arranca de cuajo la rigidez habitual de los servicios.
¿Resiste una segunda visita? Sin duda, porque en su propuesta la variedad es tan grande que abarca gyozas, ceviches, cangrejo vietnamita picante, taco de cordero, bao de cochinilla pibil o tartar de atún. Pero además porque varía su producto cada semana en función de la temporada.
Y la pregunta final es: ¿Representa Manaw la madurez del paladar de los comensales valencianos? Por el momento, su primer año de vida indica que sí. Así que no hay razón para pensar que de cara al segundo no mejoren todavía más.
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