José Antonio López
Aquí no hay sorpresa, te los ves venir nada más entrar por la puerta.
¡Qué narices! Estamos de vacaciones y tenemos que celebrarlo por todo lo alto y cueste lo que cueste. Mejor si es poco, eso sí, que la crisis sigue.
Las santas, con los niños, están en la playa. El pequeño ya se ha llevado el primer sopapo por llenar el bocadillo de tierra y el mayor acompaña a su padre hasta el chiringuito como salvaconducto reunirse con la panda. El tributo a pagar, helados para toda la familia.
Una vez que se ha marchado el niño, comienza el baile de las cañas. El camarero ya lo sabe. Muchas, pero con poco líquido que se calienta. Unos cacahuetes, que hay que esperar al resto de la panda que se vislumbra por la playa dando saltitos, que quema la arena, y acompañados cada uno de ellos por un niño que repetirá la historia del que primero llegó y ya se fue.
Se juntan los cuatro, como cada día. Toca comentar lo caras que están las sardinas en el supermercado y la bronca que ha echado, la santa, porque ayer llegaron un poco más contentos de lo normal.
Sigue el baile de las cañas que se van viendo acompañadas por unos calamares criticados por su tamaño. “En mi ciudad son más grandes, ponen más y son más baratos”. Asentimiento general que da pie a comentar las riquezas gastronómicas de cada región de la que son oriundos los contertulios.
Más cañas y el platito de pescado que corre la misma suerte crítica que sus hermanos los calamares.
El transistor suena en el chiringuito. Este año les han prohibido poner música. Los cuatro amigos toman la opción de arreglar el país, pero, deprisa que hay que hablar de Nadal y de todos los deportistas de los Juegos.
Esos sí que tienen lo que tienen que tener.
El barril de cerveza empieza a resentirse y las tapas a repetirse. Uno de los del grupo pide silencio para escuchar una canción que suena en ese momento. Hay quien le hace caso y otro manifiesta su aprobación ayudando a cantar con una voz potente y desagradable. Los tres amigos no están dispuestos a dejarle solo ante tamaño esfuerzo y ya tenemos, como por arte de magia a los cuatro tenores a pleno pulmón.
Uno de ellos nota que tiene que ir a desbeber y pide que le esperen para volver a entonar. Si falla uno, falla todo.
El camarero comenta con los demás clientes que vale la pena que fallen todos y LOS CUATRO TERRORES se marchen con viento fresco.
Pero, amigos, un barril de cerveza y tropecientas tapas criticadas por su tamaño, bien vale aguantar hasta la representación del EL LAGO DE LOS PATOS que no del cisne.
Que les aproveche.
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