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La Valencia que forma parte de los 50 años de tradición de Trapa

David Blay Tapia 

Es evidente que hay imágenes que nunca se irán del pensamiento colectivo. Y que habrá marcas que supongan una asociación con valores que, pese a todo, ya quedaron en el pasado. Que se lo digan a Trapa, que no solo hace historia sino consolida la propia con el 50 aniversario de sus míticos bombones cortados, pese a que la sombra de la familia Ruiz Mateos (ya fuera del accionariado) sea difícil de despegar.

Pero en tiempos de Responsabilidad Social Corporativa de pega, si algo tiene la compañía fundada por monjes y ubicada en un pequeño reducto poblacional es la coherencia. Y su filosofía no solo de no utilización de aceite de palma sino también de búsqueda de salvación de ecosistemas le confiere un aura que muchas firmas persiguen pero pocas consiguen alcanzar.

A ello se le une el hecho de que, de manera directa, la Comunidad Valenciana forme parte de este proyecto, que cierra el círculo de la sostenibilidad con el uso de aceite de girasol y manteca de cacao.

Si algo tiene nuestra tierra es el ‘expertise’ en la elaboración de turrones. Y si bien todos los que Trapa saca al mercado se basan por razones evidentes en el chocolate, la tradición está presente en la elaboración de cada uno de ellos.

Pero además la parte interna de varias de sus pastillas sí recurre a ingredientes autóctonos, pues parte de los frutos secos y el arroz utilizados como relleno provienen de nuestra región y complementan un puzzle cuyos orígenes se remontan a 1891.

Aun siendo uno de los lugares gastronómicos de referencia en toda Europa, Valencia no siempre es protagonista directa de la primera línea alimentaria. Pero es en estos detalles donde se atisba el hecho de que la calidad de sus productos siempre está presente, de una manera u otra. Y que junto a marcas centenarias también puede presumir de formar parte de un proyecto único.