Textos: David Blay Tapia? Fotos: Steve Lipofsky at basketballphoto.com / ?Wikipedia
Hubo un tiempo en que el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos tenía reservado, pasara lo que pasara, un fin de semana larguito en Valencia. Coincidiendo siempre con la disputa del Gran Premio de Motociclismo de la Comunidad Valenciana, puesto que acudía a verlo como propietario de una escudería del AMA Superbike (un campeonato americano, para los no iniciados).
En esa franja temporal, siempre entre octubre y noviembre, se alojaba en el hotel Astoria, donde por cierto era considerado por el personal que le trató como una persona enormemente cordial y accesible. Tanto es así que, en los tránsitos entre pasillos, unos y otros se enseñaban español e inglés mutuamente.
A pesar de ello, obviamente, no se mezclaba demasiado con el resto de huéspedes y disponía de una sala VIP tanto para él como para su enorme séquito, compuesto por ex compañeros del mundo del basket y guardaespaldas de 2×2 varios.
Pero empecemos por lo más ‘bajo’, que enseguida iremos desgranando qué comía y bebía el 23 de los Chicago Bulls (y de los Washington Wizards, aunque aquello sea menos memorable).
Había días en que, a pesar de la buena temperatura y de los numerosos atractivos de la capital del Turia, el grupo pedía ¡Telepizza!. No quiero imaginar la cara del repartidor, aunque supongo que las dejaría en recepción y alguien autorizado lo subiría.
Segundo dato de relevancia: nunca se pidió vino en las comidas o cenas que se realizaron en aquellas instalaciones. Ni valenciano, ni de Napa Valley ni de ninguna otra índole, lo que no quiere decir que un sibarita como él no lo hiciera en sus recurrentes salidas.
Quizá sí lo hizo en el que posiblemente era su restaurante favorito y recurrente de la ciudad: Trattoria Da Carlo en Manuel Candela. Varias veces estuvo allí, en contraposición a su ausencia constante en lugares con Estrella Michelin. Nunca, o eso dicen visitó ninguno de ellos. Aunque tampoco en aquel momento se vivía el boom mediático que hoy presenta la gastronomía, ciertamente.
Eso sí, de noche no se iba a dormir a las 11. Dos lugares fueron semifijos en sus incursiones, uno de ellos con una larga historia y tradición y el otro con un importante bagaje que se truncó a causa de varios contenciosos de diversa índole.
Andando podía haber ido (aunque no lo hizo, puesto que siempre se movía en todoterrenos negros gigantes con cristales tintados) al Café Bolsería, donde no sólo reservaba la zona más alta del local sino disponía de una camarera propia. A la que, por cierto, invitó a irse a Estados Unidos con él en su avión privado, aunque la proposición no cuajó.
Motorizado igualmente llegaba (previa llamada avisando de lo que se venía encima) a Giorgio y Enrico, donde una planta entera esperaba a Michael y sus acólitos, a quienes despejaban la entrada siempre cinco minutos antes de su llegada.
Debo decir, pese a todo, que mi investigación sigue abierta. Y que continuo preguntando a quien quiera responderme qué comió, dónde cenó y qué copas tomó. Si consigo un material adecuado prometo hacer una segunda parte. O, quizá, volvamos a tenerlo pronto por España y podamos preguntarle a él directamente…
@davidblaytapia
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Un comentario en
markos el 23 abril, 2020 a las 4:25 pm:
Tengo entendido que también comió o ceno en el restaurante los torrijos, o uno de sus empleados presumía de ello, no se si sera cierto,