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La gamba de Dénia y el huevo frito

David Blay Tapia
Ahora que El Cabanyal (profundo) se ha puesto de moda con Anyora, La Aldeana o Fum i Ferro, no está de más recordar que algunos de sus lugares no han tenido que reinventarse para adaptarse a las nuevas corrientes. Más bien al contrario. Algunas fachadas resisten sin cambiar por dentro nada de lo que fueron en su momento. E incluso, en un barrio eminentemente marinero, podemos jugar al símil de haber conseguido mantenerse a flote a pesar de la tormenta sufrida en forma de crisis económica.

Porque puede parecer que la zona siempre ha estado poblada de lugares con un gran producto a un precio bajo, habida cuenta de su degradación. Pero desde hace décadas (¡décadas!) algunas personas decidieron luchar por demostrar que lo que ofrecían merecía el pago justo, más allá de la idiosincrasia de un lugar en concreto.

La calle de la Reina siempre ha marcado la distancia entre el pujante paseo marítimo y el (a veces) deprimido y olvidado hábitat que ahora codician inversores millonarios. Y su pujanza con la Copa América dio paso a una tristeza inmensa cuando ésta desapareció y obligó al cierre de muchos negocios. Algunos emergentes. Otros clásicos. Pero todos pioneros en poner en el mapa una de las arterias palpitantes de lo que pretende ser la nueva Valencia.

El Restaurante El Cabanyal (ningún nombre más apropiado y recordable) abrió sus puertas mucho antes, en 1991. Y está regentado en solitario por Maribel desde 2013, una vez pasado el auge náutico. No diremos que las épocas, hasta hoy, han sido sencillas. Pero el motor de sacar adelante a sus hijos y su apuesta irrenunciable por la tradición lo han mantenido en pie.

El pescado es fresco y salvaje, como no podría ofrecerse de otro modo en un negocio pegado al mar. Te lo sirven dentro de una casa construida en el siglo XIX, que mantiene la tradición de llamar al timbre ante la puerta cerrada para que cualquiera que la traspase sea consciente de la historia que pisa. Y quien no la conozca de antemano, como Zidane, Ariadna Gil o el grupo Oasis, queda rápidamente impregnado de ella por el ambiente familiar que se respira y el trato exquisito que se dispensa.

Pero hasta ahora no hemos hablado de comida, dirán quienes lean este artículo. Y no les falta razón. Básicamente, porque allí hay que ir a dejarse aconsejar. Y cuando tomas esa decisión, te ocurren cosas poco comunes. Como descubrir que se pueden aunar en un plato gambas de Dénia y huevos fritos (sin saber cuál de los dos está mejor). O probar un all i pebre de corvina que una lo mejor del Mediterráneo con la más pura tradición de la Albufera.

¿Que si hacen sepia bruta, calamar de playa, titaina o arnadí de calabaza y boniato, como toda la vida se ha ofrecido en El Cabanyal? Por supuesto. Y ante esto, poco queda más que añadir.

ME ENCANTÓ.- La diversidad de propuestas en función del día que vayas. Es un lujo mantener algo así.

A PEDIR SIEMPRE.- El titular del artículo lo dice bien claro

PUEDE GANAR PESO.- Sinceramente, de lo que yo probé nada. Las raciones son buenas y la calidad espectacular.

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